Wednesday, August 11, 2010

18a Selvido Candelaria: Urías: La verosimilitud de una ficción ejemplar

Selvido Candelaria en Artemiches junio 2010

URIAS: LA VEROSIMILITUD DE UNA FICCION EJEMPLAR
Sobre el cuento Urias de Manuel Salvador Gautier

Verdad, ficción; ficción, verdad. Es la eterna batalla que libra un autor por alcanzar el punto equidistante en que se pueda ubicar, a fin de lograr una obra literaria sobresaliente. El tema, aunque vino a tomar mayor relieve con el auge del boom latinoamericano (recuérdese la frase “a veces la realidad supera la ficción”), es tan viejo como las mismas creaciones de arte escritural. ¿Cuánto hay de realidad imaginada o de imaginación realística en el Génesis, en el Ramayana, en el Chilam Balam, en la Eneida o en la Odisea? ¿Quién puede, después de habérnoslo explicado sus autores, negar la existencia de un infierno como el de La divina comedia o el Macondo de Cien años de soledad?

Basado en estos criterios, los autores en general, buscan día a día el balance adecuado entre ambos conceptos para dosificar sus creaciones con la medida perfecta, en una constante exploración por la excelencia. El logro de este objetivo hará que una obra consiga remontar las pequeñas elevaciones que circundan el valle de la cotidianidad artística y remonte hasta las cumbres de lo imperecedero.

Muchos críticos asumen que una obra debe rebelarse contra los cánones regulares para trascender. Es más, algunos los hay que reniegan de cualquier trabajo que no plantee un desguazamiento de los métodos tradicionales de escritura. Pero no todas las producciones sobresalientes de la literatura universal han sido engendradas de esa forma. Ni siquiera la mayoría. Más aún, se han dado casos en que la producción de una obra monumental ha sido realizada bajo formas estéticas en franca decadencia o superadas al momento de su composición. Tal es el caso del extraordinario poema “Cementerio marino” de Paul Valéry, composición de factura modernista (al más rancio estilo rubendariano) elaborada en una época cuando esta escuela se suponía desplazada por el creacionismo, el cubismo, el dadaísmo y otras corrientes que se disputaban las vanguardias al principio del siglo XX.

¿Cuál ha de ser entonces, a nuestro humilde entendimiento, el elemento indispensable para la trascendencia de una obra literaria? Lo que chorrea a borbotones en el cuento Urías de Manuel Salvador Gautier: la capacidad ingeniosa de conmover al ser mientras se hace un planteamiento real o ficticio, con las herramientas idiomáticas que el autor prefiera, ayudado única y exclusivamente por el discernimiento de su intelecto y la abstracción de su sensibilidad.

Y no otra cosa se puede decir de esta excelente pieza narrativa. Con un ritmo apacible, con unos términos sencillos pero escogidos con la precisión de un cirujano, con un incisivo conocimiento del comportamiento humano (fruto indiscutido de minuciosos estudios sobre su desarrollo cultural) el autor va rellenándole lagunas a un relato de tres mil años para lograr con su reescritura, desde el esbozo hecho por Samuel, una narración detallada y verosímil sobre el escandaloso episodio de traición y lujuria protagonizado por el rey David y la esposa de su soldado Urías.

Yo, Urías el heteo, soy hombre de bien. Un soldado. Pertenezco al cuerpo de caballería del ejército de la casa de Israel. En ocasiones, he guiado una carroza, aunque este artefacto de guerra no es mi fuerte; me siento más cómodo encima del caballo. He engrosado las primeras filas de muchas batallas, dispuesto a morir por la magnificencia de nuestro rey David, la supremacía del Arca de la Alianza y la gloria de los pueblos de nuestro Dios Jehová.

En esta introducción se detecta el armazón de integridad sobre el que ha sido construido el hombre que se auto describe. Pero además se percibe la humildad y lealtad que sin arrogancia se manifiesta desde lo más hondo del sentimiento. Ahora bien, es bueno señalar que estos indicios son obra del autor del cuento; no parte del relato original. Esto es importante porque a partir de aquí el lector podrá tener una perspectiva más amplia para entender la tragedia y la grandeza de este hombre. Bueno es también llamar la atención sobre el aterciopelado puente estilístico que tiende el autor entre lo agregado y lo original, de tal forma que se hace imperceptible la transición de uno a otro, como si la prótesis fuera un injerto practicado por el mismo Dios.
A partir de este inicio el escritor va acomodando, cual relojero suizo, datos precisos en espacios específicos para que una historia esquematizada y reticente se nos convierta en la narración prolija y minuciosa que nos lega Gautier.

Cuando, hace apenas unos días, nuestro rey David dio instrucciones al jefe militar Joab de enviarme a Jerusalén, yo conocía el motivo. Aquellos que permanecen en nuestras poblaciones no tienen idea de lo rápido que llegan al campo de guerra las noticias de lo que ocurre por allá, y más aún, tratándose de algún escándalo provocado por el Rey…
No es la primera vez que Betsabé me traiciona; pero, al menos, las otras veces lo hizo con sujetos que pude eliminar…
Esta vez era inadmisible adoptar una de esas opciones, pues el Rey, para un soldado, es intocable. Además nuestro Rey David está muy bien custodiado…

Con detalles como estos nos va mostrando el narrador que en este personaje existe también un sentido de lo práctico, inherente a todo hombre que ha alcanzado su posición. Es decir, nos lo presenta no como un ungido que ha escalado por favoritismos sino como alguien que ha llegado allí por un sexto sentido que lo hace tamizar las oportunidades para escoger la más propicia a sus conveniencias. Como es natural en un ser humano que logra preeminencia.

Así se mantiene el cronista durante todo el trayecto de la narración, sin estridencias, pero organizando (y organizándonos) concienzudamente para exponer la esencia de su mensaje que logra impecablemente cuando ya al final, para redondear la joya que ha estado puliendo, nos remacha lo que, a mi entender, es el objetivo fundamental del cuento:

Si he estado dispuesto, durante todos estos tiempos, a morir por nuestro Rey David, por la supremacía del Arca de la Alianza y por los pueblos de nuestro Dios Jehová, ahora es preciso que esté dispuesto a morir por mí mismo, por una causa absolutamente mía: por mi integridad y por mi honor.

Cuanta exactitud en los detalles, cuanta galanura en el lenguaje, pero sobre todo qué maravilloso rescate de la dignidad mancillada. Si el honor, la lealtad, la humildad y el sacrificio son rasgos dignos de elevarse dentro de la ética que nos rige, y si las buenas obras literarias deben propugnar, para llegar a tales linderos, por la exaltación de estos, sin lugar a dudas que estamos frente a una expresión genuina de altísima calidad artística y otro maravilloso ejemplo de reivindicación histórica.

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