Thursday, August 11, 2011

32c La hermosa Serenada de Manuel Salvador Gautier


LA HERMOSA SERENADA DE MANUEL SALVADOR GAUTIER

MANUEL GARCÍA VERDECIA


Por Manuel García Verdecia
En Holguín, 24 de julio de 2011


Con Serenata, Manuel Salvador Gautier nos ha regalado una hermosa novela. Lo es no solo por la historia que cuenta sino en mucho por la manera en que la narra. La obra constituye una suerte de retablo donde asoman incidental y convenientemente según los intereses expresivos del autor personajes de la historia fundacional de República Dominicana. En este caso se trata de la familia Henríquez-Ureña, cepa de patriotas e intelectuales que fijaron pautas trascendentes para el desarrollo de la civilidad y el pensamiento en esa nación. La obra de estos intelectuales, sin embargo, rebasa los límites de la pequeña mediaisla, y logra significativo impacto en todo el ámbito hispanoamericano, particularmente para los cubanos por lo que representó Cuba en sus vidas.

Gautier es arquitecto. No es un dato aquí accesorio. Esto quiere decir que se trata de un profesional con un sentido de la estructura y su función. Toda novela es una edificación cuya eficacia depende en mucho de cómo se organizan y combinan los elementos que soportan sus espacios de significación. Serenata constituye un grácil, dinámico y funcional palacete renacentista. Lo es por lo racional de su diseño, por el ritmo que articula sus componentes, por la penetración humanista que realza al hombre que lo habita. El mismo está conformado por un núcleo habitacional central, con claridad y lógica de altos ventanales que relata sucesos de las vidas de sus personajes en precisas datas reveladoras: 1878, 1890, 1901,1916… Este núcleo se conecta con aireadas galerías que se extienden en varias direcciones del tiempo y el espacio, las que permiten la incorporación de las estaciones de la memoria. Todo el edificio está presidido por un pórtico recoleto y lírico, que ofrece la alta tensión del tema que se trata. Este concepto constructivo permite disfrutar de la obra con plenitud de lo vital , lo ético y lo estético.

Hay que decirlo pronto, estamos ante una novela de amor. Ese es su tema y la gravedad aglutinadora de sus episodios. Ya el título denuncia esa pretensión romántica, de tonada enamorada y nocturna con que se quiere comunicar el objeto de interés. Sin embargo no es una novela de amor al uso, con fórmulas melosas y adocenadas. Se trata de un amor complejo y arduo, entre seres que ponen su pasión en caminos que se bifurcan pero no circunscriben, seres que piensan, sienten y se comprometen, se entregan abrasadoramente pero no pierden contacto con el mundo que los ciñe y reclama. Porque no es solo el amor a la persona con quien se quiere cabalgar por las sabanas de la vida. Es también al espacio donde el individuo alcanza la amplitud de su horizonte y su entramado con el otro, la patria. Así mismo, es también el amor a un proyecto de vida, a aquello por donde la persona se realiza como criatura sensible y pensante. Ser amado, patria y obra, son las extensiones de ese amor inspirador, eléctrico y edificante que aquí se canta desde la noche de la memoria.

La historia se cuenta desde tres perspectivas. La primera se denomina “Fabulación” y abre cada capítulo. La segunda está signada con un año y, ocasionalmente, un lugar. La tercera está imbricada dentro de la segunda y ocurre ad libitum, como un destello que se abre a otros tiempos y anécdotas concomitantes. El plano de las “Fabulaciones” es narrado en primera persona, en consonancia con el tono íntimo e intensamente lírico que lo constituye. El que relata un año preciso, se narra en segunda persona, de manera que el sujeto Francisco, está recibiendo el designio que se le impone desde la narración, o sea, desde el destino. Mientras tanto, los fragmentos en que la memoria cruza por la historia, con su manera liberal, se cuentan en tercera omnisciente, o sea, la memoria guarda todo y puede acceder a lo más íntimo y lo más distante, a los diversos tiempos, recolocando y relacionando todo. Aquí comprobamos la sagacidad del autor para, quebrando el espejo que enfoca en trozos apartes, obtener distintos ángulos que enriquecen el nivel de riqueza anecdótica y consecuente sugerencia.

La novela relata cuadros esenciales de la vida de Federico Henríquez y Carvajal. Los acoge en un arco que va desde 1878 hasta 1959, o sea, trasciende el ciclo biológico de su personaje, en simbólica intensión (visible en esa calle en medio del tráfago cotidiano e indiferente a la pompa demagógica que en el presente sostiene su nombre) de reflejar dónde ha ido a parar todo aquel empeño. Esto presupone dos cosas. En primer lugar que, como astros de un mismo sistema, entran en conjunción las vidas de Salomé Ureña y de los hijos de ambos, Pedro y Max, de modo que hay chispazos que nos iluminan segmentos importantes de las biografías de estos. En segundo término, al tratarse de la existencia de alguien cuya vida y obra estuvieron tan ligados a los destinos de su país, pues recorremos un tramo fundamental en el proceso de formación de esa nación.

