Sunday, February 14, 2010

Un árbol para esconder mariposas


(Chiqui Mendoza: Brujo disfrazado con hojas)


Por Manuel Salvador Gautier

Capítulo 3
.Él.
Infancia


Siso dijo que yo tengo la sensibilidad para ser hungán y me asusté. Como hago cada vez que debo pensar, me toqué los dientes delanteros con el dedo índice y me mantuve quieto, sentado en el piso de tierra, aparentando una tranquilidad que me faltaba.
Mi hermano Siso era mucho mayor que yo y el más viejo de los hermanos; alto y huesudo. Se veía más flaco porque siempre se ponía unas camisas que le quedaban grandes y le colgaban como pencas secas. Tenía la cabeza amarrada con el pañuelo de muchos colores que usaba a diario para identificarse con Papá Legbá, Ogún Balenyó y los demás Misterios radá, y lucía el anillo de metal en el dedo meñique que le regaló Mamá Yoyó, que yo quería y que él nunca se quitaba, ni para bañarse ni para persignarse.
Siso estaba frente al altar cuando me lo dijo. Hacía un recorrido con la vista por las piezas que lo componían. Se aseguraba que todo estuviera bien para la ceremonia de esa noche. De repente giró hacia mí con los ojos vidriosos, la boca salivosa y las manos tanteando el vacío como un ciego.
—Tian, busca la silla.
No había averiguaciones que hacer. Me levanté del piso, contento por moverme de allí para evitar ver a Siso caer al suelo dando retortijones y babeando espuma. Antes llamé a mi otro hermano Lucas, el que seguía a Siso, para que se hiciera cargo. Después que, ya hacía mucho tiempo, papá abandonó a Mamá Yoyó por otra mujer, Lucas era siempre el que resolvía las cosas del hombre en la casa.
La última vez que vi la silla estaba en el patio y hacia allá me dirigí corriendo. Siso la había usado para una sesión que no necesitaba del altar, con un grupo de muchachitos que querían ver cómo él hacía desaparecer una moneda en el aire y lograba encontrarla siempre, debajo de una de las tres tapitas que nos ponía por delante. A Siso le gustaba jugar con los niños, atraerlos. Ellos son inocentes, decía, están listos para el asombro, como tú, y me pasaba la mano por la cabeza.
La silla no era nada especial. Estaba hecha de madera de pino con asiento y espaldar tejidos en guano. Una silla común y corriente que apareció un día acarreada por alguien y que Siso usó, le gustó y no abandonó jamás, alegando que tenía un guanguá “muy fuerte, muy bueno, muy temerario”; un guanguá que en ese momento me desafiaba, pues la silla no apareció en el patio ni en ningún otro lugar donde registré. Recuerdo como ahora las discusiones que Mamá Yoyó y Siso tuvieron sobre la silla. Mamá Yoyó quería que Siso la pintara de rojo o verde con dibujos como los que poníamos en los tabiques exteriores de nuestros bohíos, para que luciera “más bonita” y fuera una atracción a los espíritus y un regocijo para los que venían a las sesiones. Siso se negó; dijo que la quería tal y como había llegado, que así tenía más poder, y así se quedó. Lo único que la diferenciaba de otras sillas parecidas eran siete hendiduras pequeñitas que Siso le hizo en forma circular con una cuchilla ceremonial y que representaban a los siete espíritus del saber; pero éstas apenas se notaban; había que conocer el lugar donde estaban. Yo las había visto muchas veces, ocultas en la parte inferior de una de los travesaños del espaldar. Siso las hizo para poseerla, para que el poder de la silla fuera de él y de más nadie.
