Sunday, May 9, 2010

06c Máximo Vega: Un árbol para esconder mariposas

UN ÁRBOL PARA ESCONDER MARIPOSAS
Por Máximo Vega
Máximo Vega ante la mesa principal
La novela Un árbol para esconder mariposas nos cuenta una historia de amor. Pero, al mismo tiempo, no es sólo una historia de amor. Es la historia de Tian, un negro dominicano, que pertenece a los sectores más pobres de nuestra sociedad –como sucede regularmente en nuestro país con los individuos racialmente descendientes de africanos -, y de Liliana, una blanca, perteneciente a la burguesía nacional. Por lo tanto, es una historia de amor interracial. Tian motoriza prácticamente toda la novela, puesto que él aspira a ser un hougán, un oficiante del sincretismo religioso dominicano, y su historia es mucho más interesante que la de Liliana. Tian es bello, inteligente, ambicioso, y se enamora profundamente de Liliana, que pertenece a otra raza y a otra clase social. En la novela, realizamos un viaje espiritual, iniciático para los que ignoran este mundo trascendente, hacia el sincretismo religioso dominicano. Tian, siempre fiel a su propia identidad racial, clasial y religiosa, recibe a Tinyó Alahué, el señor de las aguas de la santería dominicana.
El libro empieza contándonos acerca de las mariposas que titulan la obra: “Por lo menos el día comenzó sin mariposas negras”, nos informa el autor en el primer capítulo. Las mariposas, preludios simbólicos de la fatalidad, aparecen a cada momento a lo largo de la historia: mariposas negras que Tian nunca desea que aparezcan, a las que siempre les huye con un fervor religioso. Esta historia de amor se encuentra también marcada por la tragedia: cuando las mariposas finalmente se presentan, la fatalidad se cierne inevitablemente sobre la pareja.
La historia parece querer presentarnos una integración social y racial que, sin embargo, no llega a materializarse. Como en el “Yelidá” de Tomás Hernández Franco, la unión interracial se encuentra condenada al fracaso. Parece como si no hubiésemos avanzado en este sentido, como si existieran en nuestra sociedad dos mundos profundamente divididos y claramente demarcados. Hay que reconocer en el autor el estudio, la investigación tan pormenorizada que hace sobre la religiosidad popular, la santería dominicana, una parte tan importante de nuestra cultura popular que sin embargo ha sido desestimada tan grandemente por los estamentos del poder. La novela intenta ser, pienso yo, más que una sencilla historia de amor entre dos personas de orígenes tan diferentes, una propuesta acerca de una integridad total, es decir, económica, racial, religiosa, familiar, de la sociedad dominicana. Un negro pobre, posible hougán de Tinyó Alahué, se une a una mujer blanca, rica, escéptica en cuestiones religiosas, sobre todo las de origen africano, como sucede en la mayoría de las personas pertenecientes a su clase social. Y es conveniente también reconocer que, en toda la obra, no nos encontramos con lugares comunes ni situaciones prefabricadas: Tian, por ejemplo, es más bello que su compañera, que es más bien un poco gordita y no necesariamente muy atractiva –recordemos que, en nuestro país, existe un marcado racismo estético. ¿Es posible, se pregunta el autor constantemente, es posible que esta relación llegue a buen puerto, que esta pareja sea feliz, que esta integración sea posible? Lamentablemente, la respuesta que nos da el autor es negativa. Puesto que la historia termina en tragedia, y esta tragedia acontece debido, precisamente, al sincretismo religioso. No sé si el propio autor ha sido consciente del fracaso de esta integración, puesto que a veces el fluir de la historia, cuando se está escribiendo (cualquier escritor lo sabe), tiene que ver con cierto tipo de abandono e irracionalidad, pero lo cierto es que el fracaso de esta aventura amorosa tiene que ver con la aceptación del protagonista de su destino social y religioso. Cuando Tian acepta ser hougán, y cuando acepta que debe luchar por la libertad de su clase social y por su propio país, ocurre la tragedia. Y Liliana, la esposa escéptica, nunca logra entender completamente a su marido, así como él nunca llega a acostumbrarse totalmente a una vida familiar común y corriente, anodina, banal, como sucede con toda vida familiar llena de felicidad. El fantasma de la religiosidad que acompaña a Tian, en la figura casi simbólica de su madre (Mamá Yoyó), que lo persigue como una sombra que le recuerda constantemente sus orígenes, no lo abandonará jamás, hasta el día de su desaparición física, así como siempre vivirá con el temor permanente a la aparición de las mariposas negras, que pueden oscurecer su espíritu y traer malos augurios.
