FUNDAMENTOS POÉTICOS DE UNA NOVELA: EL ASESINO DE LAS LLUVIAS
Texto leído en el homenaje a Manuel Salvador Gautier, en el marco de su 80 cumpleaños, en La Vega, Auditorio de la Cooperativa Vega Real, el 23 de septiembre de 2010
Por José Mármol
Me siento honrado al gozar del privilegio de compartir con el arquitecto y escritor, o bien, escritor y arquitecto, Manuel Salvador Gautier, cariñosamente Doi, la celebración de su cumpleaños número ochenta, que se ha ido llevando a cabo mediante el desarrollo de una serie de conferencias y encuentros analíticos sobre su extensa obra literaria. ¿Qué mejor manera de celebrar la vida de un creador a no ser mediante la profundización en el estudio y la divulgación de lo que es su propia biografía, es decir, su obra escrita, aquel repositorio de sus sueños, sus delirios y del inagotable viaje de su imaginación? A un escritor se le valora y sitúa en la tradición literaria de una cultura, antes que por cualquier otra intención o pretexto, por su propia obra escrita. La más auténtica biografía de un escritor es su obra misma.
Otro hecho que me complace sobremanera es el de volver por compromisos de orden intelectual o artístico a la ciudad en que crecí y en la que desarrollé mi interés por las artes y por la literatura, la otrora culta y olímpica ciudad de La Vega Real, a cuya inexplicable postración o involución cultural, al menos, se resisten algunas valiosas instituciones y trabajadores culturales, como el Instituto Vegano de Cultura y la Sociedad La Progresista, entre otras, de cuyos loables esfuerzos por sacudirse de esa desdichada somnolencia dogmática soy testigo de primera mano. Me alegra que Manuel Salvador Gautier y la dinámica Editorial Santuario, bajo la dirección del escritor y buen amigo Isael Pérez, hayan incluido esta entrañable ciudad en su periplo aniversario y literario. Ojalá que esta actividad, junto a otras de semejante naturaleza y propósitos, contribuya a reanimar en amplios sectores de la sociedad vegana las ansias por mayores e irrenunciables conquistas de orden cultural, educativo y artístico. Es absurdo que, por poner un solo caso, pasada una década del siglo XXI esta ciudad no cuente aun con una sala de cine a la altura de la tradición cultural y vuelo intelectual de muchos de sus habitantes. Es a todas luces irracional que la que fuera, después de los conocidos cine-teatros Rívoli y La Progresista, una de las salas de cine entonces más modernas del país, me refiero al cine-teatro Vega Real, hoy se exhiba como una insufrible ruina, como un lamentable nicho en pleno centro de la ciudad. El llamado séptimo arte, una de las más señeras conquistas del espíritu creativo e imaginativo de la humanidad en los últimos siglos está, paradójicamente, impedido de ser exhibido dignamente en una de las ciudades culturalmente más aventajadas en la historia republicana del país.
En mi modesta acepción, hablar acerca de Manuel Salvador Gautier como escritor implica reconocer un caso excepcional del artesano de la palabra que, a pesar de cultivar la lectura y la escritura y de apuntalar con criterio estético el discurso novelístico como su elección en el ámbito del lenguaje creativo desde temprana juventud, no fue sino hasta la edad adulta, específicamente a los 63 años, cuando, ya siendo un arquitecto reconocido, decide hacer su debut con una densa obra narrativa titulada Tiempo para héroes, título que le recomendó, en calidad de mentor, el singular maestro del relato y del cuento en nuestro país, Virgilio Díaz Grullón, y que vio la luz en 1993, en forma de tetralogía o de cuatro volúmenes con un mismo tema. En un lapso de apenas diecisiete años, en un país donde el escritor no ocupa un lugar específico, mucho menos dignamente remunerado como modus vivendi, en un país donde no se vislumbra siquiera el asomo de un mercado editorial como Dios manda, este autor ha publicado más de una decena de obras estrictamente literarias, entre las que figuran novelas, cuentos o relatos y ensayos.
Por si fuera poco, esa prolífica manifestación literaria empieza tempranamente a recibir reconocimientos. La saga novelística con fundamento histórico Tiempo para héroes, que resalta la proeza de los expedicionarios de la gesta gloriosa contra la tiranía trujillista de Constanza, Maimón y Estero Hondo, en 1959, recibió, en el mismo año de 1993, el Premio Anual de Novela Manuel de Jesús Galván, que otorga el hoy Ministerio de Cultura de nuestro país. En el año de 1995 publicó su segunda novela, Toda la vida, la que también mereció el Premio Anual de Literatura Manuel de Jesús Galván. Cuatro años después, Gautier publica Serenata, una obra que hurga en los rizomas sicológicos y pasionales de la emblemática familia de los Henríquez Ureña, de invaluable legado educativo e intelectual en la historia cultural de nuestro país. en el año 2001 nuestro autor vuelve a ser galardonado con el Premio de Novela de la Universidad Central del Este (UCE) con su obra Balance de tres, que coloca de trasfondo el tema histórico de las luchas de los llamados gavilleros de inicios del pasado siglo XX, para recalar en lo que el propio autor llama “la activación de la utopía que aspira al desarrollo” (Gautier visto por Gautier, Ed. Santuario, R. D., 2010, página 66).
Con su ensayo “La fatalidad no está en un campanario de París”, nuestro arquitecto y escritor recibe en 2002 el Premio Víctor Hugo en la Historia, convocado en el país por el organismo oficial de Cultura y la Embajada de Francia, para conmemorar el bicentenario del nacimiento de uno de los más grandes escritores franceses de todos los tiempos. Tres años más tarde publica Historias para un buen día, un conjunto de siete relatos en los que el ejercicio de la ficción cobra mayores niveles de complejidad técnica y de recursos retóricos, que reflejan la evolución ascendente en el manejo de las técnicas de la narración por parte de Doi Gautier. Con su cuento titulado “Urías”, en versión en lengua italiana, alcanza el segundo lugar en el concurso internacional de cuentos y poesía Premio “Citta de Viareggio”. Es oportuno recordar que Gautier estudió especialización en arquitectura en Italia. En el año 2006 publica la novela El asesino de las lluvias, de la cual hablaremos con detenimiento más adelante, pero, cabría ahora señalar que fue traducida al italiano por Antonietta Ferro y publicada en Italia por la firma Giovane Holden Editori de Lucca. Esta galopante carrera literaria, a la que el propio autor suele decir entró “de sopetón”, es reconocida en 2007 con la nominación de Manuel Salvador Gautier como Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, habiendo presentado su discurso formal de ingreso en enero del año 2009 con el discurso “La narrativa dominicana y las expresiones de la lengua”.