Conocemos de la educación familiar en el hogar de los Henríquez, donde la madre juega un rol primordial (esta novela rinde constante tributo a la mujer criolla), el encuentro con y el definitivo deslumbramiento por Salomé, los intentos de Francisco para estudiar medicina y hacer una vida profesional próspera, las vicisitudes para mantener la familia así como para estar reunidos a pesar de los avatares políticos en que se veía inmerso, las relaciones distintas pero, a su manera, igual de amorosas con ambos hijos, tensas con Pedro, intensas con Max, el desempeño de Pancho para pacificar el país y lograr la unidad, su papel luego tratando de evitar la bancarrota ante el descontrol financiero de Lilís, su actitud vertical contra el anexionismo y el intervencionismo norteamericano. Pero también están sus amoríos ocultos y constantes, donde sobresale Constante, la parisina, en un duradero romance que le va a florecer en una hija, así como sus obsesiones y vicios. Se nos hace visible un hombre pleno de atenciones y sueños, alguien que ama la vida en sus más diversas expresiones y por eso es el ser atrevido, tenaz, sensible, atento y dedicado que es. Asomarnos a la vida de Francisco Henríquez Carvajal es vislumbrar las simientes de lo que sería el desarrollo histórico de la nación dominicana, con sus caudillos caprichosos, su inestable economía acechada por sus aventuras políticas, sus inevitables conflictos con el vecino país afro-francés y, decisivo, el acechante ojo rapaz del imperial vecino del Norte.

Sin embargo, la novela no solo refleja el componente político donde se involucra Francisco Henríquez sino que se nos presenta aspectos que dan señas del modo de vida de sus conciudadanos, de ciertas costumbres, del lenguaje popular, del accionar económico en que se ven insertos, en fin, que el panorama intenta brindar la mayor riqueza contextual. Ya se ha dicho que la novela es el intento de una totalidad. Es precisamente en la tentativa de reflejar lo subjetivo y lo objetivo, lo individual y lo colectivo, lo épico y lo lírico, lo social y lo psicológico, que se verifica el aporte de esta obra escueta pero intensa.

Hay un aspecto esencial a destacar. La narración sigue como con un foco teatral los avatares de la existencia de Francisco, sin embargo, uno siente a través de todo el texto la presencia inminente, sustantiva, determinante de Salomé Ureña. El novelista ha logrado, por virtud de los materiales biográficos que escoge, de las sutilezas narrativas que emplea así como de la solidaria perspectiva que asume, que uno respire en cada página el aroma fecundo de Salomé. Su inteligencia, su perspicacia para atinar su puesto en un mundo de varones pero donde su voluntad e inteligencia le ganan el respeto y un ángulo protagónico, su fuerza cohesiva para impedir el fraccionamiento del hogar, su estrategia de llevar familia y patria como asuntos paralelos, con igual ímpetu y sensibilidad, su devoción y su arte para convocar y fundar mediante la poesía y la pedagogía, emanan de la obra como los vapores de un campo recién llovido a mediodía. Por todo esto, podríamos decir que más que la novela de Francisco Henríquez y Carvajal es la aventura de la fuerza estimulante y germinativa de Salomé reflejada en los actos de aquel.

Un componente compositivo esencial es la utilización y el tejido del documento histórico y lo estrictamente imaginativo. El autor se ha apoyado básicamente en la correspondencia de la familia Henríquez Ureña. Bien se sabe que la epístola es un género íntimo, escrito para determinado ser al cual el escribiente expone sus actos, ideas y emociones. Por tanto, brinda una riquísima esfera de conocimiento acerca de la persona. El novelista ha sabido entresacar para su relato aquellos aspectos que arrojan más luces sobre la individualidad de sus personajes. En los diálogos se hace también visible el hábil manejo de las cartas, confiriéndole cercanía y legitimidad. Sin embargo, no es un mero trabajo de cortar y pegar información. La imaginación del autor ha logrado devolver dinamismo, coherencia y vivacidad a los fríos datos recogidos en los documentos. Lo fáctico y lo ficticio se han recombinado vigorosamente.

No obstante, si bien la simbiosis documento y ficción sirve para conformar una base veraz de lo que se cuenta, el autor consigue una obra atractiva y cercana. No se trata de presentar héroes epopéyicos. Hay bastante del antihéroe en esta historia. Veamos si no los celos de Francisco ante el talento de Salomé, su fácil corazón para amores eventuales, sus contradicciones con el hijo mayor, sus indecisiones en ciertas ocasiones, etc. Al presentar el personaje con sus veleidades y caprichos no busca el novelista estrictamente un modo de allegarnos al personaje histórico y hacérnoslo convincente. Se trata de una manera de exponer la rica complejidad de un carácter, de hacernos entender que la historia la hacen seres asaetados por una pasión pero que no dejan de tener carne sufriente y mente contradictoria.

La hermosa Serenata que entona Manuel Salvador Gautier es una lectura que nos deja el regusto de los grandes asuntos de una nación y, a la vez, de los pequeños, multitudinarios conflictos del hombre común, ese que ha sido depositado sobre este globo solitario para fundar obra y hallar un amor que alivie su desamparo. Mucho aprendemos de Francisco Henríquez Carvajal y su devoción por Salomé Ureña, pero también sobre ese hombre que intenta lo imposible y que todos, de un modo u otro, llevamos dentro.

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