Wednesday, November 10, 2010

27c Ascanio Peña de La Cruz: El asesino de las lluvias


Funicular


EL ASESINO DE LAS LLUVIAS
Por Ascanio Peña de La Cruz

“El hombre es siempre un narrador de historias. Vive rodeado de sus historias y de las historias de los demás e incluso, a veces, trata de vivir su vida como si la contase”. Esta expresión entrecomillada es recogida de la voz de Antoine Roquentin, un personaje extraído de uno de esos desgarramientos existenciales creados por el ilustre escritor galo Jean Paul Sartre.

Ahora bien, toda historia narrada es la interpretación de una realidad humana o social. En el caso que nos ocupa en esta noche, el análisis somero de “El asesino de las lluvias” del escritor interiorista Manuel Salvador Gautier, sin pretender hacer una hermenéutica profunda del texto literario, resulta imprescindible enfocarnos en los dos elementos modulares, proteicos, de la obra artística: “El significante (forma o técnica), el significado (contenido)”.

En alusión al primero (significante), el discurso narrativo del hablante se desenvuelve en la linealidad, dentro de una construcción lineal y cronológica. Inútil es buscar esa cruda y, en ocasiones, brutal yuxtaposición e interposición espacial-temporal característica de la novelística del llamado boom latinoamericano (Rulfo, Fuentes, García Márquez, Cortázar…). Destacable en grado sumo es la utilización de ciertas técnicas muy propias de la narrativa contemporánea, el narrador básico y narradores secundarios. Es decir, multiplicidad de narradores; el uso de la primera, segunda y tercera persona; y el acudir a la introspección psicológica del personaje, tan típica de la novela norteamericana.

Con relación al segundo (significado), tres puntos focales, tres módulos fundamentales convocan nuestra atención e invitan a la reflexión.

A. La Teluricidad y la Temporalidad.- La historia contada se desenvuelve en una dimensionalidad espacial-temporal. ¿Cuál es el ubi sunt y el illo tempore de la novela “El asesino de las lluvias”?. Lo telúrico, el espacio de la narración está enmarcado por el paisaje dominicano, por este trópico caribeño “furioso y alegre a la vez”, como diría Manuel del Cabral; pero el autor no cae en ese preciosismo descriptivo del paisaje, simplemente se limita enunciarlo. En cuanto a lo temporal, el hablante suma su tiempo al tiempo de la dictadura; pero sin magnificarla, aplastando a los personajes. No la soslaya, más el tocar así de pasada la pesada atmósfera dictatorial, le permite al autor añadir al perfume de la narración la esencia fragante y terrible de una situación histórica concreta.

B. El Mitema de la Revelación: El escrutinio del héroe o protagonista –y hasta del anti-héroe o antagonista- de una novela revela siempre una visión del mundo, un sistema de valores o una tendencia intelectual. El examen de la manifestación a temprana edad, en la vida de Sergio Echenique, del mitema de la revelación –ligado como recurrente universal a ritos iniciáticos esotéricos (para los grandes iniciados: Rama, el Gautama Buda, Mahoma, Jesús el Cristo…) o a expresiones mesiánicas y de trascendencia religiosa (Olivorio Mateo, Elupina Cordero)- de su destino de poeta, nos enseña que al aposentarse lo revelado, cual una llama votiva, sobre el tabernáculo de su alma, lo sumergirá en una agonía unamuniana, en un proceso ascético y catártico. Ascesis conducente al punto de inflexión más alto de la estética interiorista: esa necesidad perentoria, ontológica, si se quiere, de encontrar la interioridad del ser; y la urgencia del encuentro con el yo íntimo.

Catarsis, como purgación, que lo condenará por siempre y para siempre a remedar a Sísifo, a ser un estigmatizado, a llevar un 666 grabado, con caracteres de fuego, en su alma y su corazón, a llevar a cuestas, cual maldición prometeica, el pesado fardo de la sensibilidad poética; la cual le permite al poeta extraer la verdad y la belleza de las miserias humanas, de los escombros del tiempo. Como hacían los maestros impresionistas al transformar las oscuras y malolientes callecitas de Montmartre, en verdaderas maravillas de la luz, del color y de la poesía.

C. Transposición del yo Narrante con el yo Real.- En el discurso de la narración de la novela “El asesino de las lluvias” se da una permuta poética, una transmutación de sensibilidad entre Sergio Echenique, el personaje principal, y Manuel Salvador Gautier, el autor, originándose una metamorfosis productora de una simbiosis, de una criatura híbrida que podríamos llamar Manuel Salvador Echenique o Sergio Gautier.

Finalmente, si pudiéramos erigir un tribunal literario para juzgar con severidad este lluvicidio, este lluvinato, hecho con toda la premeditación y alevosía de que un poeta puede ser capaz, Manuel Salvador Gautier debiera ser condenado de manera principal, a seguir escribiendo mientras vida tenga y, de forma subsidiaria, y como indemnización suplementaria, a restablecernos la lluvia para que ésta vuelva a caer; y nos traiga de nuevo, en las tristes y melancólicas tardes de otoño, ese olor inconfundible de mujer-naturaleza que se desprende de la tierra cuando llueve; ese recuerdo intangible de un amor inolvidable que permanece siempre, como el amor de Sergio Echenique por Silvina y por la poesía.

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