PALABRAS DE MANUEL SALVADOR GAUTIER
EN LA INAUGURACIÓN DE LA CALLE EN SU NOMBRE
XIII Feria Internacional Santo Domingo 2010
4 de mayo de 2010
Tengo que confesarles que nunca pensé que una calle de esta ciudad llevaría mi nombre. Para mí, los miembros de mi familia que lo merecen son mi abuelo, el Dr. Salvador Bienvenido Gautier, cuyo nombre lleva el hospital del Seguro Social, y quien dirigió durante décadas el Hospital Padre Billini, inclusive en uno de los momento más aciagos para la ciudad de Santo Domingo, durante el Ciclón de San Zenón de 1930, y mi padre, el Ing. Manuel Salvador Gautier, quien trazó la frontera entre la República Dominicana y Haití en los años de 1928 a 1935, cuando, para llegar, había que ir en mulo o a pie y la comunicación era por telégrafo, donde la hubiera. Ninguno de los dos tiene calles en su nombre. Me correspondió a mí… Como dice, con conformismo de indo mexicano, el novelista que ha deslumbrado nuestra Feria, Carlos Fuentes, en su novela La región más transparente: “Pues bien. Aquí nos tocó vivir. ¡Qué le vamos a hacer!”, y digo yo, con optimismo de campesino dominicano: ¡Pues nada!, y en lo que el hacha va y viene, ¡fiesta y mañana gallos!
No sé cómo agradecer al Lic. José Rafael Lantigua, Ministro de Cultura, el que me haya honrado, dedicándome un día de la XIII Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2010. Lo cual significa el nombramiento por un año de esta calle en el recinto de la Feria, y, por supuesto, el reconocimiento, durante toda la Feria, de mi obra literaria. La Feria del Libro de Santo Domingo es, sin lugar a dudas, el evento literario más importante del país, con proyecciones internacionales, y el hervidero donde se cuecen una serie de buenas oportunidades para los escritores dominicanos. También donde se conoce todo lo que está pasando en nuestro mundo literario.
Recuerdo en 1996, fecha en que yo, todavía bisoño dentro de ese mundo, pasé por donde estaba el pabellón de la Librería La Trinitaria, y doña Virtudes Uribe, esa gran promotora de la literatura dominicana, me llamó. “¡Te felicito, Doi!, me dijo. ¡Te ganaste el Premio Nacional de Novela de este año!”. Era por mi segunda obra, Toda la vida. Aún no sé si lo supo por trasmano o porque ya habían dado el veredicto y yo no me había enterado. El caso es que ella lo sabía y lo que me dijo me llenó de gozo. Y fue en una Feria del Libro.
En otra ocasión, ya por el año 2000, tenía el encargo del Dr. Bruno Rosario Candelier, Presidente del Ateneo Insular y actual Director de la Academia de la Lengua, de formar un círculo literario del Ateneo. Pues bien, fue en la Feria de ese año que recluté a dos jóvenes brillantes, Hecmilio Galván, actual dirigente del movimiento La Multitud, y a Denisse Marmolejos, multifacética intelectual, que formaron parte del Franja G, como llamamos al grupo Francisco Javier Angulo Guridi. Eso ocurrió en la Feria.
En otra ocasión más reciente, la poeta Romina Bayo, compañera del Ateneo Insular, me sorprendió diciéndome triunfalmente: “¡Conseguí tu libro Historias para un buen día!”. La obra ya estaba agotada en las librerías, y ella la compró en uno de esos estantes en la Feria donde venden libros usados. Señores, ¡ahí me percaté que ya mi obra era rescatada por mis lectores y admiradores de los estancos de segundo uso! ¡Hombre!. Y eso pasó en la Feria del Libro.
En fin, que desde que comencé a asistir a las ferias de libros en nuestro país, las disfruto enormemente porque son maravillosas como espectáculo; reforzadoras de nuestra intelectualidad, por las posibilidades de adquirir obras y conocimientos, y, sobre todo, muy dominicanas, por su espontaneidad y ese ir y venir de muchachas y muchachos jóvenes que, a veces, nos perturba por lo multitudinario, pero, que siempre nos estimula a pensar en un futuro mejor.
