Sélvido Candelaria en Artemiches
26 de junio de 2010
"ENTONCES USTED CONOCE A DOI GAUTIER"
Sélvido Candelaria
Hacía algunas semanas que había asistido, como observador, a un encuentro del Movimiento Interiorista en La Romana y recientemente acababa de participar en el primero, como miembro activo del grupo.
Ahora le comentaba a mi amigo y mentor, Rafael Peralta Romero, sobre el particular, en el balcón de su casa.
―Entonces, usted debe conocer a Doi ―me dijo después que le conté los pormenores de esos encuentros y las expectativas que me habían creado.
―No, no sé quien es ―le contesté con toda franqueza.
―Eso es imposible. Doi no se pierde ni uno de esos encuentros.
―Bueno… en realidad yo no conozco los nombres de todos pero no recuerdo ese nombre entre los presentes.
―Quizás por ese nombre, no. Pero él debe ser el más viejo del grupo. Es un señor alto, con el pelo blanco que habla muy pausadamente y que ha ganado varios premios como novelista.
―Ah, pero te refieres a don Manuel ―dije yo asombrado de que una persona con esa aura de respetabilidad pudiera responder a un apelativo tan familiar.
A partir de ahí no lo dudé más. Enarbolé a don Manuel Salvador Gautier como un ejemplo a seguir. Mis dudas sobre querer ser escritor después de los cuarenta y cinco años se habían evaporado cuando supe que él comenzó a escribir pasado los cincuenta. Y, en este momento, después de conocer el apodo que le daba una inocente dimensión humana, también desaparecía la incertidumbre sobre mis posibilidades de alcanzar algún reconocimiento literario con el sobrenombre de Armandito.
Ahora le comentaba a mi amigo y mentor, Rafael Peralta Romero, sobre el particular, en el balcón de su casa.
―Entonces, usted debe conocer a Doi ―me dijo después que le conté los pormenores de esos encuentros y las expectativas que me habían creado.
―No, no sé quien es ―le contesté con toda franqueza.
―Eso es imposible. Doi no se pierde ni uno de esos encuentros.
―Bueno… en realidad yo no conozco los nombres de todos pero no recuerdo ese nombre entre los presentes.
―Quizás por ese nombre, no. Pero él debe ser el más viejo del grupo. Es un señor alto, con el pelo blanco que habla muy pausadamente y que ha ganado varios premios como novelista.
―Ah, pero te refieres a don Manuel ―dije yo asombrado de que una persona con esa aura de respetabilidad pudiera responder a un apelativo tan familiar.
A partir de ahí no lo dudé más. Enarbolé a don Manuel Salvador Gautier como un ejemplo a seguir. Mis dudas sobre querer ser escritor después de los cuarenta y cinco años se habían evaporado cuando supe que él comenzó a escribir pasado los cincuenta. Y, en este momento, después de conocer el apodo que le daba una inocente dimensión humana, también desaparecía la incertidumbre sobre mis posibilidades de alcanzar algún reconocimiento literario con el sobrenombre de Armandito.
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