Después de rastrear por un rato la silla me convencí que no iba a aparecer de una vez, porque de alguna manera se había esfumado de los lugares donde podía estar. Entonces decidí averiguar si Siso se había repuesto de su mal y cogí para donde él estaba. Lo tenían echado en el suelo, boca arriba. Lo rodeaban Mamá Yoyó, Lucas y el “aspirante”, un tipo llamado Ceceo, que se presentó diciendo que quería ser discípulo de Siso y que Siso aceptó después de una invocación a Papá Legbá. En ese momento Mamá Yoyó le pasaba a Siso un trapo con esencias por la frente.
Siso respiraba bien. Después de esos ataques epilépticos (el nombre y las peculiaridades de la enfermedad los conocí después), él tenía que reposar por un tiempo; pero oía, veía, olía y entendía todo lo que pasaba a su alrededor. Mamá Yoyó aseguraba que era un espíritu innominado que se le metía, un espíritu maligno, un Misterio guedé; pero Siso se negaba a aceptarlo. Él decía que no había visión premonitoria durante estos ataques, que todo se volvía oscuro y nada más. Es un mal del cuerpo, le aseguraba a Mamá Yoyó. Cúreme con medicinas, mamá. Pero nadie conocía las medicinas para curarlo. Es un mal de ojo que te echaron cuando tú eras chiquito, insistía Mamá Yoyó, protestando la inconsciencia del hijo por no querer reconocer la realidad del “guanguá”. Entonces, ¿por qué me premió el Gran Poder de Dios haciéndome servidor de los Misterios?, rebatía Siso, obligándola a callar.
Yo veía todo lo que le hacían a Siso desde el umbral de la puerta donde me mantuve escondido. No podía ir donde Siso a decirle que la silla se había evaporado. Mi misión era encontrarla donde estuviera, para eso hizo Siso los manoteos en el vacío y las imprecaciones silentes. Luego me ordenó buscarla y se desplomó, haciendo contorsiones y mordiéndose la lengua. Él sabía lo que me pedía.
Salí corriendo de la casa sin rumbo definido. El abuelo Vicente venía del vecindario alarmado por la noticia sobre el ataque de Siso y nos tropezamos.
—¡Muchachito del carajo!, ¿para dónde es que tú vas que te llevas de encuentro a la gente?
Le expliqué.
—¡Diablo! —el abuelo se rascó la cabeza—. ¿Y cómo pudo desaparecer esa silla?
Yo me quedé contemplándolo con interés, esperando su orientación. El abuelo era famoso por sus adivinaciones y formaba parte del grupo de los ancianos en las reuniones que se hacían con los mellizos venerados Plinio y Pedro Ventura, cuando toda la gente del lugar iba en peregrinación a la Agüita, por San Juan de la Maguana, donde ellos hacían las ceremonias de purificación. Por el paraje donde vivíamos en Solera Abajo, todos éramos seguidores de Liborio, el Santo.
El abuelo concluyó.
—¡Bueno! ¡Las sillas tienen patas, pero no caminan!
Eso lo sabía yo.
—¿Qué hago, abuelo?
El abuelo quedó caviloso.
—¿Cuándo fue que trajeron esta silla aquí?
Yo no estaba demasiado seguro de saber eso. Dije lo que me vino a la mente.
—Fue el día en que Siso invocó a Belié Balcán y sanó y protegió al recién nacido.
Se trató de una ocasión excepcional. Una mamá llorosa trajo a un bebé con un alfiler atravesado en la garganta. En el hospital le dijeron que había que operarlo, pero no garantizaban que el bebé aguantaría la operación, y ella se lo llevó a Siso como último recurso para salvarlo. Siso lo logró. Después de la invocación que le hizo al Misterio el alfiler se zafó de la garganta del bebé sin que nadie lo tocara.
—No lo que pasó, sino el día. ¿Qué día era?
Traté de identificar la fecha. Hacía ya mucho tiempo, yo era muy chiquito.
—Fue el día de los muertos —un poco adivinaba, inventaba más bien.
—¡Ahí está!
El día de los muertos es del Barón del Cementerio. Nadie puede invocar a otro Ser sin consultárselo.
—¡Pero Siso hizo los signos al Barón cuando llegó la doña con el muchachito! Lo único que después convocó a Belié Balcán para sanarlo.