Este breve recorrido evolutivo nos da una idea de la meteórica y siempre ascendente carrera literaria de Gautier, que él resuelve, con ironía y humildad, con la palabra “sopetón”, pero que a mi ver, se trata de haber acrisolado por decenios un sistemático interés por la lectura literaria y humanística, además de su interés por la historia, y una praxis escritural que se mantuvo en el predio de lo privado, hasta que, complacido con su prestigiosa y galardonada carrera de arquitecto y académico de esa disciplina, nuestro celebrado autor decide impulsar hacia el ámbito cultural nacional e internacional su velada vocación de escritor.
Más allá de lo que localmente pueda interesar a estudiosos y críticos literarios acerca de la trayectoria de la novelística nacional, se me ocurre pensar, y es una ocurrencia, pues, reconozco no ser un investigador exhaustivo de la narrativa criolla, que hay algunos momentos trascendentes que marcan hitos de la novela o la narrativa dominicana. Uno es el de su nacimiento con Pedro Francisco Bonó y su novela criollista o costumbrista El montero, publicada en 1856 y con Enriquillo, la novela indigenista de Manuel de Jesús Galván, cuya primera parte se publica en 1879, mientras que en 1882 se publica completa. Cabe reseñar que Bruno Rosario Candelier asume como fundadoras de la novelística nacional las obras El montero (1856) y La fantasma de Higüey (1857), de Javier Angulo Guridi, anotando que ambas se publicaron en el extranjero (“Tendencias, ciclos y valores de la novela dominicana”, Academia Dominicana de la Lengua, www.academia.org). Un segundo momento relevante es el de la irrupción del maestro latinoamericano del cuento, Juan Bosch, cuya obra se coloca muy tempranamente a la altura de los más sobresalientes escritores de habla hispana de la primera mitad del siglo XX. Un tercer momento lo constituye la publicación en España de la novela de Pedro Vergés, Solo cenizas hallarás (bolero), con la cual obtiene los premios Internacional Blasco Ibáñez en 1980 y el Internacional de Crítica Española en 1981. El cuarto corresponde al remate de la internacionalización de la narrativa dominicana con las novelas de Marcio Veloz Maggiolo publicadas por prestigiosas editoriales de España e Italia, así como la traducción de varias de sus obras a diferentes lenguas europeas. Al son de este último fenómeno se ha dado otro que, si bien concierne a la cultura dominicana por el origen de sus autores y por la evocación que a la historia, tradiciones y costumbres de lo nacional sus obras exhiben, no es menos cierto que al ser escritores de lengua inglesa es en esa lengua-cultura donde sus obras impactan, desde el punto de vista de la especificidad lingüística de la obra literaria. Me refiero a los connotados escritores dominicanos radicados en Estados Unidos, Julia Álvarez y Junot Díaz, cuyas obras han contribuido significativamente a la proyección de lo dominicano, aun desde el punto de vista idiomático, en el mapa cultural globalizado. No hay que olvidar que la literatura es, sobre todo, un hecho de lengua en un contexto cultural, histórico y social concreto.
Escribir una novela es como amueblar un mundo, dijo una vez el notable ensayista y novelista italiano Umberto Eco. De ahí que, por ejemplo, Gustave Flaubert (1821-1880), autor de obras maestras como Madame Bovary (1857) y La educación sentimental (1869), concibiera la escritura como una manera de vivir. Este aserto concierne, sobre todo, a la escritura novelística. Recuerdo una conversación con el escritor peruano Mario Vargas Llosa, en una de sus frecuentes visitas al país mientras investigaba documentos históricos y realizaba entrevistas para el proceso creativo de su novela La fiesta del chivo (2000), en la que él subrayaba la relación de intimidad entre la novela y la vida cotidiana. Una novela, decía, es lo más parecido a la vida misma. En cambio, insistió, un poema no, y reservó, con profunda admiración, a la poesía la condición de la más alta posibilidad expresiva del lenguaje y la imaginación en una sociedad y en un tiempo histórico determinados. El lenguaje novelístico se explaya en los detalles. El lenguaje de la poesía es síntesis por excelencia. Puede afirmarse, pues, que en la narración y en el poema hay dos lenguajes y, consecuentemente, dos modos de cosmovisión, dos formas distintas de construcción o amueblamiento de mundos. Esa encrucijada es el reto que, en términos de estrategia escritural, se plantea Manuel Salvador Gautier en el momento de planificación y génesis de la novela El asesino de las lluvias (2006).
El propio autor Gautier nos dice que “El asesino de las lluvias es una novela metafísica y es una novela sobre la poesía” (Gautier visto por Gautier, Editorial Santuario, R. D., 2010, p. 104). Con esta obra, el novelista deja de lado, al menos como tema central, su pasión por la reconstrucción ficticia o novelada, o más bien, su constante reinvención de la historia o de la vida de ciertos personajes históricos. Inspirado en la novela El sueño era Cipango (1999) de la autoría de Bruno Rosario Candelier, Premio Nacional de Literatura 2008, y en los postulados metafísicos, mitológicos y filosóficos básicos del movimiento literario creado por este, que responde al nombre de Interiorismo, Gautier se propone escribir lo que podríamos llamar una novela poética. El autor también nos revela que “Cuando decidí hacer una novela sobre un poeta y su lucha por trascender con su poesía, quise inspirarme en nuestro gran poeta metafísico Franklin Mieses Burgos, por quien siento una gran admiración desde que, en 1945, en una antología leí su poema ‘Esta canción estaba tirada por el suelo’” (Ob. cit., ps. 104-105). Y de una vez añade que se dio cuenta que “para presentar a Mieses Burgos tenía que entrar de lleno en su poesía, interpretar al hombre a través de su poesía y a su poesía a través del hombre, estudiar con cuidado el movimiento de la ‘Poesía Sorprendida’ (Ob. cit., p.105). De estas revelaciones deriva la necesidad de hurgar en las fuentes estéticas de la novela en cuestión, a saber, el Interiorismo y La Poesía Sorprendida, al tiempo que analizar cómo se articulan las funciones del lenguaje poético y las del lenguaje narrativo. Este desafío novelístico, de orden rigurosamente filosófico y estético, diferencia El asesino de las lluvias de otra novela aun más reciente, escrita en torno a la vida de un poeta, antes que en torno a sus postulados estéticos o retos metafísicos y místicos, de la autoría del poeta español Luis García Montero, que responde al título de Mañana no será lo que dios quiera (Alfaguara, España, 2009), en cuyas páginas se recrea o reinventa la vida del destacado poeta español Ángel González, quien falleciera hará poco tiempo.
