Sunday, May 9, 2010

03b Fari Rosario: La descensión poética y la visión del hueco metafísico en la novela El asesino de las lluvias (2006)

LA DESCENSIÓN POÉTICA
Y LA VISIÓN DEL HUECO METAFÍSICO
EN LA NOVELA
EL ASESINO DE LAS LLUVIAS
Por Fari Rosario
Fari Rosario al podio

Nathaniel Hawthorne (escribía en su Diario, 30 de agosto de 1842):
Se necesita oír una nueva revelación: un nuevo sistema, puesto que en el viejo ya no parece haber vida.

Toda novela nace de una verdadera necesidad poética.
Rainer María Rilke

INTRODUCCIÓN

Manuel Salvador Gautier (1930- ) irrumpe en el mundo literario en 1993, cuando publica su tetralogía Tiempo para héroes. A partir de entonces Gautier asume la literatura como un benevolente arte que le permite aproximarse al ser y las encrucijadas históricas del hombre dominicano. Su figura aparece en la postrimería y el inexorable crepúsculo de la historia universal: me refiero a la caída del Muro de Berlín, el final de la Guerra Fría, el éxodo y la migración a escala universal de hombres y mujeres que buscan un espacio en las grandes ciudades, y el no menos importante tema de la súbita eclosión de la Internet y las nuevas tecnologías de la información. Sociólogos, filósofos y futurólogos –los nuevos shamanes de esa desconcertante ciencia llamada Futurología–, hablan del inevitable fin de la Historia. Sin embargo, y aunque parezca contradictorio, muchas ciudades y muchos de sus hombres más representativos se aferran a su historia íntima y a sus vínculos míticos.

“La mirada hacia atrás” es una de las grandes preocupaciones que encarnó el postmodernismo crítico, tanto en lo que concierne al ámbito filosófico como al historiográfico. Hoy sabemos que existen dos caminos verdaderos para acercase y conocer al hombre: la historia y la literatura.

Gautier, en efecto, entroniza su mundo estético con una certera “mirada hacia atrás”. Una mirada diáfana y genuina, que busca escrutar los pozos profundos de la existencia concreta.
Así pues, con su singular “mirada”, su espontaneidad intuitiva, su profunda visión para plantear situaciones humanas e históricas y su destreza en el arte de la narración convierten a Gautier en una figura cimera de las letras y en uno de los más altos representantes de la literatura contemporánea de la República Dominicana.
Con el proyecto novelístico de Gautier no solo se ha ensanchado la tradición literaria dominicana, sino que también se enriquece la conciencia histórica de los dominicanos. Pues hoy por hoy, a través de obras capitales, tales como Toda la vida (1995), Serenata (1999) y Balance de tres (2002) conocemos más el alma y el ser de nuestra sociedad.

Gautier ha escrito verdaderas obras maestras que forman parte del compendio y de la bella galería de la literatura dominicana.
¿Dónde está la diferencia? –A mi entender, está en la conjugación de la experiencia, en escarbar y moldear el recurso de la intuición, pero más aún: para Gautier cada novela es una búsqueda incesante, un escrutar los ríos profundos de la existencia, los deseos, las angustias y los motivos que mueven al hombre caribeño. De esto se desprende que la entereza artística de Manuel Salvador Gautier se articula con lo mejor de la tradición, tan alabada y perseguida por escritores de la talla de Federico García Godoy, Ramón Marrero Aristy, Juan Bosch o Veloz Maggiolo.
Por esta razón, y no otra, es que en sus novelas están presentes las siguientes constantes:

1. La lucha por reivindicar el orden social (además de las tres novelas que acabo de mencionar, este factor también está presente en la novela Un árbol para esconder mariposas).
2. El empeño por conquistar la libertad y la democracia.
3. La lealtad nacional.
4. El paisaje y las coyunturas históricas.
5. Identificación empática con los seres marginales, sufridos y los tristes mártires de la historia dominicana.

Hasta aquí la introducción.

Me propongo abordar una singular y extraña novela de Gautier, que se titula El asesino de las lluvias (2006).

El tema central de esta novela es la reflexión en torno a la creación poética. Para decirlo con mayor propiedad, digamos que es una reflexión abierta, espontánea y humana sobre cómo aprehenden y cómo se desarrolla el endiablado y enajenado mundo de los poetas. El tema, a primera vista, parece hasta de fácil formulación, pero el desarrollo y la concatenación de los derroteros de la poesía con el género de la novela, resulta más que difícil.

La novela, pues, comienza con una revelación. Una revelación sustancial y emblemática, que no solo es el eje de toda la narración, sino también de la atormentada conciencia de Sergio Echenique, el personaje central de la historia. Esta es la razón por lo que al comenzar la historia, él nos dice, en tono de confesión:

Desde muy pequeño comprendí que sería poeta. Ocurrió un día en que papá y mamá me llevaron de fin de semana a la finca de tía Eutimia; yo debía tener seis o siete años.

