Monday, July 5, 2010

16a Sélvido Candelaria: Tiempo para héroes o la biografía clandestina de Manuel Salvador Gautier

Sélvido Candelaria lee su trabajo sobre Tiempo para héroes


Por Sélvido Candelaria
Artemiches 26 de junio de 2010


Pido a los santos del cielo
Ayuden mi entendimiento…
Vengan santos milagrosos
Vengan todos en mi ayuda
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido a mi Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.


He querido aferrarme a los versos que don José Hernández puso en boca de Martín Fierro, para conjurar el poder que habré de necesitar en la pretenciosa tarea que me he propuesto. Y no es para menos. Hablar sobre las características de una obra literaria cualquiera es de por sí un gran reto, pero mucho mayor es el lance si, como en nuestro caso, nos la tenemos que ver con una novela inusual en cuanto a su volumen y calidad, además, merecedora del Premio Nacional de Novela en el año en que fue publicada.
Se ha dicho tanto de esta obra que si yo no fuera un rosca izquierda, una persona infrecuente -como me ha bautizado el escritor Rafael Peralta Romero–, hubiese sido un “paseo” para mí la tarea que he aceptado a mucha honra y de muy buena voluntad, con el fin de contribuir a propagar la magnífica labor literaria realizada hasta ahora por don Manuel en este año que celebramos el octogésimo aniversario de su nacimiento, ya que con organizar una serie de opiniones emitidas por renombrados personajes de nuestra crítica, aderezándolos con algunos superficiales comentarios y agregándole los indispensables párrafos para eslabonarlos, pude haber logrado fácilmente mi objetivo. Sin embargo, no. No me iba a quedar la conciencia tranquila si pasaba por alto la oportunidad de expresar algunas cosas que he percibido en este magnífico trabajo literario y que a mi entender han pasado inadvertidas o, por lo menos, no han sido manifestadas públicamente.
Iniciemos por lo básico.
Si desarrollar una historia coherente y detallada en cientos de páginas implica no solo un gran esfuerzo intelectual sino hasta físico, habremos de suponer lo extraordinario que será la construcción de cuatro historias concomitantemente. Si agregamos el problema de que esas cuatro historias puedan leerse en forma individual sin perder su esencia de obra literaria y, más aún, que se puedan leer juntas como un todo artístico, conservando las mismas características, entonces estamos ante la presencia de un esfuerzo digno, meritorio y ejemplar. Los griegos comenzaron con esto. Sí; esos mismos griegos que tanto ponemos de ejemplo (dignos y meritorios representantes de los orígenes de nuestra civilización) se inventaron las tetralogías. Ellos acostumbraban a presentar cuatro obras literarias (tres tragedias y una comedia) con un enlace o tronco común, para competir en los grandes escenarios, como las olimpíadas. No obstante, no son muchos los autores que en el desarrollo de la literatura occidental, sobresalen en escribir obras con estas características, aunque dos genios (Benito Pérez Galdós y Honoré de Balzac) la llevaron a su máxima expresión con sus Episodios Nacionales y La Comedia Humana, respectivamente. Y si nos circunscribimos a nuestro país, podríamos señalar a Tulio Manuel Cestero, Federico García Godoy, Efraím Castillo y Roberto Marcallé Abréu, quienes han llegado a crear trilogías en la historia literaria dominicana. Ahora bien, la única tetralogía de que tengo conocimiento en esta República la ha escrito Manuel Salvador Gautier. ¿Lo hace esto ser el mejor novelista de esta tajada de isla que habitamos? Quizás no, pero es incuestionable que el puro hecho de ser exclusivo en este renglón le da un pasaporte a la inmortalidad, en nuestra literatura. De ahí que si don Manuel no hubiera escrito otra letra en su vida, esta obra fuera suficiente para elevarlo a la categoría de ícono en el parnaso nacional.
