Sunday, July 25, 2010

17b Manuel Salvador Gautier: certeras fabulaciones en la subjetividad masculina




Ángela Hernández


MANUEL SALVADOR GAUTIER:
CERTERAS FABULACIONES EN LA SUBJETIVIDAD MASCULINA

(Apuntes sobre la novela Serenata)

En las últimas décadas del siglo XIX, el positivismo hostosiano trajo al país una mirada de inteligente humanización. La batalla contra las brutalidades y la ignorancia incluían esta vez la transformación de la mujer, mediante su acceso a conocimientos y prácticas científicas que validaban su racionalidad, rescatándola de una larga historia de hipertrofia sentimental.

Razón y sensibilidad, los hombres habían encarnado la primera, las mujeres la segunda. La revolución educativa propiciada por Hostos junto a sus mejores discípulos, entre quienes descuella Salomé Ureña, afirma que la razón es tanto masculina como femenina, carece de sexo. Es este un claro foco de la nueva corriente. Sin embargo, la educación de la sensibilidad masculina apenas se toca. Se inicia un tremendo cambio en las mujeres, que no tiene su equivalente en los hombres. Nuevos territorios de comunicación se facilitan entre los sexos. La joven y el joven pueden hablar de matemáticas, literatura y astronomía, pero ¿qué sucede, qué ha seguido aconteciendo, en el delicado y complejo espacio de los íntimos afectos y la atracción erótica?

Con asombrosa perspicacia escritural, Manuel Salvador Gautier, en su novela Serenata, nos introduce en esta realidad, recreando, como solo puede hacer la buena literatura, la figura de Francisco Henríquez y Carvajal, Pancho, el esposo de Salomé Ureña. En la pareja, el autor retrata la época. Escoge las líneas finas que escapan a los historiadores y a los literatos tradicionales. Despoja al personaje principal de todo maniqueísmo, obligándonos a visualizarlo más allá de sí mismo y de sus mezquinas actuaciones con la consorte. Salomé y Pancho, a través de la novela, no son solo ellos, sino también el retrato cultural del hombre y la mujer en el drama del cambio. El progreso, la Patria, la modernidad, para Salomé constituyen conceptos referenciales que la implican hasta el tuétano. Su individualidad y su despliegue los contienen. Su desarrollo intelectual está impregnado de esta conciencia. Salomé universaliza su raíz femenina. Su forma de amar, en cambio, es parecida a la de todas las mujeres. Penélope caribeña, encarna el sacrificio humano de la mujer en la piedra de la cultura.

Pancho, niño mimado, macho ilustrado, ególatra, conquistador, hipersexual, político, patriota a toda prueba, intelectual con varias carreras, exitoso con las mujeres (criollas, parisinas, jóvenes, libertinas, etc.), mezquino y despreciable en su conducta hacia Salomé, sufrirá en Serenata el más sofisticado de los castigos: amará a la poeta y educadora que jamás salió de la isla, aún a su pesar, la amará; la admirará y, en cierto modo, envidiará su incomparable y misterioso don humano. Y en todas las grandilocuentes actuaciones de Francisco, latirá Salomé. El autor de Serenata es muy consciente de su misión de rehacedor del mundo. Y la logra a través de la maestría narrativa: obsérvese la poesía, intensidad y libertad de lo que llama fabulaciones, el desenfadado erotismo, el juego enriquecedor de planos, otorgando flexibilidad a la trama, los certeros detalles de época, las firmes líneas de historia… Salomé, esa rara muestra nativa de “aristocracia del espíritu”, mulata, de más edad que su esposo, sencilla en el vestir, de nula mundanidad, deviene en inevitable influjo no solo para su hijo Pedro, sino también para el incongruente esposo. “Salomé, siempre te amé”, dirá éste en la primera fabulación de la novela. Y, al final de la obra, este hombre de tan intensas y diversas experiencias mundanas, profesionales, políticas y domésticas, quien jamás comprendió a la consorte, como tampoco se comprendió a sí mismo, descubrirá en la presencia de esa mujer a la que no supo cuidar ni respetar lo suficiente, el poderoso misterio del sentimiento inmanente. Sus palabras finales son tan extrañas como la existencia perdurable del vínculo:

Todo puede ser, menos lo que más se desea. Aquí estamos, tú y yo, Salomé. No hay nada entre nosotros, ni nada alrededor (...). Pasarán billones de años, y tú y yo seguiremos aquí, mientras el universo que conocimos se transforma.

Estos párrafos, como toda la novela, nos desencadenan cantidad de interrogantes. ¿El amor para este hombre, quien tipifica toda una cultura de la masculinidad, sólo es posible a punto de diluirse en la eternidad? ¿Era, de cierto, capaz de amar? ¿Rechazaba el amor al vivirlo o equipararlo con debilidad? ¿El amor a una mujer, aparte de pasión erótica –hecho frecuente y suscitado por variados sujetos femeninos- es tan imposible y tan abrumador en su postergada realidad como el conocimiento de uno mismo? ¿Amó Pancho a Salomé, a su modo; o sea, a la manera del hombre común dominicano? ¿Salomé se adaptó o fue destrozada por los padecimientos y somatizaciones emocionales?