—¡Ahí está! —rebatió el abuelo—. Hay que hacer algo.
El abuelo me dio la espalda y se dirigió hacia el camino vecinal que pasaba cerca. Yo lo seguí.
—¿Adónde vamos, abuelo?
—Sígueme y rézale a Tinyó Alahué.
El Purificador.
Yo no conocía entonces las invocaciones a Tinyó Alahué ni las plegarias a san Rafael Arcángel, el Santo identificado con ese Misterio, y sólo se me ocurrió repetir mil veces la oración que me vino a la mente: Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día, que yo rezaba de noche antes de dormir y que me pareció muy adecuada para la ocasión, no sé si para garantizar mi seguridad, calmar mi estado de ánimo o propiciar la solución al enigma de la desaparición de la silla.
El abuelo y yo andamos un rato por el camino, evitando los charcos de agua sucia y los trechos de lodo resbaladizo que aparecían aquí y allá. Había llovido fuertemente la noche anterior y la mitad de esa mañana, y el resultado era una humedad persistente por dondequiera, en el camino, en los árboles, en el aire. Me imaginé que por eso el abuelo invocaba la ayuda de Tinyó Alahué, el dios de las aguas. Dejé de imaginarlo cuando el abuelo se detuvo frente a un árbol de hojas moradas, cortó un montón y las ensartó en un cordón que traía, haciendo un redondel o corona.
—Ahora sólo falta conseguir las florecitas rosadas que crecen pegadas a la casa del compadre Eloy.
Eran los colores de Tinyó Alahué. El abuelo iba a invocar al Misterio. Pero ¿cómo? ¿dónde? No me pregunté “para qué” porque yo sabía.
Pasamos por el bohío del compadre Eloy y arrancamos las florecitas rosadas. Mientras lo hacíamos el compadre Eloy le dijo al abuelo que tuviéramos cuidado al cruzar la cañada de Volcadura, pues estaba inundada con una corriente violenta que lo arrastraba todo. Los dos hombres discutieron por dónde era mejor desviarse para pasarla, y entonces yo adiviné adónde íbamos. Había un recodo donde la cañada formaba un remanso no muy profundo (no tapaba a nadie, aunque corrían historias de ahogados y aparecidos), aislado por taludes rocosos y mucha vegetación.
Seguimos nuestro camino después que el abuelo y yo recogimos todas las florecitas rosadas que pudimos. Las metimos en una caja vacía, no muy grande, entregada por el compadre Eloy, que no preguntó para qué la queríamos ni qué haríamos con ellas.
—¿Qué tú rezas, Tian? —el abuelo notó que yo movía los labios.
Le dije.
—No. Reza conmigo —y recitamos la plegaria que va: Santísimo Príncipe de Gloria y Poderoso Arcángel San Rafael, grande en los bienes de la naturaleza, grande en el poder contra los demonios, grande en la dignidad, grande en su humildad, magistral de Dios…
Era una oración para proteger de las enfermedades; pero el abuelo Vicente parecía que eso no lo tomaba en consideración. Si era que íbamos tras la solución a la desaparición de la silla de Siso, ya yo no estaba seguro. A menos que la enfermedad de Siso tuviera algo que ver con la silla.
Pronto llegamos a la cañada. Efectivamente, en la hondonada pasaba un torbellino de agua turbia que impedía el paso. El abuelo me haló por un brazo para que siguiéramos un sendero en lo alto, a lo largo de la cañada.
—Hay una charca más adelante.
Anduvimos un trecho hasta que encontramos el remanso. Descendimos la cuesta y llegamos a la orilla. El agua allí era menos turbulenta, pero siempre turbia.
No había gente en los alrededores. El abuelo se quitó la ropa y se metió en el agua haciendo los gestos para que yo lo siguiera. Caminó hasta que el agua le dio por la cintura; entonces se arrodilló y se hundió hasta el pecho. Yo me desnudé, luego lo seguí hasta donde estaba, me arrodillé junto a él y quedé con el agua hasta el cuello.