En sus Cartas a un joven novelista (Planeta, España, 1997), Mario Vargas Llosa afirma, y estamos de acuerdo con él, que la ficción “es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla” (p.13). Insiste en que la ficción no es el “retrato” de la historia, sino, más bien, su “contracarátula o reverso”. También, en su obra posterior El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, el autor de La casa verde (1965) explica que es “un error creer que soñamos y fantaseamos de la misma manera que vivimos. Por el contrario, fantaseamos y soñamos lo que no vivimos, porque no lo vivimos y quisiéramos vivirlo. Por eso lo inventamos: para vivirlo de a mentiras, gracias a los espejismos seductores de quien nos cuenta las ficciones” (Ob. cit., Alfaguara, España, 2008, p. 29). De ahí que el Franklin Mieses Burgos de la novela que comentamos no tenga mucho que ver y, más bien, desmarque el ámbito de la vida real del poeta sorprendido. Ello se debe a que, partiendo de la noción de “realidad trascendente” propia de la teoría de la Poética Interior, se pone en práctica el llamado “Modo de Ficción Metafísica”, el cual, al captar la dimensión trascendente de lo real, completa la cosmovisión del hombre, y cuyos valores estéticos y humanísticos se sitúan más allá, según Rosario Candelier, del Modo de Ficción Mimético y del Modo de Ficción Mítico que ya conocía la tradición literaria de Occidente y Oriente. Este fundamento estético de la novela de Gautier es más claramente comprensible si por Interiorismo entendemos, de acuerdo con su fundador y mentor, la “Tendencia estética que revela la verdad subjetiva de las cosas expresada como certeza de la conciencia mediante el lenguaje de la intuición” (El Ideal Interior. Teoría estética y creación literaria, BRC, Ateneo Insular, R. D., 2005, p.38). Además, de acuerdo con Rosario Candelier, el Interiorismo “entraña una recuperación de los valores que ha negado la sociedad de consumo, la alienación y la deshumanización de nuestro tiempo en detrimento del desarrollo espiritual o la valoración de los ideales que dan trascendencia y sustancia a la vida humana” (Ob. cit., p.9). Se apuesta, pues, desde esta perspectiva conceptual y sensorial, a la creación de una nueva sensibilidad estética. Esa sensibilidad se erigirá sobre lo que, en sentido práctico, y apegado a la lectura literal del Interiorismo, llamo las tres M; es decir, el Mito, la Metafísica y la Mística, dimensiones del saber y la espiritualidad asentadas por siglos en la historia cultural de la humanidad. En breve vamos a ver cómo estos postulados se conectan con los personajes y la trama de la novela El asesino de las lluvias.
Antes, y para orquestar mejor los fundamentos poéticos de la novela de Gautier, quisiera evocar, al menos, algunos de los postulados esenciales de La Poesía Sorprendida, movimiento que tuvo su origen a inicios de la década del 40, bajo la asfixiante y terrorífica atmósfera de la dictadura de Trujillo, del cual formó parte el poeta Franklin Mieses Burgos, quien vivió entre 1907 y 1976. Entre los más relevantes ideales estéticos de esta tendencia poética figuran, su propio lema “La poesía con el hombre universal”, con el cual establece una relación de ruptura frente al Postumismo, cuyo Manifiesto de 1921 rechazaba los ismos o vanguardias predominantes en la literatura occidental; así como preceptos que apuntalaban la creación poética como un arma capaz de vencer a las armas reales; como “apetencia del hombre de un mundo de belleza y de verdad interior”; como búsqueda de lo inencontrado, de lo misterioso, lo secreto; como “gracia de hombre adentro que recibe sin sorprenderse, al fin, la poesía”; como reclamo por una poesía nacional nutrida de la poesía universal; como manifestación del “mundo misterioso del hombre, universal, secreto, solitario e íntimo, creador siempre”; como “fe en la creación del mundo más bello, más libre y más hondo”; como rechazo de la poesía de circunstancia o de anécdota, poesía de geografía económica o editorial, y en procura de que los medios poéticos justifiquen un fin poético, como devenir ético de la auténtica poesía; y finalmente, ver la poesía misma como lenguaje creativo que, antes de negar la realidad, más bien la interpreta. Nótese cómo algunos de estos preceptos coinciden con las aspiraciones estéticas de la Poética Interior y el Ateneo Insular.
Al hablar acerca de su novela El asesino de las lluvias, el autor no escatima fuerzas para afirmar que esta es “la novela de la poesía”. Pero, antes que contentarse con ello porque en la trama aparecen textos de poetas chinos como Lady Weng y Liu Yuxi; de poetas franceses universales como Arthur Rimbaud y Paul Valéry; del gran poeta alemán Rainer María Rilke; del chileno, fundador del Creacionismo, Vicente Huidobro, y de los poetas dominicanos Domingo Moreno Jimenes y el propio Franklin Mieses Burgos, lo que resulta literariamente valioso es cómo en los diálogos y en determinados momentos del relato, los personajes clave, en términos de fundamentación y oposición poéticas, es decir, Sergio Echenique, hacedor de la “mosmos poética”, una suerte de cosmovisión artística y gnoseológica, pero, también, actitud vital y saber inefable, “sentido de lo cósmico”, y Vinicio Acosta, su antípoda, enarbolan conceptos metafísicos tratando, por medio de la poesía, de trascender la cotidianidad y la realidad cósica propias de la condición humana.
