Rubén Sánchez Féliz lee su trabajo. A su lado, Kianny Antigua.
UN ÁRBOL QUE ENGENDRA MARIPOSAS
Acercamiento crítico a Un árbol para esconder mariposas, de Manuel Salvador Gautier.
4ta. Feria del Libro Dominicano en Nueva York
3 de octubre, en Boricua College
Por Rubén Sánchez Féliz
—Yo soy el hijo del cielo, el hijo de la tierra, el hijo del agua. Yo soy la transparencia del agua, la espesura del monte, el fragor de la cascada. Yo soy la clemencia de los espíritus, el portador del ruego. Yo vengo del confín del mundo a postrarme a los pies suyos.
Manuel Salvador Gautier
Manuel Salvador Gautier
Introducción
Hace más de un siglo, en 1871, para ser exacto, aparece El origen del hombre, un texto de innegable importancia científica y antropológica, escrito por el naturalista inglés Charles Darwin. Allí, en el capítulo primero, Darwin se plantea la siguiente interrogante, refiriéndose al hombre y sus diferencias raciales, “¿De qué modo estas razas están distribuidas sobre la tierra y cómo influyen unas sobre otras, tanto en la primera como en las demás generaciones, cuando hay entre ellas cruzamientos?” (Darwin 6). En un capítulo posterior, Darwin, a través de varios argumentos sustentados en estudios y observaciones, si bien no lo hace de manera directa, se inclina hacia el monogenismo, a saber, doctrina antropológica según la cual todas las razas humanas descienden de un tipo primitivo y único. Tal vez podamos partir de esta postura filosófica, si se quiere, para resolver la incógnita que suscita el matrimonio interracial de Liliana y Tian en Un árbol para esconder mariposas, del laureado novelista dominicano, Manuel Salvador Gautier.
En la novela, Gautier narra una historia de amor, traza un cuadro complejo, heterogéneo, que sirve de marco para una amplia reflexión sobre varios temas culturales, sociales, antropológicos, históricos, en fin, una amplia reflexión sobre el hombre, el ser y las relaciones entre sí y su medio ambiente. Si bien debemos señalar que entre Liliana y Tian hay una marcada diferencia cultural y social, nuestro autor, al momento de describirlos, detalla, pinta más bien, con garbo y sutileza, algunas características que en vez alejar a nuestros personajes, los acerca, los une mucho más de lo que señalan el color de la piel y la religión que profesan. Ella: “Con su caminar de negra antojadiza que domina la pisada con su ritmo impertinente de abeja zumbadora” (Gautier 16), es blanca; blanca, reitero, a pesar del “Gesto intolerante de Erzilié o el procaz de Ana Isa en un arranque de espontaneidad para seducir el espíritu” (Gautier 16). Él: “Con sus facciones de talla etíope y su cuerpo de discóbolo griego” (Gautier 21), es negro.
Ella y él son dominicanos y se conocen en Nueva York. Ella, que va a la universidad y realiza estudios de las artes, se sabe blanca; él, refinado autodidacta, que tiene la sensibilidad para ser hungán de la división radá, dedicado al misterio Tinyó Alahué, se sabe negro; ella y él son una mujer y un hombre como todos los hombres y mujeres, hijos de Adán, de la Eva bíblica, o la mitocondrial, de seres melanodérmicos o, acaso, de la nada hegeliana, azul y fría como un témpano, un vacío perfecto que los arroja a un abismo, a la indistinción en sí mismo. No sabemos. No logramos, no podemos saber. ¿Por qué? Porque, como diría Campoamor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.
1. Las mariposas negras
En la novela, Gautier narra una historia de amor, traza un cuadro complejo, heterogéneo, que sirve de marco para una amplia reflexión sobre varios temas culturales, sociales, antropológicos, históricos, en fin, una amplia reflexión sobre el hombre, el ser y las relaciones entre sí y su medio ambiente. Si bien debemos señalar que entre Liliana y Tian hay una marcada diferencia cultural y social, nuestro autor, al momento de describirlos, detalla, pinta más bien, con garbo y sutileza, algunas características que en vez alejar a nuestros personajes, los acerca, los une mucho más de lo que señalan el color de la piel y la religión que profesan. Ella: “Con su caminar de negra antojadiza que domina la pisada con su ritmo impertinente de abeja zumbadora” (Gautier 16), es blanca; blanca, reitero, a pesar del “Gesto intolerante de Erzilié o el procaz de Ana Isa en un arranque de espontaneidad para seducir el espíritu” (Gautier 16). Él: “Con sus facciones de talla etíope y su cuerpo de discóbolo griego” (Gautier 21), es negro.
Ella y él son dominicanos y se conocen en Nueva York. Ella, que va a la universidad y realiza estudios de las artes, se sabe blanca; él, refinado autodidacta, que tiene la sensibilidad para ser hungán de la división radá, dedicado al misterio Tinyó Alahué, se sabe negro; ella y él son una mujer y un hombre como todos los hombres y mujeres, hijos de Adán, de la Eva bíblica, o la mitocondrial, de seres melanodérmicos o, acaso, de la nada hegeliana, azul y fría como un témpano, un vacío perfecto que los arroja a un abismo, a la indistinción en sí mismo. No sabemos. No logramos, no podemos saber. ¿Por qué? Porque, como diría Campoamor, nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del cristal con que se mira.
