Sunday, May 9, 2010

07b Frank Moya Pons: Texto escrito para la novela Dimensionando a Dios

TEXTO ESCRITO PARA LA NOVELA DIMENSIONANDO A DIOS
Por Dr. Frank Moya Pons



En fila de alante, Virginia Álvarez, María Josefina Álvarez y Eugenio Pérez Montás. En la fila de atrás, el panelista Néstor Saviñón

Señoras y señores:
Los amigos y admiradores de Manuel Salvador Gautier nos reunimos en esta ceremonia para poner en circulación su nueva novela titulada Dimensionando a Dios, que nos ofrece también una buena ocasión para reflexionar brevemente acerca de las conexiones entre la Historia y la Literatura.
Justificamos esa reflexión porque Gautier ha escogido como personaje central de esta nueva obra suya a Juan Pablo Duarte, una de las figuras paradigmáticas de la historia nacional dominicana, y lo ha hecho con todas las licencias que se conceden a sí mismos los novelistas, entre ellas, la facultad de crear un mundo nuevo con personajes que nunca existieron materialmente, o con personalidades y circunstancias distintas a las que pudieron haber tenido en caso de que sean personajes históricos.
Como los demás panelistas analizarán la novela y sus contenidos en detalle, voy a aprovechar la ocasión, atendiendo a una petición que me hizo Manuel Salvador Gautier para que yo expresara hoy algunas inquietudes que tengo acerca de las novelas históricas y de la historia novelada, que aunque mucha gente las confunde, no son la misma cosa.
Una de las principales limitaciones que tiene la reconstrucción del pasado es que la Historia es fundamentalmente narración y que lo que conocemos como hechos históricos son las versiones construidas de los acontecimientos, no los hechos mismos.
En otras palabras, no podemos conocer lo que aconteció en el pasado si no es a partir de una narración construida que pretende representar aquel acontecer de manera “objetiva”, esto es, de manera tal que cualquier persona que quisiera acercase a los mismos acontecimientos debería llegar a conclusiones parecidas si utiliza los mismos materiales que utilizó el narrador para representar el pasado.
Sabemos, sin embargo, que las cosas no son así, y que aún cuando dos o mas historiadores tuvieran la oportunidad de manejar, al mismo tiempo, los mismos materiales y documentos, sus narraciones serían disímiles, aunque los “hechos” que narren fueran parecidos. Ello así porque cada uno posee categorías conceptuales muy distintas a través de las cuales esos materiales han de ser analizados y sintetizados, y cada uno tiene personalidad, ideología, inteligencia, intereses políticos, posición social y económica, y formación cultural distintas de los demás.
Además, cada historiador tiene maneras individuales de enfrentarse con los hechos históricos y posee criterios diferentes acerca de lo que constituyen esos hechos, así como distintas escalas de valoración de la importancia que tienen esos hechos como materiales válidos para la reconstrucción y narración del pasado (asumiendo que la función de los historiadores sea esa, precisamente: reconstruir y narrar el pasado en cualquiera de sus formas).
Como esas formas son múltiples, no podemos por lo tanto hablar de una sola historia, sino de distintas “historias”, aun cuando cada historiador se empeñe en reclamar que su narración es más objetiva o más “real” que otras.
La variedad de las narraciones históricas no solo depende de la variación personal y cultural de los historiadores, sino también de la multiplicidad de ángulos a partir de los cuales puede ser enfocada la realidad. Por eso vemos que existen muchas disciplinas históricas. Así tenemos historias económicas, sociales, culturales, demográficas, literarias, políticas, diplomáticas, militares, judiciales, religiosas, institucionales, etcétera.
Esas variedades de la historia se aproximan a la realidad, pero sin agotarla porque la realidad es multifacética y porque los materiales que han quedado del pasado son siempre parciales e incompletos y no es posible contar con toda la información disponible acerca de la ocurrencia de un hecho, pues no todos los hechos históricos fueron registrados como tales en el momento de su ocurrencia, ni todos los materiales relativos a su ocurrencia han podido ser conservados, y en el caso milagroso de que hubieran sido conservados, casi siempre es improbable que sean todos completamente asequibles al historiador.
Pero aun hay más: esos hechos no ocurrieron aisladamente. Fueron consecuencia de hechos anteriores y produjeron, ellos mismos, nuevas consecuencias. La historia, para que sea significativa, tiene necesariamente que contextualizar los hechos para entender la dinámica de su ocurrencia, y para ello el historiador debe examinar en el tiempo, esto es, cronológicamente, la conexión causal de los acontecimientos para poder explicarlos comprensivamente.
Se ha dicho más de una vez que la historia no puede prescindir del lenguaje narrativo y que ella misma es narración, y que solamente podemos conocerla mediante una narración, y que sin narración no hay historia posible. En tiempos pasados, antes del cine y la fotografía, la narración histórica estaba cercanamente conectada a la narración literaria, y la Historia era una actividad muy cercana a la Literatura.
Esta cercanía comenzó temprano pues antes del lenguaje escrito la historia de los pueblos se conservaba oralmente en tradiciones narrativas, sagas y leyendas que andando el tiempo adquirieron forma literaria. Al pasar de una generación a otra esas versiones fueron ampliadas y embellecidas, y hoy nos quedan muestras asombrosas de esas primeras historias orales convertidas en literatura en algunos libros de la Biblia y en la Iliada y la Odisea, para nada mas mencionar tres conocidos ejemplos.