Cuando comencé a escribir narrativa, en 1986, no me imaginé que llegaría al lugar en que me encuentro, reconocido y laureado. Para muchos, mi proeza es una demostración de la persistencia de una persona, ya avanzada en edad, de hacer lo que siempre había deseado hacer, y esto es verdad. Siempre, desde muy joven, deseé escribir novelas. Me decidí a hacerlo cuando ya tenía 56 años. Pero no es cierto que sea un escritor tardío, como señalan algunos. Tengo una buena cantidad de ensayos y artículos escritos sobre urbanismo, arquitectura y restauración, publicados desde la década de 1960 en revistas especializadas como el Boletín del Museo de las Casas Reales, Codia, Arquitexto, Arquivox, Icomos y en el periódico La Noticia; además de ensayos que nunca publiqué preparados para seminarios, conferencias y otras actividades profesionales. Algunos son bastante extensos, y todos están muy bien redactados. También preparé las cátedras de Diseño Arquitectónico que, de haberme empeñado, pude haberlas publicado como un libro de texto.
Comencé a escribir narrativa en mi madurez, cuando consideré que ya no podía esperar más para expresar mi sensibilidad como intérprete del mundo, es decir, para sacar a relucir la disposición que tengo de sentir y exponer, organizando en una historia las fuerzas que interactúan en el universo.
Quiero ahora hacer el reconocimiento que siempre hago en estos momentos al Ateneo Insular, el círculo literario al cual pertenezco. Allí encontré a un grupo de intelectuales, dirigidos por el Dr. Bruno Rosario Candelier.
En el Ateneo existen dos aspectos fundamentales que han contribuido a mi formación literaria: La filosofía interiorista que me ha llevado a la reflexión sobre la metafísica, el misticismo y el mito, y ha incorporado una riqueza espiritual a mis escritos que no hubiera logrado de otra manera; y las tertulias donde se discuten temas literarios de alta envergadura y se tratan con gran discernimiento las creaciones literarias de sus miembros. Sin las orientaciones sobre la metafísica, el misticismo y el mito del Dr. Rosario Candelier, las disquisiciones de los poetas Pedro José Gris y Carmen Pérez sobre sus convicciones literarias y las discusiones entre los miembros del Ateneo sobre la poesía y los poetas, no hubiera podido escribir las novelas Serenata y Un árbol para esconder mariposas, y, especialmente, El asesino de las lluvias y La fascinación de la rosa.
En el Ateneo he desarrollado el arte de la crítica literaria o el ensayo corto. El Dr. Rosario Candelier me asignaba trabajos a realizar para discutir en las tertulias. He escrito decenas de ensayos, todos con consideraciones y propuestas de mucho peso en cuanto al tema, generalmente una obra narrativa. Entre estos, hice “La fatalidad no está en un campanario de París”, que trata sobre la novela Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, y que ganó en el 2002 uno de los premios de ensayo patrocinado por la Secretaría de Cultura y la Embajada Francesa con motivo del bicentenario del nacimiento de Víctor Hugo. El trabajo fue publicado en español y en francés y difundido a nivel internacional.
También por disposición del Dr. Rosario Candelier, aunque con menos afluencia, pues prefiero la narrativa de largo alcance, he escrito cuentos con temas bíblicos y otros. Uno de ellos, “Urías”, traducido al italiano, ganó en el 2005 el segundo premio de cuentos en un concurso internacional patrocinado por la Editora Il Molo, de Viareggio, Italia.
Gracias al Ateneo gané confianza en la redacción de mi obra literaria y, ahora, puedo decir, sin rubor, que soy un literato formado, con un cuerpo de obras fundamentales en la literatura dominicana que no todos los intelectuales pueden mostrar en nuestro país.
Quiero terminar mis palabras agradeciendo a una gran persona que conocí en la gestación del la Sociedad Dominicana de Escritores, SODES: al filósofo Alejandro Arvelo, Director de la Feria del Libro, que, no lo dudo, ha contribuido a que esta fiesta de hoy sea preciosa para mí.
Mi agradecimiento, también, a todos ustedes, que han venido a acompañarme hoy. Es una gran demostración de compañerismo y afecto estar bajo este solazo (o esta lluvia) para oírme y felicitarme. Un abrazo a todos. Gracias de todo corazón.