De ahí que el poeta-personaje Sergio Echenique exprese, en el primer capítulo de la novela: “Rechacé el comentario del vaquero. ¿De qué infierno hablaba? ¿Del infierno en que vivimos todos nosotros? ¿Del día a día desalentador y atroz en el que debemos rezar a Dios para que nos proteja y nos conduzca al Cielo? ¿O del otro infierno, absorbente, transportador, el del poeta, el del visionario, el del místico, el infierno de quien engendra otra realidad con las palabras y da sentido a lo absurdo de la vida y a lo inefable de la inmensidad cósmica?” (Ob. cit., p.19). Rezuma, pues, este fragmento ideales fundamentales tanto de La Poesía Sorprendida como del Interiorismo. Asimismo, el personaje propone, como piedra angular de su poética, “que la condición deseada para alcanzar nuestra meta de poetas es aquella que adquirimos con una actitud introspectiva, que se cierra como un círculo de árboles al que penetramos deseando encontrar el estado de purificación necesario para, desde una perspectiva universal, encontrar la trascendencia de lo cósmico; una actitud que nos conduciría hacia lo que anhelamos: una producción poética con una estética depurada por la singularidad de su contenido” (Ob. cit., p.25). Esta proposición estética coincide con postulados esenciales de la Poética Interior, en términos de introspección y de realidad trascendente. Además, es cónsona con postulados de la Poesía Sorprendida, sobre todo, en su aspiración de un mundo diferente, pleno de belleza y de verdad interior. “Lograr la metáfora perfecta con la cual se descubra una verdad universal –dice Echenique, el creador frustrado, en una de sus reflexiones o monólogos interiores- es la meta del poeta” (p.125).
Si bien es cierto que la novela de Gautier presenta una trama pasional en la que, como en los dramas de Shakespeare, destacan los celos, la lujuria y otras miserias del comportamiento humano, al punto de rematar la historia con un final sorpresivo de doble asesinato a manos del personaje central, el de la mujer de este y su amante, no lo es menos que en las discusiones antitéticas de los poetas Echenique y Acosta, ambos, prácticamente, inéditos e irrelevantes para el ambiente intelectual y cultural de la atmósfera de la novela, situada en tiempos del dictador Trujillo, es donde se alcanza el clímax del tejido narrativo y de la estrategia misma del relato. Otro aspecto técnico interesante es el de los entrecruzamientos de planos en la narración, que permiten la concomitancia en el tiempo de distintas etapas de la vida del personaje central, sin que se hagan explícitos al lector. Además, en El asesino de las lluvias Gautier deja de lado el tiempo lineal como forma de contar la historia, para lograr un tempo narrativo de simultaneidades. Otro hallazgo relevante, en términos de dominio de los recursos técnicos del arte de narrar, exhibido por Gautier en esta novela de 2006 es la utilización de varios puntos de vista del narrador, que cambia desde la presencia fugaz del tradicional narrador omnisciente, al empleo de la primera y tercera personas del singular. La ubicuidad en los espacios se evidencia cuando, a pesar de que la atmósfera retrata el Santo Domingo de los años cuarenta, de momento damos con espacios urbanos propios de la actualidad, específicamente, el caso del centro cervecero Terraza Olímpica, popularmente conocido como Tele Ofertas, en la ciudad capital. O bien, la avenida George Washington, conocida como el Malecón, en cuyas constantes referencias se conjugan los atributos físicos y actividades humanas del pasado y de la actualidad.
Ciertamente, los lenguajes narrativo y poético tienen especificidades discursivas que, a menudo, separan al uno del otro. Por ello, Gautier valida, en la trama misma de la novela en cuestión, algunos de los principios de poética y estética que desarrolla Paul Valéry (1871-1945) en un texto explicativo de su inmenso poema “El cementerio marino” (1920), donde admite que la prosa tiene más licencias y detalles que la poesía. También el creador del Interiorismo, Bruno Rosario Candelier, proclama esa dicotomía de las escrituras novelística y poética, aduciendo que el novelista, si es auténtico, está forzado a pensar como narrador y no como poeta, dado que este último piensa en imágenes sensoriales, mientras que el primero, el novelista, ha de pensar en imágenes narrativas o en escenas. Ambas son, a todas luces, formas excluyentes de ver la relación entre los lenguajes narrativo y poético. Debo dejar sentado, no obstante, el hecho de que esta acepción dicotómica ignora el logro alcanzado, en términos de armonización de los lenguajes narrativo y poético, en novelas como Rayuela (1963), de Julio Cortázar (1914-1984); o bien, El cumpleaños de Juan ángel (1971), una novela escrita en versos por Mario Benedetti (1920-2009). En ambas, para solo citar dos, las fronteras entre poesía y prosa narrativa son exitosamente superadas. Son, pues, difusas y no tajantes las fronteras entre la prosa y el verso, como también lo son las barreras entre la imaginación ficticia y la vida misma, es decir, la realidad. Producto de esta inexactitud, virtud inexpugnable de la obra de arte, Manuel Salvador Gautier sale airoso en la empresa de escribir una novela, no solo en torno a la poesía y con personajes poetas, sino, una novela poética, en la que el lenguaje con que teje las historias es riquísimo en atributos del discurso poético y la retórica que lo racionaliza.
Manuel Salvador Gautier es un escritor auténtico, porque ha asumido el oficio con pasión, con adicción y con espíritu de inevitable condena, parecida a la del mito griego de Sísifo, en la perspectiva literaria del escritor y pensador argelino Albert Camus (1913-1960). Gautier es un escritor porque reinventa la realidad a través de la fantasía y de la palabra, porque persigue con la ficción ponerse a salvo, y también poner a salvo al lector de la perruna y horrorosa vida cotidiana, del déficit existencial a que nos fuerza el carácter de la vida en estos tiempos posmodernos, de una profunda crisis ética y preeminencia de los antivalores, capaces de generar crisis económicas y financieras sin precedentes en la historia de la humanidad. Gautier es un escritor porque, haciendo ficticia la realidad y verdadera la ficción, se realiza en el texto escrito reconociéndose instrumento del lenguaje, asumiéndose como compromisario de las riquezas de la lengua española de estos tiempos y, particularmente, del español dominicano, de nuestra cultura, de nuestra historia. Sus novelas, como debe hacer toda bien lograda ficción, nos ayudan a soportar, a hacer más llevadera la condena de ser testigos sobrevivientes de tantas y tantas desgracias. Porque novelar, o simplemente escribir, en la República Dominicana de hoy es una utopía radical que nos libera del nihilismo negativo y de la ineludible decepción existencial con que nos castiga la sofocante realidad.