1. Las mariposas negras
“Por lo menos el día comenzó sin mariposas negras” (Gautier 13). Así inicia la novela, con una alusión a las mariposas negras como un símbolo de mal agüero y luego, para cerrar el primer fragmento, se retoma el mismo elemento en una obvia señal de desasosiego, “Hoy siento que vendrán a importunarme las mariposas negras” (Gautier 18). En toda la novela hay unas siete alusiones a las mariposas negras, casi todas finalizando un fragmento o capítulo en donde habla o piensa Tian. Pero en realidad, el lector nunca “ve” a Tian enfrentado a las mariposas negras, y esto es, indudablemente, un gran acierto, ya que el autor utiliza la reiteración de este elemento para mantener el interés, atizar la tensión narrativa, trasmitir esa fatal sensación que desemboca inexorablemente en la tragedia. Si nos fijamos en las primeras tres palabras con que inicia la novela, por ejemplo, nos damos cuenta, de inmediato, de que las mariposas negras tienen una connotación negativa. Esta constante, sin embargo, se sepulta hacia el final de la novela con una reflexión de Liliana. Pero antes de llegar allí, hay que transitar un camino donde estos bichos merodean a sus anchas y, acechantes, no transigen. El lector, por su lado, a pesar de esa suerte de temor, se deja arrastrar por la curiosidad, por la seducción, y sucumbe a este suplicio, transitando el camino con el tormento con que un soldado se mueve en un campo minado.
El estado anímico de Tian gira en torno a las posibles apariciones de las mariposas negras. Veamos como esto queda planteado en los distintos fragmentos del texto donde aparecen las referencias de los gusanos alados: Tian, en un momento de mal presentimiento, piensa, refiriéndose a las mariposas, “Siento que vendrán a importunarme” y luego, platicando con Liliana: “En este lugar no hay mariposas negras que nos perturben” (Gautier 51); más adelante, “En Nueva York no hay mariposas negras, me han dicho, y puede ser verdad; por lo menos yo no las he visto todavía, aunque las he sentido” (Gautier 63) y en un momento decisivo de la trama, donde nuestro protagonista se encontraba ante una situación difícil, “Había razón para pensar en mariposas negras” (Gautier 93) y, por último, estando en otra disyuntiva: “Debo hacer un esfuerzo supremo para resolver la situación entre mamá y Liliana. Espero que no aparezcan mariposas negras que me confundan” (Gautier 114).
Como podemos notar, las mariposas negras juegan un papel muy importante en la vida de Tian. La primera referencia que él hace al respecto, temporalmente hablando, es cuando, de niño, en retrospectiva, Tian regresaba a casa después de buscar la silla que necesitaba Siso, su hermano hungán, “No volaron mariposas negras en el camino de vuelta en procura de la silla, sólo nos poseyó el anhelo de la culminación” (Gautier 40). Pero fue a Liliana, paradójicamente, que se le apareció una mariposa negra, no una, sino dos veces, en días consecutivos, en un momento en que ella necesitaba una señal que la impulsara a buscar a Tian, su marido, y las mariposas negras fueron ese impulso, violento, perturbador, un augurio aciago.
Pero, ¿qué poder extraordinario tenían esas mariposas negras que vejaban, regían la vida de un hombre a todas luces inteligente? ¿Qué ignota realidad escondían para que Liliana, la mitad racional de la pareja, se dejara arrastrar por la imprevista aparición? Estos mitos y señal de mal agüero de las mariposas negras tienen su momento de auge durante la Edad Media, con el miedo y los enredos que desataban las persecuciones a brujas y herejes por parte de la Inquisición. En los Estados Unidos, asimismo, existe el mito de Mothman (El Hombre polilla), una especie de mariposa negra en cuerpo humano que aparecía en el estado de Virginia, para avisar a la gente sobre futuras calamidades. Para Tian las mariposas eran una señal de lo adverso, símbolo del sufrimiento, era, por así decirlo, su miedo, ese miedo que arrastró desde la infancia, su renuencia a entregarse sin más a un destino que otro le había trazado como si lo dibujara, pero al negarse, sin darse cuenta, al querer huir, al no querer enfrentarse a ese destino, corría inevitablemente hacia él, como lo hiciera Edipo en innombrables tiempos.
