La casa de Domingo Marte en su finca. Atrás, los cinco picos.
Conocí a Domingo Marte en alguna tertulia en que nos encontramos a finales de los 90. Yo había leído su novela Madre de las aguas, que me gustó mucho por el enfoque ecológico que tiene, y hablamos. Luego nos seguimos viendo en varios sitios, sobre todo, en las conferencias que dan en la Academia Dominicana de la Lengua, a las cuales Domingo asiste frecuentemente. En una de éstas, a principio de año, Domingo se me acercó y me dijo que quería celebrar mis 80 años con un pasadía en una finquita que tiene cerca de Villa Altagracia. Le dije que me encantaría y quedamos en que la actividad se organizaría. En abril, después que a Mateo Morrison le dieron el Premio Nacional de Literatura, Domingo amplió la celebración para incluirlo a él. Seguimos hablando de la actividad hasta que Domingo le puso fecha y se formó un Comité presidido por Domingo e integrado por Miguel Solano, Alejandra Álvarez, Isael Pérez, Oneida su esposa y Minerva Hernández, quienes fueron a visitar la finca, para conocerla y determinar cuál sería la mejor manera de organizar el pasadía. Nos pidieron a Mateo y a mí que hiciéramos la lista de nuestros invitados, se decidió que el plato fuerte de la comida a mediodía sería un puerquito asado, Oneida se comprometió a hacer un moro de habichuelas negras y asar unos cuantos pollos, se incluyeron más cosas y, como siempre, Alejandra se hizo cargo, preparando un presupuesto para los gastos y moviéndose con las invitaciones. De allá, Alejandra y Minerva volvieron con estrellas en los ojos, aclamando lo hermoso que era el sitio, con riachuelos que lo atravesaban una posa maravillosa donde bañarse, servicios (cocina y baños) y con una sola dificultad, que no podían entrar los carros bajitos, porque después de pasar Villa Altagracia, hay que desviarse de la autopista por unos caminos de tierra y, cuando llueve, aquello sólo lo pasan las yipetas y camionetas con cuatro cambios.
Todo se resolvió, y Domingo nos citó a un lugar llamado Los Arbolitos, después de pasar Villa Altagracia, para que nos juntáramos allí, a las 9:00 a.m. del sábado 16. A Mateo y a mí, nos tenían dos sorpresas: la siembra de un árbol cerca de uno de los riachuelos que cruzan la finca, un cajuil y un mango; y la presentación de un sainete (obra teatral cómica) escrita por Domingo titulada: “Cuando las abejas pican a los poetas”. El paseo resultó encantador. Llegamos a Los Arbolitos, un vivero donde crecen y venden flores y árboles, tomamos el camino a la finca y comenzamos a respirar aire puro, cruzamos el primer riachuelo, vimos la casa de fulano, la de zutano, hasta que llegamos a la finca de Domingo, un lugar hermoso con una casa muy cómoda rodeada de viveros y crías de animales y, más allá, el charco con la posa donde Domingo ha creado un pequeño paraíso. Cumplimos con el programa preparado por nuestro Comité: un recorrido por los viveros y crías de conejos y aves (otra sorpresa: vimos el aparejamiento de un conejo muy querendón con una coneja muy dispuesta), la laguna artificial con cría de peces, pasamos por el lado de la casa, seguimos hasta cerca del gazebo que está al borde del riachuelo con la posa, nos detuvimos para que Mateo y yo sembráramos los árboles y nos paramos alrededor de donde tenían el puerco en un horno especial que lo cuece por arriba y por abajo, Mateo y yo pinchamos el puerco, le colocaron la tapa con brasas de carbón, y nos metimos en el gazebo. Allí vimos “Cuando las abejas pican a los poetas”, graciosísima, con un Domingo con sombrero de campesino dispuesto a matar con un machete a los poetas que habían venido a interrumpir la cría idílica de sus abejas. Luego nos bañamos en la posa, donde hay una chorrera maravillosa (Domingo la preparó como una piscina con cemento en el lecho). De ahí nos fuimos a comer el banquete de puerco con demás cosas que Oneida había organizado y terminamos todos leyendo nuestras obras al fresco, sobre un césped agradable, disfrutando de una Naturaleza participativa que nos hacía dioses.