Otro hecho que me complace sobremanera es el de volver por compromisos de orden intelectual o artístico a la ciudad en que crecí y en la que desarrollé mi interés por las artes y por la literatura, la otrora culta y olímpica ciudad de La Vega Real, a cuya inexplicable postración o involución cultural, al menos, se resisten algunas valiosas instituciones y trabajadores culturales, como el Instituto Vegano de Cultura y la Sociedad La Progresista, entre otras, de cuyos loables esfuerzos por sacudirse de esa desdichada somnolencia dogmática soy testigo de primera mano. Me alegra que Manuel Salvador Gautier y la dinámica Editorial Santuario, bajo la dirección del escritor y buen amigo Isael Pérez, hayan incluido esta entrañable ciudad en su periplo aniversario y literario. Ojalá que esta actividad, junto a otras de semejante naturaleza y propósitos, contribuya a reanimar en amplios sectores de la sociedad vegana las ansias por mayores e irrenunciables conquistas de orden cultural, educativo y artístico. Es absurdo que, por poner un solo caso, pasada una década del siglo XXI esta ciudad no cuente aun con una sala de cine a la altura de la tradición cultural y vuelo intelectual de muchos de sus habitantes. Es a todas luces irracional que la que fuera, después de los conocidos cine-teatros Rívoli y La Progresista, una de las salas de cine entonces más modernas del país, me refiero al cine-teatro Vega Real, hoy se exhiba como una insufrible ruina, como un lamentable nicho en pleno centro de la ciudad. El llamado séptimo arte, una de las más señeras conquistas del espíritu creativo e imaginativo de la humanidad en los últimos siglos está, paradójicamente, impedido de ser exhibido dignamente en una de las ciudades culturalmente más aventajadas en la historia republicana del país.
En mi modesta acepción, hablar acerca de Manuel Salvador Gautier como escritor implica reconocer un caso excepcional del artesano de la palabra que, a pesar de cultivar la lectura y la escritura y de apuntalar con criterio estético el discurso novelístico como su elección en el ámbito del lenguaje creativo desde temprana juventud, no fue sino hasta la edad adulta, específicamente a los 63 años, cuando, ya siendo un arquitecto reconocido, decide hacer su debut con una densa obra narrativa titulada Tiempo para héroes, título que le recomendó, en calidad de mentor, el singular maestro del relato y del cuento en nuestro país, Virgilio Díaz Grullón, y que vio la luz en 1993, en forma de tetralogía o de cuatro volúmenes con un mismo tema. En un lapso de apenas diecisiete años, en un país donde el escritor no ocupa un lugar específico, mucho menos dignamente remunerado como modus vivendi, en un país donde no se vislumbra siquiera el asomo de un mercado editorial como Dios manda, este autor ha publicado más de una decena de obras estrictamente literarias, entre las que figuran novelas, cuentos o relatos y ensayos.
Por si fuera poco, esa prolífica manifestación literaria empieza tempranamente a recibir reconocimientos. La saga novelística con fundamento histórico Tiempo para héroes, que resalta la proeza de los expedicionarios de la gesta gloriosa contra la tiranía trujillista de Constanza, Maimón y Estero Hondo, en 1959, recibió, en el mismo año de 1993, el Premio Anual de Novela Manuel de Jesús Galván, que otorga el hoy Ministerio de Cultura de nuestro país. En el año de 1995 publicó su segunda novela, Toda la vida, la que también mereció el Premio Anual de Literatura Manuel de Jesús Galván. Cuatro años después, Gautier publica Serenata, una obra que hurga en los rizomas sicológicos y pasionales de la emblemática familia de los Henríquez Ureña, de invaluable legado educativo e intelectual en la historia cultural de nuestro país. en el año 2001 nuestro autor vuelve a ser galardonado con el Premio de Novela de la Universidad Central del Este (UCE) con su obra Balance de tres, que coloca de trasfondo el tema histórico de las luchas de los llamados gavilleros de inicios del pasado siglo XX, para recalar en lo que el propio autor llama “la activación de la utopía que aspira al desarrollo” (Gautier visto por Gautier, Ed. Santuario, R. D., 2010, página 66).
Con su ensayo “La fatalidad no está en un campanario de París”, nuestro arquitecto y escritor recibe en 2002 el Premio Víctor Hugo en la Historia, convocado en el país por el organismo oficial de Cultura y la Embajada de Francia, para conmemorar el bicentenario del nacimiento de uno de los más grandes escritores franceses de todos los tiempos. Tres años más tarde publica Historias para un buen día, un conjunto de siete relatos en los que el ejercicio de la ficción cobra mayores niveles de complejidad técnica y de recursos retóricos, que reflejan la evolución ascendente en el manejo de las técnicas de la narración por parte de Doi Gautier. Con su cuento titulado “Urías”, en versión en lengua italiana, alcanza el segundo lugar en el concurso internacional de cuentos y poesía Premio “Citta de Viareggio”. Es oportuno recordar que Gautier estudió especialización en arquitectura en Italia. En el año 2006 publica la novela El asesino de las lluvias, de la cual hablaremos con detenimiento más adelante, pero, cabría ahora señalar que fue traducida al italiano por Antonietta Ferro y publicada en Italia por la firma Giovane Holden Editori de Lucca. Esta galopante carrera literaria, a la que el propio autor suele decir entró “de sopetón”, es reconocida en 2007 con la nominación de Manuel Salvador Gautier como Miembro Correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua, Correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, habiendo presentado su discurso formal de ingreso en enero del año 2009 con el discurso “La narrativa dominicana y las expresiones de la lengua”.