En la tetralogía Tiempo para héroes, se narra la gestación y el desarrollo de la invasión hecha por dominicanos exiliados contra la dictadura de Rafael Trujillo, el 14 de junio de l959, y como dije anteriormente, mucha tinta se ha vertido sobre ella: Juan José Ayuso, José Alcántara Almánzar, Anselmo Brache Batista, Inés Aizpún, Enriquillo Sánchez, José Cabrera, Manasés Sepúlveda, Bruno Rosario Candelier y René Rodríguez Soriano son algunos de los que han elaborado trabajos donde se enjuicia esta obra. Ellos han hablado de su aspecto sociológico, del gran manejo del lenguaje, del magnífico balance entre realidad histórica y realidad fictiva, del muy buen manejo de la técnica novelística, de la precisión con que se ha elaborado el entramado técnico-conceptual y algunos han señalado, muy tímidamente, la relación entre el autor y la temática de la obra.
Yo quiero plantear hoy aquí, por escrito, que esta excelente novela es la biografía clandestina de un Manuel Salvador Gautier que por timidez, por indecisión, por compulsión o por todas esas razones y otras más, no pudo o no se atrevió a participar en la epopeya que narra.
No me lapiden todavía. Voy a tratar de explicarme.
A pesar de que el mismo Don Manuel ha dicho que su familia y él han tratado de exponer sus vidas lo menos posible al escrutinio de terceros, conocemos algunos hechos fundamentales de su existencia que nos hacen trazar un paralelismo muy sospechoso entre su vida personal y las vidas de los dos protagonistas de su novela. Y por aquí mismo comienzo a desmadejar, pues, para mí, este es uno de los recursos usados por el escritor para desdoblar sus características personales en dos personajes ficticios, con el fin de hacer más difícil descubrir la verdadera historia que se quiere recrear.
Noten ustedes que:
a) Como el escritor, ambos héroes proceden de un encumbrado estamento social.
b) Los dos son enviados a estudiar a Estados Unidos; uno de ellos como precaución de sus padres para evitar problemas con la dictadura y el otro para pulir conocimientos que ya había adquirido. Al autor también lo mandaron a los EE UU siendo un adolescente y, aunque no lo ha dicho nunca públicamente, yo entiendo que por algunas cosas que sí ha dicho sobre su niñez, sus padres trataban también de protegerlo.
c) Uno de los protagonistas entra en conflicto con su padre por la escogencia de su carrera profesional e impone al final su criterio sin romper los lazos filiales. Exactamente lo mismo que le sucedió a Manuel Salvador.
Pero, aparte de estas innegables coincidencias, tengo tres razones fundamentales que me hacen llegar a mi aventurada conclusión:
1ro. El niño Gautier, era un anarquista en potencia.
¿De dónde saco este planteamiento? Él mismo, quizás sin darse cuenta, me ha dado los indicios.
Leamos:
“De tantas inyecciones y sacadas de sangre, estaba hastiado de las agujas que me clavaban. En una ocasión (debía tener unos ocho años), me regué e impedí que lo hicieran. Simplemente puse el cuerpo tenso entero y me retorcía de un lado a otro entre los brazos enérgicos de la enfermera, que trataba de obligarme a estar tranquilo mientras el doctor esperaba con la aguja en la mano. El doctor desistió, y yo volví a mi casa triunfante” (1).
