Friday, July 23, 2010

17a De la arquitectura a la narrativa, paseo por una novela de Manuel Salvador Gautier




DE LA ARQUITECTURA
A LA NARRATIVA,
PASEO POR UNA NOVELA
DE MANUEL SALVADOR GAUTIER
(Apuntes sobre la novela Un árbol para esconder mariposas)
Manuel Mora Serrano
I
ARQUITECTURA Y LITERATURA

No sé que día Manuel Salvador Gautier amaneció con una estructura diferente en la cabeza. Pudo ser la lectura de alguna obra de esas que parecen monumentos o grandes castillos señoriales, pero siendo, como fue, un fervoroso lector, se dio cuenta de que su arte profesional tenía mucho de familiar con la estructura de una novela.
Bien sabemos que la magia pura no existe en materia literaria y que no se amanece de hoy para mañana narrador. Hay mucha vigilia interior, muchos proyectos fundidos en el aire y sobre todo, muchas páginas tiradas a la izquierda. Eso que algunos creyentes llaman tentación. En efecto, el concepto del Diablo, no es más que ese prurito interior que nos aparta del camino considerado recto y nos desbarranca hacia una utopía cualquiera.
A pesar de que, cuando leemos las obras de este prolífico narrador, nos demos cuenta de que nada diferencia la estructura de un edificio complejo de la de un artefacto narrativo. Acostumbrado a imaginar a base de cosas tan abstractas como líneas, ángulos, números y el ambiente físico y geográfico de la futura edificación, el entorno social y sus posibles habitantes, etcétera, la fabulación de historias entremezcladas con personajes, unido a algunos conocimientos de las técnicas narrativas, constituyeron el ángel travieso paralelo capaz de edificar un cosmos viviente.
Aunque ello sea así y la semejanza pueda ser exacta, no quiere decir que cualquier arquitecto puede dejar la mesa de dibujo o la computadora con softwares especiales a un lado y empezar a trabajar una novela. Se precisa, además de lo estructural, una zapata cultural diferente. Una vocación paralela, con misión imposible de unirse antes del infinito.
Sustituir dibujos y volúmenes por palabras, es la inversa de los orígenes de la escritura. Los primeros escritores de cualquier cultura plasmaron sus ideas de manera gráfica. Hemos llamado jeroglíficos, petroglíficos, etc., según el material donde se estampen, a esas manifestaciones de la realidad, comprensibles para una comunidad cualquiera. La letra es una invención tardía, y las más viejas lenguas siguen dibujando las palabras, como la china, por ejemplo.
En consecuencia, no fue el conocimiento de su arte, sino las experiencias de lector, la base literaria que ha hecho de Doy Gautier un arquitecto narrador o un narrador arquitecto, porque es posible que sus aportes lingüísticos perduren tanto o más que sus construcciones en cuatro dimensiones.
Ahora bien, si seguimos generalizando, no vamos a aterrizar en lo concreto que nos reúne. A mí me corresponde hablar de “Un árbol para esconder mariposas”, que quizás sea la más arquitectónica de las novelas de nuestro autor, próximamente octogenario. Con ello intento justificar el preámbulo.
Coloquio sobre la CIGUAPA realizado el 28 de octubre de 1989. En sus novelas Goeíza y El ángel plácido Mora Serrano trata los mitos indígenas y los clásicos