Este breve recorrido evolutivo nos da una idea de la meteórica y siempre ascendente carrera literaria de Gautier, que él resuelve, con ironía y humildad, con la palabra “sopetón”, pero que a mi ver, se trata de haber acrisolado por decenios un sistemático interés por la lectura literaria y humanística, además de su interés por la historia, y una praxis escritural que se mantuvo en el predio de lo privado, hasta que, complacido con su prestigiosa y galardonada carrera de arquitecto y académico de esa disciplina, nuestro celebrado autor decide impulsar hacia el ámbito cultural nacional e internacional su velada vocación de escritor.
Más allá de lo que localmente pueda interesar a estudiosos y críticos literarios acerca de la trayectoria de la novelística nacional, se me ocurre pensar, y es una ocurrencia, pues, reconozco no ser un investigador exhaustivo de la narrativa criolla, que hay algunos momentos trascendentes que marcan hitos de la novela o la narrativa dominicana. Uno es el de su nacimiento con Pedro Francisco Bonó y su novela criollista o costumbrista El montero, publicada en 1856 y con Enriquillo, la novela indigenista de Manuel de Jesús Galván, cuya primera parte se publica en 1879, mientras que en 1882 se publica completa. Cabe reseñar que Bruno Rosario Candelier asume como fundadoras de la novelística nacional las obras El montero (1856) y La fantasma de Higüey (1857), de Javier Angulo Guridi, anotando que ambas se publicaron en el extranjero (“Tendencias, ciclos y valores de la novela dominicana”, Academia Dominicana de la Lengua, www.academia.org). Un segundo momento relevante es el de la irrupción del maestro latinoamericano del cuento, Juan Bosch, cuya obra se coloca muy tempranamente a la altura de los más sobresalientes escritores de habla hispana de la primera mitad del siglo XX. Un tercer momento lo constituye la publicación en España de la novela de Pedro Vergés, Solo cenizas hallarás (bolero), con la cual obtiene los premios Internacional Blasco Ibáñez en 1980 y el Internacional de Crítica Española en 1981. El cuarto corresponde al remate de la internacionalización de la narrativa dominicana con las novelas de Marcio Veloz Maggiolo publicadas por prestigiosas editoriales de España e Italia, así como la traducción de varias de sus obras a diferentes lenguas europeas. Al son de este último fenómeno se ha dado otro que, si bien concierne a la cultura dominicana por el origen de sus autores y por la evocación que a la historia, tradiciones y costumbres de lo nacional sus obras exhiben, no es menos cierto que al ser escritores de lengua inglesa es en esa lengua-cultura donde sus obras impactan, desde el punto de vista de la especificidad lingüística de la obra literaria. Me refiero a los connotados escritores dominicanos radicados en Estados Unidos, Julia Álvarez y Junot Díaz, cuyas obras han contribuido significativamente a la proyección de lo dominicano, aun desde el punto de vista idiomático, en el mapa cultural globalizado. No hay que olvidar que la literatura es, sobre todo, un hecho de lengua en un contexto cultural, histórico y social concreto.
Escribir una novela es como amueblar un mundo, dijo una vez el notable ensayista y novelista italiano Umberto Eco. De ahí que, por ejemplo, Gustave Flaubert (1821-1880), autor de obras maestras como Madame Bovary (1857) y La educación sentimental (1869), concibiera la escritura como una manera de vivir. Este aserto concierne, sobre todo, a la escritura novelística. Recuerdo una conversación con el escritor peruano Mario Vargas Llosa, en una de sus frecuentes visitas al país mientras investigaba documentos históricos y realizaba entrevistas para el proceso creativo de su novela La fiesta del chivo (2000), en la que él subrayaba la relación de intimidad entre la novela y la vida cotidiana. Una novela, decía, es lo más parecido a la vida misma. En cambio, insistió, un poema no, y reservó, con profunda admiración, a la poesía la condición de la más alta posibilidad expresiva del lenguaje y la imaginación en una sociedad y en un tiempo histórico determinados. El lenguaje novelístico se explaya en los detalles. El lenguaje de la poesía es síntesis por excelencia. Puede afirmarse, pues, que en la narración y en el poema hay dos lenguajes y, consecuentemente, dos modos de cosmovisión, dos formas distintas de construcción o amueblamiento de mundos. Esa encrucijada es el reto que, en términos de estrategia escritural, se plantea Manuel Salvador Gautier en el momento de planificación y génesis de la novela El asesino de las lluvias (2006).
El propio autor Gautier nos dice que “El asesino de las lluvias es una novela metafísica y es una novela sobre la poesía” (Gautier visto por Gautier, Editorial Santuario, R. D., 2010, p. 104). Con esta obra, el novelista deja de lado, al menos como tema central, su pasión por la reconstrucción ficticia o novelada, o más bien, su constante reinvención de la historia o de la vida de ciertos personajes históricos. Inspirado en la novela El sueño era Cipango (1999) de la autoría de Bruno Rosario Candelier, Premio Nacional de Literatura 2008, y en los postulados metafísicos, mitológicos y filosóficos básicos del movimiento literario creado por este, que responde al nombre de Interiorismo, Gautier se propone escribir lo que podríamos llamar una novela poética. El autor también nos revela que “Cuando decidí hacer una novela sobre un poeta y su lucha por trascender con su poesía, quise inspirarme en nuestro gran poeta metafísico Franklin Mieses Burgos, por quien siento una gran admiración desde que, en 1945, en una antología leí su poema ‘Esta canción estaba tirada por el suelo’” (Ob. cit., ps. 104-105). Y de una vez añade que se dio cuenta que “para presentar a Mieses Burgos tenía que entrar de lleno en su poesía, interpretar al hombre a través de su poesía y a su poesía a través del hombre, estudiar con cuidado el movimiento de la ‘Poesía Sorprendida’ (Ob. cit., p.105). De estas revelaciones deriva la necesidad de hurgar en las fuentes estéticas de la novela en cuestión, a saber, el Interiorismo y La Poesía Sorprendida, al tiempo que analizar cómo se articulan las funciones del lenguaje poético y las del lenguaje narrativo. Este desafío novelístico, de orden rigurosamente filosófico y estético, diferencia El asesino de las lluvias de otra novela aun más reciente, escrita en torno a la vida de un poeta, antes que en torno a sus postulados estéticos o retos metafísicos y místicos, de la autoría del poeta español Luis García Montero, que responde al título de Mañana no será lo que dios quiera (Alfaguara, España, 2009), en cuyas páginas se recrea o reinventa la vida del destacado poeta español Ángel González, quien falleciera hará poco tiempo.