Hace ya mucho tiempo que la narración histórica saltó del marco literario al formato audiovisual, y aunque seguimos narrando el pasado literariamente, también lo estamos haciendo en forma audiovisual con fotos, pinturas, filmes, “power-point presentations” y documentales de televisión. Esto lo podemos ver en las numerosas películas históricas y en programas de televisión proyectados por The History Channel, Discovery Channel, Nacional Geographic, PBS, Nova, y otros.
¿Quiere decir esto que la Historia ha cambiado? Creo que no, que lo que ha cambiado han sido los vehículos de la narración histórica o, mejor dicho, que han aparecido nuevas vías de contar la historia que las nuevas tecnologías han hecho posible. Por ello las narraciones audiovisuales, con toda su plasticidad, no han desplazado la narración.
En cambio, presenciamos hoy un escenario en el cual no sólo hay diversidad de disciplinas históricas, sino tambien diversidad de formas narrativas que hace algún tiempo no existían.
Todas estas formas coexisten, y llama la atención que no son excluyentes, sino complementarias, como ocurre desde hace mucho tiempo con la novela histórica, género este que en nuestro país comenzó a desarrollarse con “Enriquillo”, de Manuel de Jesús Galván, “Baní o Engracia y Antoñita”, de Francisco Gregorio Billini, y “La Sangre”, de Tulio M. Cestero.
La historia novelada dominicana tuvo sus inicios conscientes con los Episodios Dominicanos (“La Independencia Efímera”, “La Conspiración de Los Alcarrizos”, “El Arzobispo Valera”, y “El Ideal de Los Trinitarios”) de Max Henríquez Ureña, quien me refirió en una ocasión que su intención había sido escribir una serie de historias noveladas dominicanas (no novelas históricas, insistió Don Max) a la manera de los “Episodios Nacionales” que escribió Benito Pérez Galdós para España.
Pienso que la novela histórica y la historia novelada tienen validez como géneros literarios, como ficción consciente, como invención, como literatura. Epistemológicamente se diferencian poco de la historia en tanto que estos géneros literarios son al igual que la historia, una “invención” del pasado (sobre esto hay gran debate).
Su gran diferencia reside en que mientras los historiadores se preocupan por validar su narración con fuentes documentales o materiales que les sirven de instrumentos de constatación de la ocurrencia de ciertos hechos o procesos, los novelistas históricos utilizan (más o menos) esas fuentes como contexto, y nada más que contexto, para desde allí construir un universo imaginario que pretende reinventar (y a veces, reemplazar) la narración histórica con otra más comprensiva y más intuitiva de lo que pudo haber ocurrido.
Dicho de otra manera: en su trabajo el historiador enfrenta unos límites que la escasez documental le impide traspasar. Mas allá de la interpretación de las fuentes disponibles, el historiador puede reconstruir el pasado como “pudo haber ocurrido” de acuerdo a los documentos disponibles, pero no puede re-crearlo sin pruebas documentales pues de hacerlo así estaría faltando a la objetividad que es el mandato supremo de su disciplina.
El novelista, en cambio, no está sujeto a esta férula metodológica y epistemológica. Por el contrario, del escritor de novelas históricas o de historias noveladas se espera que lleve su narración más allá de lo que podrían hacer los historiadores, que complete la historia, que la profundice con versiones posibles de lo que pudo haber ocurrido dentro del contexto general de la documentación existente.
La gran diferencia entre el historiador y el novelista es que mientras el primero intenta reconstruir el pasado mediante una narración que pretende ser integral y verdadera, el segundo sabe que su invención es ficticia aun cuando su pretensión sea presentar los hechos de manera tal que el lector piense que pudieron haber ocurrido de esa manera.
Muchas veces he pensado que la novela histórica comienza en donde termina la historia. La legitimidad epistemológica de la novela histórica reside en que hay procesos, épocas, regímenes, coyunturas, etc., que necesitan ser narrados novelísticamente para ser explicados o comprendidos en su profundidad debido a que la documentación disponible a los historiadores apenas les sirve para analizar superficialmente el pasado y comprenderlo.
El caso de Juan Pablo Duarte y su vida es un ejemplo claro de esto que decimos. Es tan escasa y fragmentaria la documentación que ha quedado acerca de la vida de Duarte, tanto en el país como en su largo exilio, que los historiadores enfrentan serias dificultades para escribir su biografía con objetividad académica.
Con excepción de la reciente biografía de Duarte publicada por Orlando Inoa, casi todas las demás se valen de argumentos e interpretaciones extra-documentales para explicar pasajes ignotos de su vida o rasgos desconocidos de su personalidad, y por ello esas biografías contienen invenciones que las acercan más a la historia novelada que a la historia propiamente dicha.
Manuel Salvador Gautier ha optado por el camino radical, y se ha decidido por la invención total. Ha aprovechado lo que se sabe de Duarte para construir un “nuevo” Duarte con distintas circunstancias, un Duarte posible, pero inventado, tan inventado como los varios Duartes anteriores construido por algunos de sus más connotados biógrafos.
En este sentido, ¿cual es, entonces, la diferencia entre historia y novela, entre novela y biografía? ¿Será el Duarte de Gautier más verdadero que el Duarte de Balaguer o el de Troncoso Sánchez, entre los Duartes de los muchos otros?
Dejo a ustedes estas inquietudes que espero puedan resolver cuando terminen de leer esta nueva obra de Manuel Gautier que, entre otras cosas, les sorprenderá por la manera en que este autor despliega su imaginación creadora.

Muchas gracias.

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