Entonces, ¿qué significado puede tener este desenlace? ¿Pesimismo, acaso, tal vez sabiduría, madurez, desencanto por la realidad? En esta novela, como sucede en las demás obras de Manuel Salvador Gautier, el ambiente, las fechas, la situación política y social, como telón de fondo a la historia principal, nos recuerdan las vicisitudes a las que se ha visto sometido nuestro país a lo largo de su historia: en la obra aparece la matanza de los liboristas en Palma Sola, por ejemplo, movimiento al que pertenece Tian por herencia familiar; los llamados doce años de Joaquín Balaguer; el autoexilio que se impuso una cantidad considerable de dominicanos en la ciudad de Nueva York, huyendo de la realidad política. Y, al mismo tiempo, la delincuencia común en los Estados Unidos, el pandillerismo, el narcotráfico. Porque esa realidad, en la obra, no es gratuita, puesto que afecta notablemente a la pareja, sobre todo a Tian, debido a que, generalmente, la realidad social perturba principalmente a las capas más desposeídas de la sociedad. ¿Tiene que ver ese pesimismo, esta desintegración, con esa realidad política que nos ha afectado como nación durante tantos años? Teniendo en cuenta que el autor ha sido testigo de la mayoría de estas épocas y realidades, es posible entonces que la respuesta sea positiva. Y, al mismo tiempo, ¿con cuál de los dos personajes (o más precisamente: con cuál de los dos mundos) nos sentimos identificados como dominicanos? ¿Con el aséptico de Liliana, o con el sincrético de Tian? La realidad es que, como lectores, reconocemos en Tian una dominicanidad innegable, a través de su identificación culturalmente rica y sincrética.
Pero, dejando atrás estos argumentos especulativos, debemos concentrarnos también en la forma en que está construida la novela, es decir, en su lenguaje, en su estructura. Alternativamente, el libro se encuentra narrado por ambos personajes principales: a veces por Tian, a veces por Liliana. Pero también nos cuenta un narrador omnisciente, en tercera persona. Obviamente, la narración de Liliana es directa, práctica; la de Tian, llena de dudas, de impresiones poéticas sobre la espiritualidad; la comunión de ambas construye el libro. La historia se arma a través de ambas visiones, a veces contradictorias, sobre los hechos. El tercer narrador no hace más que llenar, artesanalmente, los cabos sueltos. Liliana solamente llega a la poesía cuando nos habla del amor hacia Tian, Tian lo hace cuando nos habla acerca de su mundo y su herencia familiar. Al lector le corresponderá escoger quién tiene la razón entre estos dos mundos separados y, sin embargo unidos, a través de un gran amor.
El autor se encarga de introducirnos, a través de las palabras, por supuesto, en ese viaje sincrético hacia la religiosidad popular. Recordamos palabras ya prácticamente olvidadas por este mundo urbano y tecnológico que al mismo tiempo parece tan superficial y vacío: la palabra hungan, por ejemplo (es curioso, pero yo reconocía esa palabra como hougán, lo que significa que debe haber dos formas de escribirla, puesto que debemos recordar que esas palabras nos llegan a través de la oralidad), Tinyó Alahué, señor de las aguas, así como los demás personajes de la religiosidad popular. Nuestras tradiciones caribeñas más ancestrales (un ataque de epilepsia puede significar la entrada de una de estas entidades a nuestro cuerpo). Anaísa, Erzilié, Belié Belcán, el servidor, el caballo, la palabra luases. Una serie de palabras profundamente dominicanas, pero con una raíz africana descartada de antemano por los estamentos del poder. Lo que significa también: una capacidad crítica de nuestro propio lenguaje, de la aceptación de nuestra propia racialidad, una capacidad crítica de la realidad y nuestras tradiciones.
Al final, nos gustaría, por supuesto, felicitar a nuestro homenajeado, un escritor dominicano que empezó a publicar lo que escribía ya pasada un poco la edad en la que la mayoría de los escritores empieza a publicar. Claro que ha habido otros casos similares en la historia de la literatura, algunos tan prestigiosos como el de Naguib Mahfuz, que empezó a realizar su obra luego de ser pensionado en su trabajo como burócrata del estado, en Egipto, o el de Jorge Luis Borges, que escribió sus mejores libros luego de haber cumplido los sesenta años, tomándose un respiro de casi veinte años, o el de José Saramago, que luego de muchos años sin publicar (su excusa era que no tenía nada que decir), aparecieron sus mejores novelas: “El Año de la Muerte de Ricardo Reis”, “Memorial del Convento”, “El Evangelio Según Jesucristo”, etc. En un escritor, sobre todo en un narrador, la madurez cronológica es un elemento imprescindible. No ha habido niños prodigios en la narrativa, aunque sí en la pintura, en la poesía, en la música. En la narrativa se debe tener cierta experiencia, cierta sabiduría, cierta madurez, para llegar a la maestría. Así que, reconociendo lo prolífico que es un autor como nuestro homenajeado esta noche, le agradecemos a Manuel Salvador Gautier que se haya tomado su tiempo para sacar a la luz sus obras, que ya forman parte de la historia de la literatura dominicana.


Máximo Vega.
2010.-

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