En sus Cartas a un joven novelista (Planeta, España, 1997), Mario Vargas Llosa afirma, y estamos de acuerdo con él, que la ficción “es una mentira que encubre una profunda verdad; ella es la vida que no fue, la que los hombres y mujeres de una época dada quisieron tener y no tuvieron y por eso debieron inventarla” (p.13). Insiste en que la ficción no es el “retrato” de la historia, sino, más bien, su “contracarátula o reverso”. También, en su obra posterior El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, el autor de La casa verde (1965) explica que es “un error creer que soñamos y fantaseamos de la misma manera que vivimos. Por el contrario, fantaseamos y soñamos lo que no vivimos, porque no lo vivimos y quisiéramos vivirlo. Por eso lo inventamos: para vivirlo de a mentiras, gracias a los espejismos seductores de quien nos cuenta las ficciones” (Ob. cit., Alfaguara, España, 2008, p. 29). De ahí que el Franklin Mieses Burgos de la novela que comentamos no tenga mucho que ver y, más bien, desmarque el ámbito de la vida real del poeta sorprendido. Ello se debe a que, partiendo de la noción de “realidad trascendente” propia de la teoría de la Poética Interior, se pone en práctica el llamado “Modo de Ficción Metafísica”, el cual, al captar la dimensión trascendente de lo real, completa la cosmovisión del hombre, y cuyos valores estéticos y humanísticos se sitúan más allá, según Rosario Candelier, del Modo de Ficción Mimético y del Modo de Ficción Mítico que ya conocía la tradición literaria de Occidente y Oriente. Este fundamento estético de la novela de Gautier es más claramente comprensible si por Interiorismo entendemos, de acuerdo con su fundador y mentor, la “Tendencia estética que revela la verdad subjetiva de las cosas expresada como certeza de la conciencia mediante el lenguaje de la intuición” (El Ideal Interior. Teoría estética y creación literaria, BRC, Ateneo Insular, R. D., 2005, p.38). Además, de acuerdo con Rosario Candelier, el Interiorismo “entraña una recuperación de los valores que ha negado la sociedad de consumo, la alienación y la deshumanización de nuestro tiempo en detrimento del desarrollo espiritual o la valoración de los ideales que dan trascendencia y sustancia a la vida humana” (Ob. cit., p.9). Se apuesta, pues, desde esta perspectiva conceptual y sensorial, a la creación de una nueva sensibilidad estética. Esa sensibilidad se erigirá sobre lo que, en sentido práctico, y apegado a la lectura literal del Interiorismo, llamo las tres M; es decir, el Mito, la Metafísica y la Mística, dimensiones del saber y la espiritualidad asentadas por siglos en la historia cultural de la humanidad. En breve vamos a ver cómo estos postulados se conectan con los personajes y la trama de la novela El asesino de las lluvias.
Antes, y para orquestar mejor los fundamentos poéticos de la novela de Gautier, quisiera evocar, al menos, algunos de los postulados esenciales de La Poesía Sorprendida, movimiento que tuvo su origen a inicios de la década del 40, bajo la asfixiante y terrorífica atmósfera de la dictadura de Trujillo, del cual formó parte el poeta Franklin Mieses Burgos, quien vivió entre 1907 y 1976. Entre los más relevantes ideales estéticos de esta tendencia poética figuran, su propio lema “La poesía con el hombre universal”, con el cual establece una relación de ruptura frente al Postumismo, cuyo Manifiesto de 1921 rechazaba los ismos o vanguardias predominantes en la literatura occidental; así como preceptos que apuntalaban la creación poética como un arma capaz de vencer a las armas reales; como “apetencia del hombre de un mundo de belleza y de verdad interior”; como búsqueda de lo inencontrado, de lo misterioso, lo secreto; como “gracia de hombre adentro que recibe sin sorprenderse, al fin, la poesía”; como reclamo por una poesía nacional nutrida de la poesía universal; como manifestación del “mundo misterioso del hombre, universal, secreto, solitario e íntimo, creador siempre”; como “fe en la creación del mundo más bello, más libre y más hondo”; como rechazo de la poesía de circunstancia o de anécdota, poesía de geografía económica o editorial, y en procura de que los medios poéticos justifiquen un fin poético, como devenir ético de la auténtica poesía; y finalmente, ver la poesía misma como lenguaje creativo que, antes de negar la realidad, más bien la interpreta. Nótese cómo algunos de estos preceptos coinciden con las aspiraciones estéticas de la Poética Interior y el Ateneo Insular.
Al hablar acerca de su novela El asesino de las lluvias, el autor no escatima fuerzas para afirmar que esta es “la novela de la poesía”. Pero, antes que contentarse con ello porque en la trama aparecen textos de poetas chinos como Lady Weng y Liu Yuxi; de poetas franceses universales como Arthur Rimbaud y Paul Valéry; del gran poeta alemán Rainer María Rilke; del chileno, fundador del Creacionismo, Vicente Huidobro, y de los poetas dominicanos Domingo Moreno Jimenes y el propio Franklin Mieses Burgos, lo que resulta literariamente valioso es cómo en los diálogos y en determinados momentos del relato, los personajes clave, en términos de fundamentación y oposición poéticas, es decir, Sergio Echenique, hacedor de la “mosmos poética”, una suerte de cosmovisión artística y gnoseológica, pero, también, actitud vital y saber inefable, “sentido de lo cósmico”, y Vinicio Acosta, su antípoda, enarbolan conceptos metafísicos tratando, por medio de la poesía, de trascender la cotidianidad y la realidad cósica propias de la condición humana.