—Tinyó Alahué es un Misterio poderoso. Tú tienes la sensibilidad para invocarlo. Hazlo —el abuelo me puso en la cabeza la corona de hojas moradas y en las manos la caja con florecitas rosadas.
Yo quedé horrorizado.
—Hazlo, Tian. Yo estoy aquí contigo para ayudarte. Convoca al Misterio. Él te ayudará a encontrar la silla de Siso y a hacer que Siso sane. Riega las florecitas rosadas a tu alrededor. Tinyó Alahué vendrá al círculo.
Era mi destino, seguir los pasos de Siso. Mamá Yoyó, Lucas, mis tíos y mis primos, el abuelo, todos en la familia me lo decían: Siso quiere que tú seas su aspirante. Cuando me lo decían yo decía: Pero Ceceo es el aspirante de Siso; entonces me respondían: Ceceo no se va a quedar; él vuelve a su paraje; y yo decía: Eso dicen, pero hay que ver.
Ahora el abuelo me obligaba a un ritual improvisado de invocación.
El abuelo comenzó el cántico.
—Ay Ave Maguía Tinyó.
—Alahué —respondía yo.
—Sube la montaña y tu va ve a Papá Tinyó.
—Alahué.
No sé cuántas veces repetí el coro a la invocación que hacía el abuelo. De repente me percaté que quien convocaba al espíritu era yo.
Entonces me hundí en el agua y me convertí en un ser líquido que se escurría como mancha transparente entre las aguas turbias del remanso. Sentí cuando la corona de hojas moradas se separaba de mi cabeza y las florecitas rosadas a mi alrededor formaban un círculo perfecto alrededor de ésta; me percaté cuando ambas, hojas y flores, tomaban rumbo al fondo hacia una profundidad que no podía existir porque el remanso no era tan hondo; pero allá iban las hojas y las flores, perceptibles, decididas, encarriladas, como una fuga de intrusos en una materia fértil, y yo las seguía. Entonces vi la silla. Estaba donde nadie podía encontrarla, enterrada a la vera del árbol de guaguasí en cuyas ramas se enrosca Damballah Wedo, la serpiente magnánima, sonámbula e invisible. La habían colocado allí para hacerle daño a Siso. Un “servidor” rival o un enemigo cualquiera. Todo había sido revelado.
Después.
Yo no estoy tan seguro que el Ser me poseyera. No estaba convencido que yo fuese quien pronunciara la invocación al Misterio; no la conocía. Fue como un desdoblamiento en el cual el abuelo era yo y yo el abuelo, y todo se trastrocaba una y otra vez. El abuelo dice que sí, que el Misterio entró en mí y me guió hacia donde yo debía buscar, que yo fui “servidor” y “caballo” como debe ocurrir en la primera posesión ritual, que en ese momento yo había sido señalado para rendir servicios a los Misterios.
—¡Pero, abuelo! ¿cómo fue que no me ahogué? —yo insistía en que mi travesía por el agua sólo podía ser una visión, no una posesión.
—Hijo mío, cuando el Misterio entró en ti se te viraron los ojos, respiraste fuerte, te hundiste en el agua por un buen rato, más de lo que puede resistir un hombre, y saliste refrescado y riente, cantando la gloria de Tinyó Alahué, y eso fue todo. El Misterio te poseyó. Tú eres como Siso.
¡Ahí estaba! ¡Una vez más, en un sólo día, me anunciaban que sería hungán! Me toqué los dientes delanteros con mi dedo índice, pensativo. Luego reaccioné.
—Vamos a buscar la silla, abuelo, a ver si está donde indicó el Misterio.
No se lo dije al abuelo; pero además de encontrar la silla, yo perseguía otra cosa. Quería comprobar si en este acto de fe Tinyó Alahué había conferido a Siso el beneficio de la curación. Una vez hallada la silla, el milagro de la sanación debía ocurrir. Sería la constatación de todo.