Estamos hablando del año 1938 y estamos hablando de un niño procedente de una de las familias más prestigiosas que vivían en la capital dominicana para esa época. Todavía hoy día sería difícil imaginarse un niño de ocho años impidiendo (no tratando de impedir) que le saquen sangre en un hospital. Yo creo que un hecho como ese podría ser hasta noticia en nuestros días. Ahora, si nos trasladamos a una época donde la voz de un adulto dirigida a un pequeño significaba una orden inapelable, sobre todo si se trataba de un doctor, una disciplina que, para aquellos años, daba a sus afiliados una aureola de dioses, debemos imaginar que el estado de conciencia alcanzado por este “muchachito” tuvo que ser algo extremadamente delicado. Y lo que me llama la atención en este caso no es el hecho en sí de haber llegado a ese estado, pues muchas veces sucede que ante una situación de pánico cualquier ser humano puede desarrollar un cuadro histérico que lo haga ponerse en condiciones supra humanas, sino que el mismo protagonista del hecho acepta que fue una acción deliberada. Es decir, ya él estaba harto de que lo pincharan y no se detuvo a pensar en las consecuencias que podía tener con esa actitud ni los castigos físicos a que lo podían someter. El hecho que lleva a un niño de esa edad a tomar una decisión como esta, puede marcar su vida para siempre. Y yo creo que si el autor recuerda ese incidente en una forma tan vívida y aprovecha la primera oportunidad para narrarlo, es porque lo considera parte importante en su formación como hombre. ¿Por qué no degeneró ese niño en un verdadero anarquista? Creemos olfatear la respuesta cuando él mismo nos dice: “Mi papá supo del incidente y me llamó. Me explicó lo que se lograba con los resultados de los análisis de sangre, me dio a entender que no era conveniente que no se supiera si yo tenía o no lo que se sospechaba, en fin, me convenció por razonamiento. Volví donde el doctor ‘manso como un cordero’, y desde entonces me han hincado cientos de agujas. El poder de disuasión de mi papá, pausado y bondadoso, sin exigencias, es algo que recuerdo siempre” (2).
Se nota aquí que si el hijo hizo todos los esfuerzos para mostrarse como un poseído, el padre tuvo la capacidad para actuar como exorcista. Otra historia hubiera sido si una correa o el encerramiento hubiesen actuado en este caso.
2do. El joven Gautier se vio afectado por el conformismo.
Ese mismo padre amoroso creo que fue el culpable de esta afección. No me resulta difícil imaginar lo que podía lograr un señor con esas características en aquellos tiempos en que el razonamiento con los hijos se dejaba a las “blandenguerías” de las mamás o de los abuelos. Ya desde muy pequeño el padre debió estarse preparando para lidiar con él, dado que, su fragilidad, producto de las enfermedades, lo hizo crecer con una desventaja muy notable por aquellos tiempos, como era la capacidad física para hacer cosas de “hombres”, pues el mismo Gautier señala que su hermano mellizo tenía que brindarle protección. Esa misma razón lo hizo desarrollar su pasión por la lectura y el aislamiento, y si bien esta característica podía ser vista sin suspicacia en una familia acomodada con arraigados fundamentos intelectuales, no es menos cierto que un profesional de aquellos tiempos, como lo era el Ing. Gautier padre, estaba en capacidad para llegar a la conclusión de que quien leía mucho aprendía a pensar y quien pensaba en aquellos tiempos era un candidato seguro para disentir con el gobierno, cosa que estaba totalmente prohibida.
¿Y qué padre no se afligiría al saber que un hijo con tantas dificultades para crecer podía al final ser víctima del insaciable monstruo que gobernaba el país por aquellos tiempos? Yo creo que esto influyó para que don Flon entendiera que, sin perder su autoridad de jefe familiar, debía usar una actitud conciliatoria en el tratamiento con su especial muchacho. Y ello, indiscutiblemente, hizo que el niño desarrollara una veneración por su padre que le hiciera poner de lado sus propias convicciones para complacerlo. Como se puede deducir de este párrafo:
“Escribí a mi casa diciendo que quería abandonar la profesión (de medicina, que estudiaba), y entonces mi papá ejerció de nuevo su poder de disuasión. Viajó a (la Universidad de) Cornell, desde la República Dominicana, para tener una conversación de hombre a hombre conmigo. Nos sentamos a hablar, aceptó sin pestañar que yo abandonara la carrera, pero me dijo que, por mi bien, debía escoger otra. Me preguntó qué era lo que me gustaba. Le dije que las matemáticas y el dibujo (no le hablé de mi inclinación literaria, ni soñaba que pudiera hacer una carrera en eso) y quedamos que yo me inscribiría en la Universidad de Santo Domingo, en Ingeniería” (3).
Y con un padre como este, en aquellos tiempos, ¿quién no corría el riesgo de conformarse?
3ro. El adulto Gautier se manifestó revolucionario.
Esta deducción la hago fundamentado en actuaciones comprobadas del personaje que ocupa nuestra atención en este trabajo.