II
CÓMO SE HACE UNA NOVELA

Esta obra que comentamos es una novela hecha con las manos, casi dibujada. Es producto del taller de un técnico en estructuras.
Soy muy mal dibujante, pero puedo ir trazando líneas horizontales y verticales de la acción y de la manera en que el autor ha trazado las intervenciones de sus personajes y las tensiones creadas, y al final podríamos ver un extraño edificio que se tambalea. Ciertamente no es una estructura uniforme y estable porque lo que ahí se relata nada tiene de tal.
Eso es evidente para cualquier escritor que la lea. Lo raro se descubre desde el uso de los dos puntos que separan a los posibles entes narradores. Decimos posibles y no reales (él, ella) por el rejuego que el autor mantiene, tanto en los planos como en los constantes cambios del dativo al vocativo, vale decir, de la primera a la tercera persona.
Lo que observamos es que se trata de un tema inédito en la obra de Gautier. No es que no aparezcan detalles en los contrastes sociales y étnicos, porque cualquiera que trabaje la realidad en nuestro medio, ha de chocar con el tópico. El hecho de que se empiece a desarrollar en New York durante el primer y cruel balaguerato, período llamado de los 12 años, tampoco puede sorprender. Lo que le interesa narrar, no podía acontecer aquí, entonces. Tampoco el negro podía adquirir esa cultura, casi mágica que tiene, si hubiera vivido aquí en ese tiempo. Es la ventaja de los espacios abiertos culturalmente, y en eso ninguna ciudad supera a New York, para producir el milagro. Eso es parte de la invención novelística, porque la cultura superior no se aspira en el aire ni sucede por ósmosis. En el fondo, vamos a decirlo de una vez, lo que sucede es bien simple: cada personaje es, más o menos, el autor. Y si éste es culto, como en este caso ¿cómo podría ofrecernos, además de las historias y las peripecias, lo que quiere darnos, que son una parte de sus conocimientos, si no fuera en un acto aparentemente egoísta de generosidad cultural?
Volvamos a los posibles orígenes. Supongamos que los materiales de que dispone el autor (que él ha elegido libremente), son el sincretismo sanjuanero de Papá Liborio y Palma Sola. El vudú haitiano primando sobre el fondo del que podríamos llamar dominicano, que es casi una caricatura de las variantes del vecino país, pero que, como el truculí, parodia del clerén, cuando lo queremos africano de verdad, aplicamos la receta vecina. Este es el fondo donde como figuras chinescas asistimos al encuentro de dos entes opuestos del antiguo orden social criollo: un negro pobre, de ascendencia rural y una muchacha blanca, de familia de clase media, de ascendencia urbana.
En nuestra narrativa existe un negro hermoso, nuestro Otelo es Trigarthon Rymer, el personaje samanés de la novela Anadel de Julio Vega Batlle, que no es un calco de Gautier en su Sebastián, o Tian. Ahora existen dos negrazos en nuestra narrativa, que son ejemplares soberbios de su raza
Pero además de saber sobre el terreno donde va a levantar un edificio, nuestro arquitecto debe observar in situ los caminos de la luz y el viento. En este caso, además de vudú, de costumbres y usos sociales, de la forma y manera de vivir de los selváticos seguidores del liborismo, debe investigar o saber sobre guerrillas y movimientos de izquierda. De clase social media conoce por experiencia personal y familiar. Ahí está en sus aguas; él no tiene que ir lejos para encontrar a Liliana. De ese material le sobra. De New York conoce bastante, de modo que lo que cuente allí tendrá un aval personal de primera mano.
Ahora bien ¿son tan simples los materiales con los cuales se ha construido una novela compleja, técnicamente difícil de llevar adelante sin mucha invención, porque tanto las relaciones sexuales del negro y la blanca, como la actitud de Mamá Yoyó, le son ajenas? No. Además de arquitecto, el autor tiene que ser novelista, es decir, ha de poseer la “facultad” de pura brujería literaria: eso que conocemos los narradores como la montura de los personajes. Ese dejarlos ser para manifestarse a través de uno.
Dicho esto, pasemos a lo que a un Giovanni Di Pietro le gustaría que hubiéramos hecho desde el principio: tratar sobre argumento y personajes. Aunque, naturalmente, a mí me parecen más relevantes el lenguaje y la técnica narrativa que desembocan en el metamensaje.


