PALABRAS DE MANUEL SALVADOR GAUTIER
Desde los tiempos en que estudiaba en primaria, por allá por la década d 1940, aprendí a conocer la obra de los intelectuales que surgieron en San pedro de Macorís, a finales del siglo XIX y principios del XX, una época de oro de la literatura dominicana. Me impactó la obra poética de Gastón Fernando Deligne, y se me grabó en la mente el poema “En el botado”:
Cacique de una tribu de esmeralda,
aquel palacio indígena, el bohío
de la corta heredad a que respalda
un monte, que a su vez respalda un río;
cuando el idilio de un Adán silvestre
y su costilla montaraz, le hiciera
venturoso hospedaje,
paraíso terrestre;
lo más saliente y copetudo era
del ameno paisaje.
Con una increíble belleza, el poeta nos cuenta la historia de una choza construida por unos enamorados, que, al ser abandonada, era tomada por la vegetación. Por medio de sus palabras, mi imaginación veía cómo los tentáculos de las enredaderas penetraban la débil madera de las paredes y los chorros de agua lluvia desvencijaban el techo y convertían el lugar habitado en un lugar retomado por la naturaleza.
Ya el albergue sombrío
es un alcor en forma de bohío;
ya su contorno lúgubre se pierde
en la gama riquísima del verde;
ya brota en tanta planta que le enreda,
con matizada y colosal guirnalda,
satinados renuevos de esmeralda,
iris de tul, campánulas de seda!...
¡Transformación magnifica y divina!
cómo de ti se cuida generosa,
Naturaleza, el hada portentosa,
Naturaleza, el hada peregrina!...
Hay otro poema, “Angustias”, del cual recuerdo que describía con enorme sencillez poética las actividades de una muchacha que planchaba y planchaba para poder mantenerse, después de ser engañada por un hombre irresponsable.
Su mano de mujer está grabada
hasta en el lazo azul de la cortina;
no hay jarrones de China,
pero es toda la estancia una monada.
Con un chico detalle,
gracia despliega y bienestar sin tasa,
a pesar de lo pobre de la casa
a pesar de lo triste de la calle.
Cuando el ardiente hogar chispas difunde,
cuando la plancha su trabajo empieza,
para cercar de lumbre su cabeza,
en sólo un haz se aduna
el brillo de dos luces soberanas;
un fragmento de sol, en las ventanas;
un destello de aurora, en una cuna
Está también su obra maestra, “Ololoi”, donde desafía al tirano de turno, Lilís.
Yo, que observo con vista anodina,
cual si fuesen pasajes de China...
Tú, prudencia, que hablas muy quedo,
y te abstienes, zebrada de miedo;
tú, pereza, que el alma te dejas
en un plato de chatas lentejas;
tú, apatía, rendida en tu empeño
por el mal africano del sueño;
y ¡oh tú, laxo no importa! que aspiras
sin vigor, y mirando, no miras...
Él, de un temple felino y zorruno,
halagüeño y feroz todo en uno;
por aquel y el de allá y otros modos,
se hizo dueño de todo y de todos.
No quisiera entrar ahora en el significado de esos poemas. En general, todos los poemas de los hermanos Deligne, Gastón Fernando y Rafael, son planteamientos sobre sucesos, la mayoría comunes, otros trascendentales, para hacer pensar a sus lectores, al mismo tiempo que los deleitan con sus giros de gran aliento poético. Era el comienzo del verismo en la literatura dominicana, que, aupado por estos maestros de la poesía, llevó eventualmente a la creación de uno de los grandes movimientos literarios nuestros, el postumismo, lanzado por ese otro gran maestro, Domingo Moreno Jimenes.
Hoy día, no se puede hablar de literatura macorisana sin mencionar al inmenso Víctor Villegas y sus poemarios Diálogos con Simeón (1977), Charlotte Amalie (1982), todos, incluyendo su último: Muerte herida (2002). Es un hombre extraordinario, con su aporte poético dentro de la Generación del 48 y esa personalidad que todos celebramos y que finalmente Rafael Peralta Romero plasmó en la novela Memoria de Enárboles Cuentes, con sus varios nacimientos, el poema que él escribió en la placenta de su madre, los elefantes enanos y demás fantasías regocijantes, que nos llenan de humor y nos hacen sentir que la vida es maravillosa.
En su poema “Apoteosis de la luz”, sentimos esas manifestaciones de gran vuelo que caracterizan su poesía, quizás totalmente inversas a esa personalidad que celebramos.
En el principio era un túnel más allá de la muerte,
un eco sin metal, sin sonido de abejas,
era un silencio solo mordido por la ausencia,
y no había más guitarras
que el sueño de la lluvia,
y más pan que la espera del oro de los días.
