(Velázquez: Venus)
Por Manuel Salvador Gautier
"Deslumbradora de hermosura y gracia..."
Fabio Fiallo
Llovía. La noté de repente, cuando el autobús en que yo viajaba quiso rebasar una camioneta y no pudo. Era muy hermosa. Estaba agazapada en una esquina de la cama del vehículo, recostada contra la cabina. La cabeza de un joven delante de mí me impedía verla de lleno, y yo no podía apreciar bien su cuerpo. Aún así, lo imaginaba ceñido por la ropa mojada como una piel que sobraba. Llovía, y yo no comprendía cómo los que iban dentro de la cabina de la camioneta podían dejarla abandonada, así, a una intemperie de viento y agua, sin ningún miramiento. Quería protegerla, cuidarla. En mi mente, no podía permitir que siguiera expuesta al azote de la naturaleza. Sin embargo, a ella no parecía importarle. Iba con la cabeza erguida, soberbia; miraba hacia adelante, con una tranquilidad y una serenidad imperturbables. Era tan hermosa, tan perfecta, intocable... como una Venus hierática.
El autobús trató de rebasar otra vez la camioneta y no pudo. Ella miró hacia un lado de la carretera, luego hacia el otro; abarcaba el paisaje, ignoraba el afán del autobús de rebasar. La lluvia seguía copiosa, la castigaba con su violencia. Yo trataba de adivinar sus formas, comprobar lo que imaginaba. Intenté verla mejor; pero la cabeza del joven de espaldas a mí me obstaculizaba. La muchacha se había convertido en una obsesión para mí. Deseaba poseerla, acapararla, absorberla. Era muy hermosa, perfecta, intocable... como una Venus hierática.
El autobús comenzó a rebasar la camioneta. El joven delante de mí movió la cabeza y vi su rostro. Intentaba hacer contacto con ella. Le hacía musarañas con la boca, con los ojos, con la frente; la incitaba, buscaba atraerla. Aceché la reacción de ella. Seguía soberbia, imperturbable, los ojos fijos hacia delante, desentendida de lo que ocurría a su alrededor. Era tan hermosa, tan perfecta, intocable... como una Venus hierática.
En el rebase, el joven le hizo una última morisqueta, luego alzó su mano e hizo un saludo lento de despedida, como quien ha sido vencido y no espera nada de su adversario.
Ella lo miró, plegó la frente, hizo una mueca burlona con la boca... y le sacó la lengua. El joven estalló en risa y le lanzó un beso al aire, soplado con picardía.
Yo suspiré, aturdido, desilusionado.
Siempre me pasa eso. En las cosas más importantes de la vida, busco la perfección y sólo encuentro humanidad. Soy un iluso.
Fabio Fiallo
Llovía. La noté de repente, cuando el autobús en que yo viajaba quiso rebasar una camioneta y no pudo. Era muy hermosa. Estaba agazapada en una esquina de la cama del vehículo, recostada contra la cabina. La cabeza de un joven delante de mí me impedía verla de lleno, y yo no podía apreciar bien su cuerpo. Aún así, lo imaginaba ceñido por la ropa mojada como una piel que sobraba. Llovía, y yo no comprendía cómo los que iban dentro de la cabina de la camioneta podían dejarla abandonada, así, a una intemperie de viento y agua, sin ningún miramiento. Quería protegerla, cuidarla. En mi mente, no podía permitir que siguiera expuesta al azote de la naturaleza. Sin embargo, a ella no parecía importarle. Iba con la cabeza erguida, soberbia; miraba hacia adelante, con una tranquilidad y una serenidad imperturbables. Era tan hermosa, tan perfecta, intocable... como una Venus hierática.
El autobús trató de rebasar otra vez la camioneta y no pudo. Ella miró hacia un lado de la carretera, luego hacia el otro; abarcaba el paisaje, ignoraba el afán del autobús de rebasar. La lluvia seguía copiosa, la castigaba con su violencia. Yo trataba de adivinar sus formas, comprobar lo que imaginaba. Intenté verla mejor; pero la cabeza del joven de espaldas a mí me obstaculizaba. La muchacha se había convertido en una obsesión para mí. Deseaba poseerla, acapararla, absorberla. Era muy hermosa, perfecta, intocable... como una Venus hierática.
El autobús comenzó a rebasar la camioneta. El joven delante de mí movió la cabeza y vi su rostro. Intentaba hacer contacto con ella. Le hacía musarañas con la boca, con los ojos, con la frente; la incitaba, buscaba atraerla. Aceché la reacción de ella. Seguía soberbia, imperturbable, los ojos fijos hacia delante, desentendida de lo que ocurría a su alrededor. Era tan hermosa, tan perfecta, intocable... como una Venus hierática.
En el rebase, el joven le hizo una última morisqueta, luego alzó su mano e hizo un saludo lento de despedida, como quien ha sido vencido y no espera nada de su adversario.
Ella lo miró, plegó la frente, hizo una mueca burlona con la boca... y le sacó la lengua. El joven estalló en risa y le lanzó un beso al aire, soplado con picardía.
Yo suspiré, aturdido, desilusionado.
Siempre me pasa eso. En las cosas más importantes de la vida, busco la perfección y sólo encuentro humanidad. Soy un iluso.
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