No volaron mariposas negras en el camino de vuelta en procura de la silla, sólo nos poseyó el anhelo de la culminación.

Dimensionando a Dios

(Anónimo: Duarte)

Por Manuel Salvador Gautier

CONTENIDO
1. Contraportada
2. Fragmento del capítulo VI “Convencimiento”



CONTRAPORTADA


El 1 de agosto de 2010 cumple 80 años el intelectual dominicano Manuel Salvador Gautier, quien, en su trayectoria de vida, ha dejado una estela de logros en el campo de la arquitectura y la literatura. Un grupo de instituciones ha formado el Comité Nacional MSG 80, donde, durante todo el año, cada institución patrocinará un evento para difundir la obra narrativa del intelectual.
Editorial Santuario se une a esta celebración con la publicación de las obras inéditas de Manuel Salvador Gautier.
Dimensionando a Dios es la primera de estas obras.
En esta novela, Gautier trata sobre la estadía de Juan Pablo Duarte, Padre de la Patria, en Barcelona, España, de 1829 a 1831, cuando fue a realizar estudios superiores a la edad de diecisiete años. Poco se conoce sobre este período de la vida del Patricio. En los Apuntes de Rosa Duarte sobre los datos biográficos de su hermano, aparecen dos anécdotas. En la primera, la autora explica que Juan Pablo decidió libertar a su Patria cuando el Capitán del buque en donde iba hacia América del Norte lo ofendió preguntándole si los dominicanos no reconocían que eran cobardes y serviles por inclinar la cabeza bajo el yugo de sus esclavos. Esta acusación causó tal rabia en Juan Pablo, que juró luchar, a partir de entonces, por la libertad de su Patria. La segunda anécdota trata sobre la respuesta que Juan Pablo dio cuando, a su retorno al país, le preguntaron que era lo que en sus viajes le había llamado más su atención y le había agradado, “los fueros y libertades de Barcelona, fueros y libertades que nosotros un día daremos a nuestra patria”, respondió sin titubeos el recién llegado. Sin embargo, para Gautier, estas dos anécdotas no bastaban para montar una novela con trama y conflictos. Encontró lo que buscaba en la obra que presentó en enero de 2009 Leonor de Ayala G. Duarte, tataranieta de Vicente Celestino Duarte, hermano de Juan Pablo, donde la autora expone los resultados de la investigación que hizo en Barcelona sobre la estadía de Juan Pablo en esa ciudad. Según determinó esta dama, en el único lugar donde Duarte pudo estudiar por dos años lo que se dice que estudió (Latín, etc.) fue en el Seminario Conciliar de Barcelona, donde se forman los sacerdote catalanes. Para Gautier, Duarte fue a Barcelona a estudiar sacerdocio. El escritor desarrolla la novela alrededor del conflicto que se crea en el interior de Duarte entre el Duarte-sacerdote y el Duarte-libertador, que pudo haberle durado toda su vida.
El tiempo en que Duarte vivió en Barcelona está dentro de lo que la historia española llama “La década ominosa”, de 1823 a 1833, el período de terror con el cual Fernando VII quiso dominar las ansias de autonomía de los catalanes y en el cual se formaron sociedades secretas para combatir su absolutismo e imponer la independencia de Catalunya como una nueva nación europea. Basada en estos hechos reales y supuestos, Gautier nos presenta a un Juan Pablo Duarte ambicioso, decidido, a veces violento, que, desde el Seminario, se involucra en una intriga en la cual él se acerca a una de esas sociedades secretas y, junto con un compañero seminarista, estudia los fueros de Cataluña y las constituciones de Francia y Estados Unidos, con el fin de redactar una constitución que sirva al nuevo país independiente. De esta manera, Gautier dramatiza la manera en que la estadía de Duarte en Barcelona influyó en Duarte para crear la Sociedad Secreta La Trinitaria y para proponer, en 1844, una constitución donde el Padre de la Patria crea un cuarto poder, el provincial (regional), que impediría la concentración de autoridad en el Poder Ejecutivo. Para Duarte, el poder y, sobre todo, el desarrollo de su país, debían ser establecidos por los ciudadanos desde la instancia más cercana a sus intereses, la región donde viven.
Dimensionando a Dios no es una obra más para glorificar la hazaña independentista lograda por Juan Pablo Duarte, de la cual todos los dominicanos nos sentimos orgullosos. Es también una novela que nos pone a reflexionar sobre las motivaciones de un hombre que asimiló y resolvió el gran tema que preocupaba a sus conciudadanos: cómo convertir a su país en un estado libre, constitucional e institucional. Es una reflexión que todavía preocupa a los dominicanos.