Pero ¿dónde, cómo, cuál es el objeto de esa revelación? La incidencia o la empatía de un objeto en el espacio es lo que hace la diferencia entre una revelación y una mera intuición.
En una visita a la finca de su tía Eutimia, Sergio Echenique, que aún era muy niño, vio parir a una yegua. El animal se afanaba en limpiar y quitarle la placenta a la criatura, pero la empujó ocasionalmente por debajo de la alambrada, quedándole fuera del alcance a la madre. La yegua comenzó a moverse y a desesperarse, era vidente que saltaría la cerca con tal de salvar la cría. Sergio tuvo que correr en busca de un alicate para cortar los alambres y evitar que la yegua muriera. Aquel inesperado alumbramiento impactó fuertemente en la conciencia del niño Sergio.

Su naturaleza de niño ensimismado hace que, minutos después de aquel hecho, Sergio tome el camino arbolado siguiendo los pasos parsimoniosos de un caballo. Fue así como llegó al río, que estaba próximo. Su testimonio es contundente al narrarnos su primer contacto con las delicias de la naturaleza. Nos dice que caminaba en línea recta hacia el recodo del río. Pisé flores azules, amarillas, blancas. (…) Me embriagué de olor a hojarasca disuelta en la tierra y la humedad fermentada. (…) me agaché a coger una flor pequeña, incolora, campanita de pétalos, tejido de luna en la maraña de la oscuridad. La flor se abrió y me enseñó su peristilo cuajado de partículas de polen, que se prendieron como soles diminutos para iluminar el espacio en que me hallaba, un lugar sin dimensiones, donde nada y todo era real. Sentí un efluvio de paz, un deseo de amar todo lo que me rodeaba, de disolverme en lo impredecible. (…) El río se perdió en la inexactitud del espacio; solo oía su sonido, insistente, intermitente. Pensé que me movía, pero sabía que estaba estático, clavado en el mismo lugar. De improviso entendí que orillaba el hueco de la vida y de la muerte. Era redondo, amenazador (…). Entonces apareció a mi lado un ser idéntico a mí, solo que insustancial como mi aliento. Entró en mi cuerpo y respiró conmigo. “Disuélvete en mí, no tengas miedo; la vida soy yo y la muerte eres tú”, dijo por mi boca.

El poeta Echenique tendrá, con el paso del tiempo, otro sueño donde se le revela la mosmos poética (es decir, la esencia de la inspiración y la belleza), pero el hecho que acabo de reseñar es la espina dorsal para comprender la vida del poeta Echenique y el mundo imaginario que nos presenta esta novela. ¡Aquel pequeño incidente fue una verdadera iniciación poética!
Pero esta historia está escrita en tiempo recurrente, en clave retrospectiva o en una mirada ancha y abierta hacia atrás. Sergio Echenique, en realidad, es un viejo de unos 70 años, que padece de insomnio, malhumor, y vagabundea por la ciudad de Santo Domingo, tratando de sosegarse y calmar la neurosis y la frustración de no ser un gran poeta y que no se le tenga como tal. Él se siente bien con su esposa Claudia y los masajes que esta le brinda al caer la tarde, pero es tanta la desazón y la incertidumbre que no sabe si verdaderamente volverá a inspirarse y a escribir poesía.

Hasta que un día llega a su casa Silvina, una joven de unos 16 0 17 años, contratada para hacer los quehaceres domésticos: Sergio Echenique se siente atraído por la figura jugosa, la esbeltez y el aire sensual de la mulata, por lo que se enamora de ella, y con el paso del tiempo la espía por su ventana y siente celos de los compañeros de estudios que la visitan. (El poeta, vale decir, idealiza a la muchacha e ingenuamente no se da cuenta de que según su concepción poética eso es lo que debe evadir).

Esta obra, como podrán imaginarse todo ustedes, entra dentro de la categoría de novela lírica, que dicho sea de paso, está de moda en la literatura contemporánea. A este punto vale mencionar dos novelas latinoamericanas que pusieron en boga esta tendencia: La tarde en que murió Estefanía, de Aída Cartagena Portalatín, y la cubana Dulce María Loinaz, con su novela titulada Jardín: novela lírica (1993).

No hablaré de la condensación ni de la actualidad del tema, ni del contexto histórico, ni de la intertextualidad rizomática de la novela, ni del ritmo típico del discurso, ni siquiera de los procedimientos formales de la misma. Esa no es la pretensión de este breve análisis. Vale decir, no obstante, que en esta novela el autor muestra un manejo impecable y deslumbrante del tiempo narrativo. En la narración Gautier se sirve de diversas técnicas, desde la caja china hasta la novedosa técnica del rapport o la entrevista intercalada con los planos narrativos. Este último recurso es de carácter contrapuntístico, y por cierto, ha sido muy poco empleado en nuestro país.