En el principio era el tiempo. Ningún amor furioso
repartió por sus venas de lacerante fuego
el calor del deleite que emana de los cuerpos,
la tentación y el aire de los últimos labios
que mueren con la luna detrás de las ventanas.
ninguna mano, ni mil manos,
ni un millón de corales,
ni el pecho atravesado del ruiseñor, ni la ceniza,
ni el grito de los pueblos con sus ojos de aceite
buscando los paisajes,
nada a no ser una huella sin su pájaro
un latido sin cauce, una mirada ciega,
pudo de luz y ámbar inaugurar la espuma.
El Grupo Interiorista del Ateneo Insular Francisco Domínguez Charro y el Taller Literario René del Risco Bermúdez, dirigidos por esa maravillosa intelectual, Teresita Martínez, son ahora los herederos de esa creatividad. Y hay pruebas de que sus integrantes han asumido esa herencia con gran responsabilidad y entusiasmo. Conozco los trabajos de algunos de ellos: ahí tenemos la primera novela de Joel Rivera, Soliloquio en el banco de polvo, muy bien comentada por quienes la han leído, y los cuentos de Ramón Perdomo, cada vez más depurados. También he podido disfrutar de la magnífica poesía de doña Teresa Ortiz de Machuca, considerada entre los tres grandes poetas místicos de nuestro país, nada más y nada menos que por nuestro Presidente del Ateneo Insular y Director de la Academia Dominicana de la Lengua, Dr. Bruno Rosario Candelier.
Para mí, es una gran satisfacción estar con ustedes oyéndoles analizar algunas de mis novelas. Estamos, por supuesto, no ante críticos literarios, sino ante conocedores de la literatura, intelectuales que escriben narrativa, la han estudiado y pueden apreciar el trabajo que hace un novelista cuando redacta un texto. Por lo que resultan más significativas las observaciones que ustedes han hecho, pues provienen de sus propias experiencias en la creación de sus textos. Gracias, entonces, a Joel Rivera, Ramón Perdomo y Ciprian Ramírez por esos trabajos tan ponderados que han presentado hoy.
Gracias a doña Teresita Martínez, por esa manera tan exquisita que ha tenido en invitarme a participar de esta experiencia memorable.
Gracias a doña Ana Gross, Directora Municipal de Cultura, por el apoyo que ha dado a esta actividad.
Y gracias a todos ustedes, amigos y amigas, que han venido a compartir este momento.
Cacique de una tribu de esmeralda,
aquel palacio indígena, el bohío
de la corta heredad a que respalda
un monte, que a su vez respalda un río;
cuando el idilio de un Adán silvestre
y su costilla montaraz, le hiciera
venturoso hospedaje,
paraíso terrestre;
lo más saliente y copetudo era
del ameno paisaje.
Con una increíble belleza, el poeta nos cuenta la historia de una choza construida por unos enamorados, que, al ser abandonada, era tomada por la vegetación. Por medio de sus palabras, mi imaginación veía cómo los tentáculos de las enredaderas penetraban la débil madera de las paredes y los chorros de agua lluvia desvencijaban el techo y convertían el lugar habitado en un lugar retomado por la naturaleza.
Ya el albergue sombrío
es un alcor en forma de bohío;
ya su contorno lúgubre se pierde
en la gama riquísima del verde;
ya brota en tanta planta que le enreda,
con matizada y colosal guirnalda,
satinados renuevos de esmeralda,
iris de tul, campánulas de seda!...
¡Transformación magnifica y divina!
cómo de ti se cuida generosa,
Naturaleza, el hada portentosa,
Naturaleza, el hada peregrina!...
Hay otro poema, “Angustias”, del cual recuerdo que describía con enorme sencillez poética las actividades de una muchacha que planchaba y planchaba para poder mantenerse, después de ser engañada por un hombre irresponsable.
Su mano de mujer está grabada
hasta en el lazo azul de la cortina;
no hay jarrones de China,
pero es toda la estancia una monada.
Con un chico detalle,
gracia despliega y bienestar sin tasa,
a pesar de lo pobre de la casa
a pesar de lo triste de la calle.
Cuando el ardiente hogar chispas difunde,
cuando la plancha su trabajo empieza,
para cercar de lumbre su cabeza,
en sólo un haz se aduna
el brillo de dos luces soberanas;
un fragmento de sol, en las ventanas;
un destello de aurora, en una cuna
Está también su obra maestra, “Ololoi”, donde desafía al tirano de turno, Lilís.