Francisco, Pancho, cobra vida y consistencia en las contradicciones que lo definen y confieren profundidad sicológica. Las claves de su carácter la encontramos en la segunda fabulación de la novela, en la cual Manuel Salvador Gautier exhibe su capacidad extraordinaria de valerse de la historia, al tiempo que la interpela y la transforma al filo de su pródiga imaginación:

Nunca la entendí, tengo que confesarlo. La perseguí, la enamoré, nos casamos…. Ella me amaba. De eso estoy seguro. Yo la amaba, todavía la amo, no miento cuando lo digo. (…) Hay una parte de ti que desconozco, que nunca conocí, Salomé. (…) ¿Es eso lo que te inquieta Salomé, que nunca llegue a entenderme a mí mismo, ni siquiera ahora, viejo, sin meta, sin pretensiones? Amo eso, amo pensar que te inquieta eso.

Salomé, con su sola existencia, y dadas sus atributos intelectuales y creativos, desafía al hombre en su raíz; le induce indirectamente a pensarse, a conocerse. Cosa que éste no aguanta ni puede evitar, encontrándose con la imposibilidad. Algo le ata a esa mujer distinta; algo le deslumbra y provoca. Y a veces, en su desdoblamiento, pareciera que ese esposo indiferente, que más bien parece desempeñar un rol obligado, encuentra en la consorte la seguridad y algo que roza el amparo materno. Él la percibe segura de sí misma, consciente y clara en lo que quiere. La percibe dotada precisamente de lo que él carece.

Pancho, brioso, de sonrisa agradable y chispa inteligente en los ojos, es y será el conquistador empedernido que el entorno en cierto modo celebra. Hombría es conquista de mujeres y procreación de numerosos hijos. El hombre lo tiene casi todo, pero Salomé lo supera en más de un desconcertante e imponderable factor. Al conocerlo, la vida de ella toma un rumbo inevitable. Conoce el amor y la herida perpetua. Su hermana Ramona ve acercarse claramente el peligro, el viraje. Enamorarse, entregarse a un seductor, significa para una mujer de brillante inteligencia desperdiciar la misma o sumergirse en una lucha desgarradora por mantener íntegra la mente y el cuerpo de pie. Un hombre seductor resulta vivificante, divertido, provocador, irresistible en su derroche de vida, al principio… Salomé se entregaba, se entregó, nos narra el autor de Serenata, implicándonos en la trama en la que sus personajes cobran vida.

El narrador nos revela la fragilidad del protagonista, tras su aparente fuerza dominadora. Y resulta realmente hermoso el pasaje de la pág. 50 donde una ráfaga de erotismo transforma a la joven pareja, iluminándoles en un diálogo extraño, pues él acababa de leer un poema suyo mediocre y ella le corregía amorosamente el inútil texto. A partir de este momento, Ramona entendió que el hombre vencía, dominaba a la mujer, “el efecto físico superaba al intelectual. Su hermanita del alma, criatura espiritual, eligió al compañero menos apropiado a su temperamento".
Y luego sobrevino lo inevitable, nos dice la narración, “Salomé no era feliz. Sufría, se atormentaba sin saber, solo presintiendo”. Tiempo después: “Era una Salomé apagada, triste”. Celos e incertidumbre desplazaban las alegrías iniciales.

¿Qué complejo, qué nudo subyacía en el comportamiento de Pancho? No olvidemos que en su vínculo con Salomé residen fuerzas novedosas en una pareja de esa época. Les unen ideas políticas y afinidades intelectuales. Les unen tareas comunes relativas a la educación de jóvenes, en particular de jóvenes mujeres. Se han saltado la convención de la edad, al ser Pancho considerablemente más joven que ella.

1. La inversión del espejo
Admira y encanta la inteligente vía que elabora Manuel Salvador Gautier para remecernos y desmitificar los personajes históricos. Demuele todo posible victimismo en Salomé y, asimismo, pone en tela de juicio el despiadado control masculino del intelectual y político Francisco, Pancho.
Una idea de Virginia Woolf, repetida con frecuencia, refiere que las mujeres han sido el espejo en el cual los hombres se han estado mirando al doble de su tamaño. Para mantener su predominio en la cultura y en las relaciones precisan de la imagen disminuida de la mujer. Esto constituye un pilar de la hombría. Otro pilar: el hombre es duro, capaz de reprimir, obviar e incluso eliminar sus sentimientos. En la cuarta fabulación de Serenata, el narrador nos propone una mirada que descompone las imágenes y las revierte. Salomé sufrió pero jamás perdió su centro, su horizonte, sus dones. Pancho gozó de las mujeres y del poder, sin embargo, nunca se encontró consigo mismo.