4 de mayo de 2010
Tengo que confesarles que nunca pensé que una calle de esta ciudad llevaría mi nombre. Para mí, los miembros de mi familia que lo merecen son mi abuelo, el Dr. Salvador Bienvenido Gautier, cuyo nombre lleva el hospital del Seguro Social, y quien dirigió durante décadas el Hospital Padre Billini, inclusive en uno de los momento más aciagos para la ciudad de Santo Domingo, durante el Ciclón de San Zenón de 1930, y mi padre, el Ing. Manuel Salvador Gautier, quien trazó la frontera entre la República Dominicana y Haití en los años de 1928 a 1935, cuando, para llegar, había que ir en mulo o a pie y la comunicación era por telégrafo, donde la hubiera. Ninguno de los dos tiene calles en su nombre. Me correspondió a mí… Como dice, con conformismo de indo mexicano, el novelista que ha deslumbrado nuestra Feria, Carlos Fuentes, en su novela La región más transparente: “Pues bien. Aquí nos tocó vivir. ¡Qué le vamos a hacer!”, y digo yo, con optimismo de campesino dominicano: ¡Pues nada!, y en lo que el hacha va y viene, ¡fiesta y mañana gallos!
No sé cómo agradecer al Lic. José Rafael Lantigua, Ministro de Cultura, el que me haya honrado, dedicándome un día de la XIII Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2010. Lo cual significa el nombramiento por un año de esta calle en el recinto de la Feria, y, por supuesto, el reconocimiento, durante toda la Feria, de mi obra literaria. La Feria del Libro de Santo Domingo es, sin lugar a dudas, el evento literario más importante del país, con proyecciones internacionales, y el hervidero donde se cuecen una serie de buenas oportunidades para los escritores dominicanos. También donde se conoce todo lo que está pasando en nuestro mundo literario.
Recuerdo en 1996, fecha en que yo, todavía bisoño dentro de ese mundo, pasé por donde estaba el pabellón de la Librería La Trinitaria, y doña Virtudes Uribe, esa gran promotora de la literatura dominicana, me llamó. “¡Te felicito, Doi!, me dijo. ¡Te ganaste el Premio Nacional de Novela de este año!”. Era por mi segunda obra, Toda la vida. Aún no sé si lo supo por trasmano o porque ya habían dado el veredicto y yo no me había enterado. El caso es que ella lo sabía y lo que me dijo me llenó de gozo. Y fue en una Feria del Libro.
En otra ocasión, ya por el año 2000, tenía el encargo del Dr. Bruno Rosario Candelier, Presidente del Ateneo Insular y actual Director de la Academia de la Lengua, de formar un círculo literario del Ateneo. Pues bien, fue en la Feria de ese año que recluté a dos jóvenes brillantes, Hecmilio Galván, actual dirigente del movimiento La Multitud, y a Denisse Marmolejos, multifacética intelectual, que formaron parte del Franja G, como llamamos al grupo Francisco Javier Angulo Guridi. Eso ocurrió en la Feria.
En otra ocasión más reciente, la poeta Romina Bayo, compañera del Ateneo Insular, me sorprendió diciéndome triunfalmente: “¡Conseguí tu libro Historias para un buen día!”. La obra ya estaba agotada en las librerías, y ella la compró en uno de esos estantes en la Feria donde venden libros usados. Señores, ¡ahí me percaté que ya mi obra era rescatada por mis lectores y admiradores de los estancos de segundo uso! ¡Hombre!. Y eso pasó en la Feria del Libro.
En fin, que desde que comencé a asistir a las ferias de libros en nuestro país, las disfruto enormemente porque son maravillosas como espectáculo; reforzadoras de nuestra intelectualidad, por las posibilidades de adquirir obras y conocimientos, y, sobre todo, muy dominicanas, por su espontaneidad y ese ir y venir de muchachas y muchachos jóvenes que, a veces, nos perturba por lo multitudinario, pero, que siempre nos estimula a pensar en un futuro mejor.