Yo, que observo con vista anodina,
cual si fuesen pasajes de China...
Tú, prudencia, que hablas muy quedo,
y te abstienes, zebrada de miedo;
tú, pereza, que el alma te dejas
en un plato de chatas lentejas;
tú, apatía, rendida en tu empeño
por el mal africano del sueño;
y ¡oh tú, laxo no importa! que aspiras
sin vigor, y mirando, no miras...
Él, de un temple felino y zorruno,
halagüeño y feroz todo en uno;
por aquel y el de allá y otros modos,
se hizo dueño de todo y de todos.
No quisiera entrar ahora en el significado de esos poemas. En general, todos los poemas de los hermanos Deligne, Gastón Fernando y Rafael, son planteamientos sobre sucesos, la mayoría comunes, otros trascendentales, para hacer pensar a sus lectores, al mismo tiempo que los deleitan con sus giros de gran aliento poético. Era el comienzo del verismo en la literatura dominicana, que, aupado por estos maestros de la poesía, llevó eventualmente a la creación de uno de los grandes movimientos literarios nuestros, el postumismo, lanzado por ese otro gran maestro, Domingo Moreno Jimenes.
Hoy día, no se puede hablar de literatura macorisana sin mencionar al inmenso Víctor Villegas y sus poemarios Diálogos con Simeón (1977), Charlotte Amalie (1982), todos, incluyendo su último: Muerte herida (2002). Es un hombre extraordinario, con su aporte poético dentro de la Generación del 48 y esa personalidad que todos celebramos y que finalmente Rafael Peralta Romero plasmó en la novela Memoria de Enárboles Cuentes, con sus varios nacimientos, el poema que él escribió en la placenta de su madre, los elefantes enanos y demás fantasías regocijantes, que nos llenan de humor y nos hacen sentir que la vida es maravillosa.
En su poema “Apoteosis de la luz”, sentimos esas manifestaciones de gran vuelo que caracterizan su poesía, quizás totalmente inversas a esa personalidad que celebramos.
En el principio era un túnel más allá de la muerte,
un eco sin metal, sin sonido de abejas,
era un silencio solo mordido por la ausencia,
y no había más guitarras
que el sueño de la lluvia,
y más pan que la espera del oro de los días.
En el principio era el tiempo. Ningún amor furioso
repartió por sus venas de lacerante fuego
el calor del deleite que emana de los cuerpos,
la tentación y el aire de los últimos labios
que mueren con la luna detrás de las ventanas.
ninguna mano, ni mil manos,
ni un millón de corales,
ni el pecho atravesado del ruiseñor, ni la ceniza,
ni el grito de los pueblos con sus ojos de aceite
buscando los paisajes,
nada a no ser una huella sin su pájaro
un latido sin cauce, una mirada ciega,
pudo de luz y ámbar inaugurar la espuma.
El Grupo Interiorista del Ateneo Insular Francisco Domínguez Charro y el Taller Literario René del Risco Bermúdez, dirigidos por esa maravillosa intelectual, Teresita Martínez, son ahora los herederos de esa creatividad. Y hay pruebas de que sus integrantes han asumido esa herencia con gran responsabilidad y entusiasmo. Conozco los trabajos de algunos de ellos: ahí tenemos la primera novela de Joel Rivera, Soliloquio en el banco de polvo, muy bien comentada por quienes la han leído, y los cuentos de Ramón Perdomo, cada vez más depurados. También he podido disfrutar de la magnífica poesía de doña Teresa Ortiz de Machuca, considerada entre los tres grandes poetas místicos de nuestro país, nada más y nada menos que por nuestro Presidente del Ateneo Insular y Director de la Academia Dominicana de la Lengua, Dr. Bruno Rosario Candelier.
Para mí, es una gran satisfacción estar con ustedes oyéndoles analizar algunas de mis novelas. Estamos, por supuesto, no ante críticos literarios, sino ante conocedores de la literatura, intelectuales que escriben narrativa, la han estudiado y pueden apreciar el trabajo que hace un novelista cuando redacta un texto. Por lo que resultan más significativas las observaciones que ustedes han hecho, pues provienen de sus propias experiencias en la creación de sus textos. Gracias, entonces, a Joel Rivera, Ramón Perdomo y Ciprian Ramírez por esos trabajos tan ponderados que han presentado hoy.
Gracias a doña Teresita Martínez, por esa manera tan exquisita que ha tenido en invitarme a participar de esta experiencia memorable.
Gracias a doña Ana Gross, Directora Municipal de Cultura, por el apoyo que ha dado a esta actividad.
Y gracias a todos ustedes, amigos y amigas, que han venido a compartir este momento.
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