De ahí que el poeta-personaje Sergio Echenique exprese, en el primer capítulo de la novela: “Rechacé el comentario del vaquero. ¿De qué infierno hablaba? ¿Del infierno en que vivimos todos nosotros? ¿Del día a día desalentador y atroz en el que debemos rezar a Dios para que nos proteja y nos conduzca al Cielo? ¿O del otro infierno, absorbente, transportador, el del poeta, el del visionario, el del místico, el infierno de quien engendra otra realidad con las palabras y da sentido a lo absurdo de la vida y a lo inefable de la inmensidad cósmica?” (Ob. cit., p.19). Rezuma, pues, este fragmento ideales fundamentales tanto de La Poesía Sorprendida como del Interiorismo. Asimismo, el personaje propone, como piedra angular de su poética, “que la condición deseada para alcanzar nuestra meta de poetas es aquella que adquirimos con una actitud introspectiva, que se cierra como un círculo de árboles al que penetramos deseando encontrar el estado de purificación necesario para, desde una perspectiva universal, encontrar la trascendencia de lo cósmico; una actitud que nos conduciría hacia lo que anhelamos: una producción poética con una estética depurada por la singularidad de su contenido” (Ob. cit., p.25). Esta proposición estética coincide con postulados esenciales de la Poética Interior, en términos de introspección y de realidad trascendente. Además, es cónsona con postulados de la Poesía Sorprendida, sobre todo, en su aspiración de un mundo diferente, pleno de belleza y de verdad interior. “Lograr la metáfora perfecta con la cual se descubra una verdad universal –dice Echenique, el creador frustrado, en una de sus reflexiones o monólogos interiores- es la meta del poeta” (p.125).
Si bien es cierto que la novela de Gautier presenta una trama pasional en la que, como en los dramas de Shakespeare, destacan los celos, la lujuria y otras miserias del comportamiento humano, al punto de rematar la historia con un final sorpresivo de doble asesinato a manos del personaje central, el de la mujer de este y su amante, no lo es menos que en las discusiones antitéticas de los poetas Echenique y Acosta, ambos, prácticamente, inéditos e irrelevantes para el ambiente intelectual y cultural de la atmósfera de la novela, situada en tiempos del dictador Trujillo, es donde se alcanza el clímax del tejido narrativo y de la estrategia misma del relato. Otro aspecto técnico interesante es el de los entrecruzamientos de planos en la narración, que permiten la concomitancia en el tiempo de distintas etapas de la vida del personaje central, sin que se hagan explícitos al lector. Además, en El asesino de las lluvias Gautier deja de lado el tiempo lineal como forma de contar la historia, para lograr un tempo narrativo de simultaneidades. Otro hallazgo relevante, en términos de dominio de los recursos técnicos del arte de narrar, exhibido por Gautier en esta novela de 2006 es la utilización de varios puntos de vista del narrador, que cambia desde la presencia fugaz del tradicional narrador omnisciente, al empleo de la primera y tercera personas del singular. La ubicuidad en los espacios se evidencia cuando, a pesar de que la atmósfera retrata el Santo Domingo de los años cuarenta, de momento damos con espacios urbanos propios de la actualidad, específicamente, el caso del centro cervecero Terraza Olímpica, popularmente conocido como Tele Ofertas, en la ciudad capital. O bien, la avenida George Washington, conocida como el Malecón, en cuyas constantes referencias se conjugan los atributos físicos y actividades humanas del pasado y de la actualidad.
Ciertamente, los lenguajes narrativo y poético tienen especificidades discursivas que, a menudo, separan al uno del otro. Por ello, Gautier valida, en la trama misma de la novela en cuestión, algunos de los principios de poética y estética que desarrolla Paul Valéry (1871-1945) en un texto explicativo de su inmenso poema “El cementerio marino” (1920), donde admite que la prosa tiene más licencias y detalles que la poesía. También el creador del Interiorismo, Bruno Rosario Candelier, proclama esa dicotomía de las escrituras novelística y poética, aduciendo que el novelista, si es auténtico, está forzado a pensar como narrador y no como poeta, dado que este último piensa en imágenes sensoriales, mientras que el primero, el novelista, ha de pensar en imágenes narrativas o en escenas. Ambas son, a todas luces, formas excluyentes de ver la relación entre los lenguajes narrativo y poético. Debo dejar sentado, no obstante, el hecho de que esta acepción dicotómica ignora el logro alcanzado, en términos de armonización de los lenguajes narrativo y poético, en novelas como Rayuela (1963), de Julio Cortázar (1914-1984); o bien, El cumpleaños de Juan ángel (1971), una novela escrita en versos por Mario Benedetti (1920-2009). En ambas, para solo citar dos, las fronteras entre poesía y prosa narrativa son exitosamente superadas. Son, pues, difusas y no tajantes las fronteras entre la prosa y el verso, como también lo son las barreras entre la imaginación ficticia y la vida misma, es decir, la realidad. Producto de esta inexactitud, virtud inexpugnable de la obra de arte, Manuel Salvador Gautier sale airoso en la empresa de escribir una novela, no solo en torno a la poesía y con personajes poetas, sino, una novela poética, en la que el lenguaje con que teje las historias es riquísimo en atributos del discurso poético y la retórica que lo racionaliza.
Manuel Salvador Gautier es un escritor auténtico, porque ha asumido el oficio con pasión, con adicción y con espíritu de inevitable condena, parecida a la del mito griego de Sísifo, en la perspectiva literaria del escritor y pensador argelino Albert Camus (1913-1960). Gautier es un escritor porque reinventa la realidad a través de la fantasía y de la palabra, porque persigue con la ficción ponerse a salvo, y también poner a salvo al lector de la perruna y horrorosa vida cotidiana, del déficit existencial a que nos fuerza el carácter de la vida en estos tiempos posmodernos, de una profunda crisis ética y preeminencia de los antivalores, capaces de generar crisis económicas y financieras sin precedentes en la historia de la humanidad. Gautier es un escritor porque, haciendo ficticia la realidad y verdadera la ficción, se realiza en el texto escrito reconociéndose instrumento del lenguaje, asumiéndose como compromisario de las riquezas de la lengua española de estos tiempos y, particularmente, del español dominicano, de nuestra cultura, de nuestra historia. Sus novelas, como debe hacer toda bien lograda ficción, nos ayudan a soportar, a hacer más llevadera la condena de ser testigos sobrevivientes de tantas y tantas desgracias. Porque novelar, o simplemente escribir, en la República Dominicana de hoy es una utopía radical que nos libera del nihilismo negativo y de la ineludible decepción existencial con que nos castiga la sofocante realidad.
Santo Domingo, D. N. Septiembre de 2010
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