En la Feria del Libro 2007

III
ARGUMENTO Y PERSONAJES DE LA NOVELA

Todo argumento, al resumirse, por compleja que sea la trama, por enrevesada que sea la técnica, se linealiza en dos o tres renglones, aunque parezca que estemos desconstruyendo el edificio que tan morosamente ha ido levantando el arquitecto narrador.
Soy enemigo jurado de la técnica puramente argumentista, porque me parece baladí; con perdón sea dicho. Es un regreso al “puerto de origen”, para expresarlo con palabras bochistas, porque ese es el dibujo y el cálculo obligado antes de tocar el papel o el teclado. Como lector de literatura, más que de novelas o relatos, me preocupan el lenguaje y los personajes, esa segunda instancia puramente literaria. Una novela es, primero que nada, un artefacto de la lengua, de la lengua literaria, y está sujeta a sus reglas y a su preocupación por la estética, más que por la ética.
Gautier mantiene siempre esta premisa por encima de las demás, de ahí que se haya construido con ella un nombre en nuestra novelística.
Sin embargo, hay algo más que debemos señalar antes de abordar lo prometido. Él no sólo quiere contarnos cosas que pueden ocurrir o que han sucedido, él quiere encontrar un punto desde el cual apoyarse, que entienda que es nuevo o que es original. Esa preocupación por la originalidad lo llevó a expresar en la presentación de su última novela sobre Juan Pablo Duarte, aquel ¡Bingo! que señalara en la Capilla de los Remedios al encontrar un tópico diferente: el Duarte con vocación sacerdotal.
Cuando planificó esta novela que comentamos, se dio cuenta que tenía un material que le parecía interesante aunque había sido trabajado en múltiples ensayos y en alguna que otra narración dispersa. Nos referimos al episodio de Palma Sola, que no había sido novelado en profundidad. Sin embargo, más que eso, el liborismo fue lo que le llamó la atención. Pero el liborismo como tema novelesco, tampoco era relevante. Hacia falta algo más para llevar al lector por una selva diferente, por una de concreto. Faltaba el conflicto novelesco que fuera el foco desde el cual se podía irradiar lo que comienza en el primer capítulo como base argumental:
Tenemos la soledad del negro que recuerda su pasado en la isla. Ha tenido una polución nocturna y ha manchado las sábanas. Pero no sólo eso, sino que ha recurrido a la pasión de Onán imaginando que posee a la mujer de la cual se ha enamorado. Y todo ello lo hace evocando cánticos y oraciones del lejano San Juan. En contraste de este pobre hombre que vende manualidades y chucherías mágicas, está la hermosa estudiante que cruza cada día indiferente frente a él, y que lo emociona. La ve tan alta y lejana como cualquier torre del downtown neoyorquino, aunque él conoce de encantamientos.
Recordemos el contrapunto. El negro esbelto, pobre, solitario. La bella estudiante cuya familia, al parecer, cubre sus gastos en la gran ciudad, porque no trabaja, sólo estudia.
Las páginas siguientes nos van a arrastrar a los ambientes que los dividen. Las familias. Las de él son dos: la carnal y la de la tribu. El vudú no es algo tan simple como una religión cualquiera. Es una devoción eterna. Las de ella están divididas también: una parte en territorio continental, al Sur del gran país norteño y la otra, en la isla. Ella también pertenece a una tribu: a la clase media católica dominicana con sus ritos y sus tradiciones.
Después son dos simples seres humanos, y entre ellos surge la pasión y alcanzan el amor. Se unen y casan. Ambos están violando leyes de sus tribus. Y nadie viola las leyes tribales sin consecuencias fatales o trágicas. Tienen hijas y a las dos las bautizan con recuerdos de ambas tribus. Ana Isa-bel y Ercilia o Erzulié. Todo marcha bien, hasta que hay que presentarse ante las tribus.
Ni Mamá Yoyó ni el padre de Liliana están preparados para estos encuentros. La tragedia está servida. La lucha de clases que se había ganado en la relación cordial y amorosa, se transforma en una lucha cultural y racial. Las niñas salvan todo porque son bellas mulatas inocentes, como debe ser.
Lo demás es el cuadro general de la suegra que llega para que el hijo cumpla con lo que ha prometido a la tribu y la reacción de la esposa que no transige y desea salvar a sus hijas para que vivan dentro de los cánones de la propia suya.
He ahí en síntesis el argumento. Lo demás, las peripecias del hermano que toma el mal camino y que sin embargo tiene cierta nobleza; el final heroico o desatinado de Tian, las supersticiones, los datos agoreros, las búsquedas desesperadas, todo lo que compone la argamasa novelesca, desemboca en un final esperanzador.
Sin embargo, al margen de un argumento novedoso e interesante por la forma en que lo trae el narrador, lo que fascina en este artefacto literario es el uso del lenguaje, llegando por momentos al éxtasis poético, siempre tratando de que ambiente y personajes encajen en los pensamientos o en los parlamentos, con sus vaivenes lingüísticos.
Creo que técnicamente es la obra más lograda del arquitecto narrador, a pesar de la estructura temblorosa de que hablamos, y es que el material con que está hecha no tiene solidez en ninguna parte. Desde el principio sabemos que ese edificio que tiene raíces tribales tan dispares, no puede sustentarse, porque es, en el fondo, un retrato de lo que vino después, cuando se produjeron los terremotos ineludibles.
Hoy en día el matrimonio de un negro con una rubia, no asombra a nadie. Aunque todavía queden rescoldos de los prejuicios sempiternos, cada vez se diluyen más a medida que tantos negros y mulatos alcanzan posiciones políticas y económicas antes inimaginables.
Un paralelo de lo imposible de los matrimonios de tribus diferentes, es el del hogar nativo del actual presidente norteamericano Barak Obama. Su padre regresó a su África natal y abandona a la blanca que enfrentó el rechazo familiar y social en una época de gran intransigencia racial. Pero él, sensible y culto, no quiere ese final fatal, y por eso buscó y encontró una negra inteligente y culta como compañera.
Un árbol para esconder mariposas de Gautier se publica en febrero del 2009. En abril apareció El día de todos de Juan Carlos Mieses, escrita en Francia. Las dos tienen estructuras no lineales, algo que, curiosamente, todavía no alcanza impactos de admiración entre los lectores dominicanos. Ambas novelas tocan la temática del vudú, en Mieses el haitiano y en Gautier el híbrido. Curiosamente, mientras en Mieses aparece Papá Yoyó, en Gautier está Mamá Yoyó. Es la única coincidencia.
En otra oportunidad, con mayor espacio de tiempo, tocaremos otros aspectos que hacen de esta novela que comentamos un artefacto literario digno de un acercamiento más cercano.
Santo Domingo, 17 de julio 2010.

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