Conocí a Domingo Marte en alguna tertulia en que nos encontramos a finales de los 90. Yo había leído su novela Madre de las aguas, que me gustó mucho por el enfoque ecológico que tiene, y hablamos. Luego nos seguimos viendo en varios sitios, sobre todo, en las conferencias que dan en la Academia Dominicana de la Lengua, a las cuales Domingo asiste frecuentemente. En una de éstas, a principio de año, Domingo se me acercó y me dijo que quería celebrar mis 80 años con un pasadía en una finquita que tiene cerca de Villa Altagracia. Le dije que me encantaría y quedamos en que la actividad se organizaría. En abril, después que a Mateo Morrison le dieron el Premio Nacional de Literatura, Domingo amplió la celebración para incluirlo a él. Seguimos hablando de la actividad hasta que Domingo le puso fecha y se formó un Comité presidido por Domingo e integrado por Miguel Solano, Alejandra Álvarez, Isael Pérez, Oneida su esposa y Minerva Hernández, quienes fueron a visitar la finca, para conocerla y determinar cuál sería la mejor manera de organizar el pasadía. Nos pidieron a Mateo y a mí que hiciéramos la lista de nuestros invitados, se decidió que el plato fuerte de la comida a mediodía sería un puerquito asado, Oneida se comprometió a hacer un moro de habichuelas negras y asar unos cuantos pollos, se incluyeron más cosas y, como siempre, Alejandra se hizo cargo, preparando un presupuesto para los gastos y moviéndose con las invitaciones. De allá, Alejandra y Minerva volvieron con estrellas en los ojos, aclamando lo hermoso que era el sitio, con riachuelos que lo atravesaban una posa maravillosa donde bañarse, servicios (cocina y baños) y con una sola dificultad, que no podían entrar los carros bajitos, porque después de pasar Villa Altagracia, hay que desviarse de la autopista por unos caminos de tierra y, cuando llueve, aquello sólo lo pasan las yipetas y camionetas con cuatro cambios.
Todo se resolvió, y Domingo nos citó a un lugar llamado Los Arbolitos, después de pasar Villa Altagracia, para que nos juntáramos allí, a las 9:00 a.m. del sábado 16. A Mateo y a mí, nos tenían dos sorpresas: la siembra de un árbol cerca de uno de los riachuelos que cruzan la finca, un cajuil y un mango; y la presentación de un sainete (obra teatral cómica) escrita por Domingo titulada: “Cuando las abejas pican a los poetas”. El paseo resultó encantador. Llegamos a Los Arbolitos, un vivero donde crecen y venden flores y árboles, tomamos el camino a la finca y comenzamos a respirar aire puro, cruzamos el primer riachuelo, vimos la casa de fulano, la de zutano, hasta que llegamos a la finca de Domingo, un lugar hermoso con una casa muy cómoda rodeada de viveros y crías de animales y, más allá, el charco con la posa donde Domingo ha creado un pequeño paraíso. Cumplimos con el programa preparado por nuestro Comité: un recorrido por los viveros y crías de conejos y aves (otra sorpresa: vimos el aparejamiento de un conejo muy querendón con una coneja muy dispuesta), la laguna artificial con cría de peces, pasamos por el lado de la casa, seguimos hasta cerca del gazebo que está al borde del riachuelo con la posa, nos detuvimos para que Mateo y yo sembráramos los árboles y nos paramos alrededor de donde tenían el puerco en un horno especial que lo cuece por arriba y por abajo, Mateo y yo pinchamos el puerco, le colocaron la tapa con brasas de carbón, y nos metimos en el gazebo. Allí vimos “Cuando las abejas pican a los poetas”, graciosísima, con un Domingo con sombrero de campesino dispuesto a matar con un machete a los poetas que habían venido a interrumpir la cría idílica de sus abejas. Luego nos bañamos en la posa, donde hay una chorrera maravillosa (Domingo la preparó como una piscina con cemento en el lecho). De ahí nos fuimos a comer el banquete de puerco con demás cosas que Oneida había organizado y terminamos todos leyendo nuestras obras al fresco, sobre un césped agradable, disfrutando de una Naturaleza participativa que nos hacía dioses.
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