Una novela es un viaje imaginario, un viaje hacia lo desconocido. Quizá por esto vemos que en toda obra trascendental hay un deseo humano de orillar el misterio del mundo y las fuerzas fatales que socavan la vida.

El asesino de las lluvias (2006) es una obra con una contundente plataforma metafísica y ontológica. La frescura y la estructura de esta obra coinciden con la idea de novela del famoso escritor checo Milán Kundera, quien sostiene que “la novela es el arte que explora la existencia humana”. No es por mero azar o casualidad que el esquema que desarrolla la novela se basa en una explícita trinidad ontológica. Nos percatamos de esto al leer el índice mismo:

Primer capítulo: Cómo ser la verdad y no existir
Segundo capítulo: Cómo matar un sentimiento y quedar contento.
Tercer capítulo: Cómo ser el ser que se quiere ser.

Ahora bien, esta erosionada trinidad ontológica solo espejea o se hace visible en la escindida conciencia de un personaje: Sergio Echenique. Este amasijo metafísico es el que define a la vez que destruye el reflejo del poeta en el mundo. El Asesino de las lluvias nace, a mi entender, de una patente descensión poética o la presencia del hueco en el texto. Esta visión estética tiene su precedencia en la literatura universal y los escritores que mejor la representan, son: Niko Kazantzakis, Julien Green, André Gide, Marcel Proust y Augusto Roa Bastos . El hueco en texto, digámoslo de una vez, es la inevitable escisión entre la visible distancia del-sujeto-en-situación y el objeto-deseado por el mismo. Entre paréntesis: quizá el texto más paradigmático, en este sentido, sea El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de Cervantes. Pues bien, para ilustrar esta distancia o intradistancia, basta leer un fragmento del terrible monólogo que vive el poeta Echenique en sus noches de insomnio:

Sé que estoy silueteado a mi vez contra la cama como algo más, algo abigarrado, aferrado a su exigente condición humana que no le da tregua. Trato de no moverme. Quiero ser otro objeto más, otra cosa indeterminada existiendo, desgastándose en su tiempo circunstancial. Quiero no sentir. Subvierto a Descartes.
Non cogito, ergo sum.
Deseo no pensar para existir. Deseo no pensar y ser.
(…) Pero pienso. (…)
Un ser despreciable; un poeta mediocre; un miserable que idealiza a una mujer (una jovencita, más bien) para inspirarse, y sólo siente deseo de poseerla sexualmente.


El hueco latente en el texto, nos conduce, naturalmente, a las teorías modernas que se han formulado sobre el sujeto. Quizá la visión más certera sobre el sujeto sea la de Jacques Lacan y el psicoanálisis actual: es decir, “una teoría del sujeto como entidad escindida, como un ser reprimido que se inhibe originariamente ante la familia, corporaciones, clanes, Estado, grupo y centros homogéneos”. En otras palabras, estamos ante un sujeto roto, que vive en dos mundos y en los límites de una insoportable dicotomía.
Más aún, ante su continuo naufragio el sujeto-protagonista tiende a sublimar, y a refugiarse en las redes del subconsciente colectivo y la fuerza de los arcanos que imprimen el misterio, los miedos y los mitos de la primera experiencia fundante que tuvo en su infancia. Esta primera y determinante vivencia metafísica el poeta Sergio Echenique la narra en los siguientes términos:

Pensé que me movía, pero sabía que estaba estático, clavado en el mismo lugar. De improviso entendí que orillaba el hueco de la vida y de la muerte.

En definitiva, sabemos que entre la realidad del hombre y lo que este desea hay un abismo profundo e insalvable. Gautier ha sabido zarandear el muro de la cotidianidad para entregarnos una obra que tiene como punto de partida una experiencia originaria, condensada en una visión trascendente del mundo y la realidad, y que como tal transforma el imaginario colectivo de sus lectores.

Este debe ser el objetivo ideal de todo narrador de “historias fingidas” como las llamaba el propio Cervantes. Un verdadero novelista, parafraseando al amigo Roa Bastos, debe tejer por detrás del roto espejo la trama reverberante y oscura de sus obsesiones; dar nombre a las cosas más irreales y desconocidas, pues lo que en verdad persigue el fabulista es esto: lo real-maravilloso, la cara oculta de sus sueños, la cuarta dimensión de la realidad que sólo es posible concebirla en la ficción. ¡Esto es, amigos y amigas, lo que Gautier ha hecho en esta novela!


¡Gracias, y buenas noches!

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Conferencia pronunciada en la Universidad UTESA, Recinto Moca,
Con motivo del 80 aniversario del escritor dominicano Manuel Salvador Gautier, viernes 26 de marzo de 2010.

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