O sea, y para concluir, que Tian estaba en una lucha constante entre su derecho a actuar según sus instintos y las leyes que le imponía su comunidad o, más aún, sus antepasados africanos. Pero a pesar de enfrentarse ocasionalmente a esas creencias, a negarse a aceptar su condición de hombre cuya sensibilidad lo señalaban como el futuro hungán, Tian se rebeló y toda la comunidad, para apaciguar lo que Freud llama “fuerza bruta”, apeló a su “derecho” para enfrentarse a él, al individuo, como apunta Sigmund Freud en la siguiente frase, “El resultado final ha de ser el establecimiento de un derecho al que todos -o por lo menos todos los individuos aptos para la vida en comunidad hayan contribuido con el sacrificio de sus instintos, y que no deje a ninguno -una vez más: con la mencionada limitación- a merced de la fuerza bruta. (...) El desarrollo cultural le impone restricciones al individuo, y la justicia exige que nadie escape a ellas” (Freud 18). Al final del texto, como ya se había dicho, tras plantar el árbol que representaría la vida de Tian y reflexionar sobre la hipotética oposición de éste si estuviera vivo, Liliana sepulta, de una vez y por todas, esa amenaza agorera, “El árbol es solo un evento temporal, que se repetirá por toda la eternidad, igual que el hombre (...) ¿Por qué pensar en mariposas? (...) Da las espaldas al árbol, al mar. Ahora sólo le queda vivir” (Gautier 139).
El estado anímico de Tian gira en torno a las posibles apariciones de las mariposas negras. Veamos como esto queda planteado en los distintos fragmentos del texto donde aparecen las referencias de los gusanos alados: Tian, en un momento de mal presentimiento, piensa, refiriéndose a las mariposas, “Siento que vendrán a importunarme” y luego, platicando con Liliana: “En este lugar no hay mariposas negras que nos perturben” (Gautier 51); más adelante, “En Nueva York no hay mariposas negras, me han dicho, y puede ser verdad; por lo menos yo no las he visto todavía, aunque las he sentido” (Gautier 63) y en un momento decisivo de la trama, donde nuestro protagonista se encontraba ante una situación difícil, “Había razón para pensar en mariposas negras” (Gautier 93) y, por último, estando en otra disyuntiva: “Debo hacer un esfuerzo supremo para resolver la situación entre mamá y Liliana. Espero que no aparezcan mariposas negras que me confundan” (Gautier 114).
Como podemos notar, las mariposas negras juegan un papel muy importante en la vida de Tian. La primera referencia que él hace al respecto, temporalmente hablando, es cuando, de niño, en retrospectiva, Tian regresaba a casa después de buscar la silla que necesitaba Siso, su hermano hungán, “No volaron mariposas negras en el camino de vuelta en procura de la silla, sólo nos poseyó el anhelo de la culminación” (Gautier 40). Pero fue a Liliana, paradójicamente, que se le apareció una mariposa negra, no una, sino dos veces, en días consecutivos, en un momento en que ella necesitaba una señal que la impulsara a buscar a Tian, su marido, y las mariposas negras fueron ese impulso, violento, perturbador, un augurio aciago.
Pero, ¿qué poder extraordinario tenían esas mariposas negras que vejaban, regían la vida de un hombre a todas luces inteligente? ¿Qué ignota realidad escondían para que Liliana, la mitad racional de la pareja, se dejara arrastrar por la imprevista aparición? Estos mitos y señal de mal agüero de las mariposas negras tienen su momento de auge durante la Edad Media, con el miedo y los enredos que desataban las persecuciones a brujas y herejes por parte de la Inquisición. En los Estados Unidos, asimismo, existe el mito de Mothman (El Hombre polilla), una especie de mariposa negra en cuerpo humano que aparecía en el estado de Virginia, para avisar a la gente sobre futuras calamidades. Para Tian las mariposas eran una señal de lo adverso, símbolo del sufrimiento, era, por así decirlo, su miedo, ese miedo que arrastró desde la infancia, su renuencia a entregarse sin más a un destino que otro le había trazado como si lo dibujara, pero al negarse, sin darse cuenta, al querer huir, al no querer enfrentarse a ese destino, corría inevitablemente hacia él, como lo hiciera Edipo en innombrables tiempos.
O sea, y para concluir, que Tian estaba en una lucha constante entre su derecho a actuar según sus instintos y las leyes que le imponía su comunidad o, más aún, sus antepasados africanos. Pero a pesar de enfrentarse ocasionalmente a esas creencias, a negarse a aceptar su condición de hombre cuya sensibilidad lo señalaban como el futuro hungán, Tian se rebeló y toda la comunidad, para apaciguar lo que Freud llama “fuerza bruta”, apeló a su “derecho” para enfrentarse a él, al individuo, como apunta Sigmund Freud en la siguiente frase, “El resultado final ha de ser el establecimiento de un derecho al que todos -o por lo menos todos los individuos aptos para la vida en comunidad hayan contribuido con el sacrificio de sus instintos, y que no deje a ninguno -una vez más: con la mencionada limitación- a merced de la fuerza bruta. (...) El desarrollo cultural le impone restricciones al individuo, y la justicia exige que nadie escape a ellas” (Freud 18). Al final del texto, como ya se había dicho, tras plantar el árbol que representaría la vida de Tian y reflexionar sobre la hipotética oposición de éste si estuviera vivo, Liliana sepulta, de una vez y por todas, esa amenaza agorera, “El árbol es solo un evento temporal, que se repetirá por toda la eternidad, igual que el hombre (...) ¿Por qué pensar en mariposas? (...) Da las espaldas al árbol, al mar. Ahora sólo le queda vivir” (Gautier 139).
No comments:
Post a Comment