Cuando comencé a escribir narrativa, en 1986, no me imaginé que llegaría al lugar en que me encuentro, reconocido y laureado. Para muchos, mi proeza es una demostración de la persistencia de una persona, ya avanzada en edad, de hacer lo que siempre había deseado hacer, y esto es verdad. Siempre, desde muy joven, deseé escribir novelas. Me decidí a hacerlo cuando ya tenía 56 años. Pero no es cierto que sea un escritor tardío, como señalan algunos. Tengo una buena cantidad de ensayos y artículos escritos sobre urbanismo, arquitectura y restauración, publicados desde la década de 1960 en revistas especializadas como el Boletín del Museo de las Casas Reales, Codia, Arquitexto, Arquivox, Icomos y en el periódico La Noticia; además de ensayos que nunca publiqué preparados para seminarios, conferencias y otras actividades profesionales. Algunos son bastante extensos, y todos están muy bien redactados. También preparé las cátedras de Diseño Arquitectónico que, de haberme empeñado, pude haberlas publicado como un libro de texto.
Comencé a escribir narrativa en mi madurez, cuando consideré que ya no podía esperar más para expresar mi sensibilidad como intérprete del mundo, es decir, para sacar a relucir la disposición que tengo de sentir y exponer, organizando en una historia las fuerzas que interactúan en el universo.
Quiero ahora hacer el reconocimiento que siempre hago en estos momentos al Ateneo Insular, el círculo literario al cual pertenezco. Allí encontré a un grupo de intelectuales, dirigidos por el Dr. Bruno Rosario Candelier.
En el Ateneo existen dos aspectos fundamentales que han contribuido a mi formación literaria: La filosofía interiorista que me ha llevado a la reflexión sobre la metafísica, el misticismo y el mito, y ha incorporado una riqueza espiritual a mis escritos que no hubiera logrado de otra manera; y las tertulias donde se discuten temas literarios de alta envergadura y se tratan con gran discernimiento las creaciones literarias de sus miembros. Sin las orientaciones sobre la metafísica, el misticismo y el mito del Dr. Rosario Candelier, las disquisiciones de los poetas Pedro José Gris y Carmen Pérez sobre sus convicciones literarias y las discusiones entre los miembros del Ateneo sobre la poesía y los poetas, no hubiera podido escribir las novelas Serenata y Un árbol para esconder mariposas, y, especialmente, El asesino de las lluvias y La fascinación de la rosa.
En el Ateneo he desarrollado el arte de la crítica literaria o el ensayo corto. El Dr. Rosario Candelier me asignaba trabajos a realizar para discutir en las tertulias. He escrito decenas de ensayos, todos con consideraciones y propuestas de mucho peso en cuanto al tema, generalmente una obra narrativa. Entre estos, hice “La fatalidad no está en un campanario de París”, que trata sobre la novela Nuestra Señora de París de Víctor Hugo, y que ganó en el 2002 uno de los premios de ensayo patrocinado por la Secretaría de Cultura y la Embajada Francesa con motivo del bicentenario del nacimiento de Víctor Hugo. El trabajo fue publicado en español y en francés y difundido a nivel internacional.
También por disposición del Dr. Rosario Candelier, aunque con menos afluencia, pues prefiero la narrativa de largo alcance, he escrito cuentos con temas bíblicos y otros. Uno de ellos, “Urías”, traducido al italiano, ganó en el 2005 el segundo premio de cuentos en un concurso internacional patrocinado por la Editora Il Molo, de Viareggio, Italia.
Gracias al Ateneo gané confianza en la redacción de mi obra literaria y, ahora, puedo decir, sin rubor, que soy un literato formado, con un cuerpo de obras fundamentales en la literatura dominicana que no todos los intelectuales pueden mostrar en nuestro país.
Quiero terminar mis palabras agradeciendo a una gran persona que conocí en la gestación del la Sociedad Dominicana de Escritores, SODES: al filósofo Alejandro Arvelo, Director de la Feria del Libro, que, no lo dudo, ha contribuido a que esta fiesta de hoy sea preciosa para mí.
Mi agradecimiento, también, a todos ustedes, que han venido a acompañarme hoy. Es una gran demostración de compañerismo y afecto estar bajo este solazo (o esta lluvia) para oírme y felicitarme. Un abrazo a todos. Gracias de todo corazón.
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