Salomé, según esta fabulación decisiva, no era una romántica cualquiera, solo vivía con intensidad y lealtad sus sentimientos. Pancho se justifica, tal vez aguijoneado por la tardía culpa. Afirma que nunca quiso separarse de su esposa. Las circunstancias políticas o profesionales determinaron las prolongadas separaciones. Aquí el narrador introduce una hebra fina del perfil sicológico de la mujer. El hombre la abandona y ella se culpa por este abandono. Dolor y culpa, típico de la autoestima disminuida de una esposa. Así y todo, él le reconoce superioridad:

Cuando estábamos juntos siempre me sentí el más débil. Salomé tenía el don de parecer más frágil mientras más fuerte era.

De esta admiración dimanan sentimientos encontrados. Envidia, rivalidad, incluso. En algunas culturas, las prácticas y tendencias de represión sexual, física y sicológica de la mujer no parten de considerarla inferior, sino peligrosa, poderosa. ¿Huye Pancho de Salomé? ¿Huye por desamor o por incomodidad o por desasosiego? ¿Huye para vivir a la libre su juventud? ¿Huye para fortalecerse? ¿O simplemente se marcha para superarse, seguro de la absoluta lealtad de la esposa, independientemente de su comportamiento? Nunca lo sabremos.

Pancho, en la creación de MSG, se siente enjuiciado constantemente por Salomé. Mujer de conocimiento, poeta que revela sus convicciones y emociones más íntimas, es, acaso, demasiado distinta. Crecer es un riesgo. Ya lo dice el refrán: “Mujer que sabe latín, no tiene marido ni buen fin”. En la pág. 83, el narrador en segunda persona dice: “Era una mujer extraordinaria. Demasiada mujer para un benjamín como tú, mimado por padres y hermanos”.

En la novela Serenata, Pancho personifica las tensiones del hombre ante el cambio que empieza a experimentar la mujer, el cual le requiere cualidades escasas en la formación masculina. Este hombre inteligente se ve compelido a contemplarse en su propio espejo, desdoblado. En la quinta fabulación nos ofrece su sincero retrato, amante y cruel:

Por qué soy esos dos yo, tan parecidos y tan opuestos, y por qué hay otro yo, que muchas veces desprecia a los demás y se afinca en un machismo exagerado y atropellador.

Ese Pancho fraccionado adopta el perfil del hombre hostosiano que busca el progreso en la educación científica, al mismo tiempo, su sombra proyecta fuertes dudas sobre sus facultades para el afecto y la comprensión, sobre todo de la pareja. Algo que su hijo Pedro y su cuñada Ramona perciben diáfanamente, aportando un interesante contrapunto en la historia tejida por MSG.

Serenata es una obra lograda, inquisidora y radiante. Un orbe de relaciones, desencuentros y complicidades que nos remite al movimiento incesante y múltiple de lo humano. Sobre el matrimonio Salomé-Francisco se ha escrito mucho. Serenata nos saca de los lugares comunes para preguntarnos: ¿Acaso todo es mucho más complejo y sólo advertimos las hondas superficiales de lo que acaece en las profundidades de una nación, de una cultura y de una pareja en un tiempo que es punto de inflexión en la historia?

Dos reflexiones asomaron a mi cabeza, entre muchas inquietudes y disfrutes, al leer Serenata:

La Salomé de la novela es distinta a la sufrida perfilada por las misivas de la familia Henríquez Ureña. Es, más bien, la incomprendida, en especial por el hombre que ama. Incomprensión que emana, no solo de la personalidad de su consorte, sino de la historia, de la cultura, de las nuevas variables en la definición de la mujer; incomprensión definida también por la complejidad y las fuerzas que abriga la poeta Salomé. ¿Qué hombre acertaría a comprender, a intimar con, a amar a plenitud a esta humana “distinta”, que se intuye superior moral e intelectualmente –a pesar de nunca haber estado en contacto con el glamour parisino ni las bibliotecas y aulas de la academia-, inamovible en sus principios y propósitos, indiferente a las veleidades de moda? Tal vez Federico fuese el hombre más cercano a su alma, lo más cercano a un verdadero hermano. Con Pancho mediaban mil cosas. La pasión, la pasión de Salomé, sobre todo. Y la diferencia de carácter y de edades. Lo pasional, en la atracción, pone al rojo vivo las brechas, las disimilitudes, los saltos potenciales; las amenazas…

2. La diferencia fundamental entre humanos y animales

No es el amor, los animales aman, los perros aman, los patos aman (por lo menos a sus crías).
No es la representación simbólica. Los delfines y las ballenas “cantan”. Un día un gorila dibujará una estrella sobre la tierra enlodada y un pulpo hará una pintura abstracta con un chorro de tinta.

No es la comunicación sofisticada. Muchas bestias y pájaros la poseen.
No es el ritual erótico. Las aves del paraíso y los hipocampos son capaces de deslumbrarnos con sus danzas de seducción.
La mayor diferencia de los humanos frente a los animales y todo lo viviente es su capacidad de cultivar el amor, de sembrar afectos y cultivarlos. Es ello lo que determina la historia humana.

Ángela Hernández
21 de julio 2010

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