Nosotros pensamos (por inercia, digo yo) que, si hablamos de revolucionarios, estamos hablando solamente de huelguistas, “quema gomas”, tirapiedras o, en el mejor de los casos, de quienes han empuñado un fusil y se han lanzado a combatir regímenes de fuerza. Yo creo que también un ser apacible, con sus actitudes y acciones puede convertirse en revolucionario si estas establecen una línea de conducta que rompa con lo tradicional.
Hay que entender lo que significaba, en la década de los cincuenta, solidarizarse con un empleado público destituido por haber criticado a Trujillo. No fueron muchos los que se atrevieron a hacerlo y fueron muchos menos los que se atrevieron y pudieron contarlo luego. Pues bien, este joven Gautier, siendo estudiante universitario, lo hizo. Y lo hizo públicamente. Escuchemos:
“Entonces averiguamos que Moncito tenía una obra cerca de la Universidad, el Instituto del Cáncer, y fuimos tres o cuatro estudiantes a saludarlos y decirles que nos solidarizábamos con él”. (4)
Moncito no era otro que el ingeniero Ramón Lopez-Penha, profesor universitario, que se atrevió a criticar una ley sobre inquilinato que fue promulgada por Trujillo, ante lo cual, el Rector de la Universidad no tuvo otro camino que cancelarlo para evitar cualquier malentendido. Lo normal en aquellos casos era el aislamiento de quienes osaran cometer tal imprudencia. Sin embargo, este joven se atrevió a formar parte de un reducido grupo que fue a manifestarle su apoyo y solidaridad.
(Voy a hacer un paréntesis para relacionar este hecho con mi planteamiento hecho anteriormente de que Manuel Salvador Gautier tenía instintos conspirativos y que su padre los olía o los conocía. Yo no creo que sea una casualidad que el recién graduado arquitecto, consiguiera una beca para estudiar en Italia. A mí me luce que su padre, tan preocupado siempre por aquella cabeza que aprendió a pensar desde muy joven, se dio cuenta de esa imprudente visita y previno lo que podía pasarle al hijo, por lo que se dedicó inmediatamente a buscar una forma airosa de sacarlo otra vez del país, enviándolo ahora a Roma, donde se graduó de doctor en arquitectura).
¿Y por esta sola actitud yo digo que era revolucionario? No. Hay otro hecho trascendente en la historia de la intelectualidad dominicana que me da mucho más razones que aquella atrevida acción para pensar de ese modo. Todos debemos recordar que en la década de los sesenta, la educación de este país sufrió una transformación. La provocó el llamado Movimiento Renovador que cambió la educación universitaria al establecer nuevos parámetros sociales en la formación profesional. El hecho se produjo en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y trajo consigo una revolución en cuanto al manejo de esa academia, ofreciendo más y mejores oportunidades al pueblo para alcanzar un grado de educación superior. Esto dio lugar a que muchos profesores de la UASD, formados bajo los lineamientos de la antigua Universidad de Santo Domingo, se desligaran de esta y formaran un nuevo centro de estudios para la élite social de aquellos tiempos, que se regiría bajo los cánones tradicionales. Pero entre ese grupo de profesores no estuvo Manuel Salvador Gautier. Al contrario, tan pronto se iniciaron las cátedras, Gautier aceptó dar una en la nueva Universidad Autónoma del Movimiento Renovador. Es decir, este señor, perteneciente a una de las más encumbradas ramas del árbol social dominicano, se une a los subversivos y se dedica por completo a dar lo mejor de sus conocimientos a los estamentos menos pudientes de nuestra Sociedad que entran a estudiar con la apertura que se les brinda. Esta actitud tomada ya a una edad donde la madurez comienza a posesionarse de nuestros actos vitales, me convence, más que cualquier otra, acerca de la original inclinación ideológica del maestro Doi Gautier. De ese Doi Gautier que de no haber tenido un padre como don Flon, yo me atrevo a asegurar que lo hubiésemos tenido entre los héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo.
Notas:
(1) “Gautier visto por Gautier”. Editorial Santuario, Santo Domingo. Pag. 127
(2) Ibídem. Pag. 128
(3) Ibídem. Pag. 133
(4) Ibídem. Pag. 134

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