Fragmento del Capítulo VI
CONVENCIMIENTO

Terminé de leer a San Agustín y me inquieté. Mis conclusiones las debía discutir con don Infrando, pero a quien tengo cerca es a don Miquel. Me han surgido cuestionamientos. Estamos en el siglo V, y el Imperio Romano ya solo existe aislado y desprotegido, prácticamente aniquilado, lo que significa también la aniquilación del emperador papa que creó Constantino. San Agustín es el pensador que propone separar al papa, obispo de Roma, del emperador romano. Surge así un papa sobre la tierra con poder independiente para dirigir la obra de Dios entre los creyentes y paganos. Con este golpe magistral, San Agustín logra que sobreviva una religión que ya estaba en entredicho acosada por las herejías populares de Arrio y Pelagio, por eso los católicos lo consideren el padre de la Iglesia. San Agustín es africano, expuesto a todas las corrientes del saber en esos momentos. Es, además, astuto; sabe que para imponer aquello que propone, en ciertas cosas debe exigir e imponer y en otras, ceder. En la consolidación del poder omnímodo del papa y de la nueva Iglesia, acepta la adopción de ritos, costumbres y pensamientos de religiones, filosofías y doctrinas paganas; esto es, asimila el absolutismo del imperialismo romano, las fiestas mítricas y los pensamientos filosóficos de Platón y Aristóteles. Mis cuestionamientos son: ¿hasta qué punto la espiritualidad de la doctrina religiosa que se depuraba en esos momentos fue usada tan solo como un medio para lo que se pretendía, o sea, recuperar el poder material absoluto? Y otra cosa: el mantenimiento de ese absolutismo, ¿no refuerza el gran problema de la humanidad, el sometimiento de muchos por unos cuantos, y propicia que lo adopten otros dirigentes en distintas esferas de poder? La ciudad de Dios parece más una ciudad terrenal para atrapar hombres y territorios y someterlos con dogmas, que una propuesta espiritual para alcanzar a Dios. Las contradicciones de esta religión católica a la que pretendo dedicar mi vida me abruman de nuevo y me ponen a dudar si debo continuar con mis estudios. Don Infrando me ha colocado una víbora venenosa en las manos.
Deseo discutir mis dudas con don Miquel, pero tengo reservas. Hasta ahora, solo ha compartido conmigo sus estudios de los fueros y las constituciones liberales, y algún que otro comentario para aclarar aún más su relación con don Pau y don Jaume.
Esto último fue muy ilustrativo. Don Miquel me contó cómo tres imberbes agresivos terminaron involucrándose en una secta secreta. En la lucha contra el absolutismo, el ejemplo que siguieron fue el de un tío de Pau, que lo combatió hasta morir. Al principio, los mozos hacían cosas como embarrar paredes con consignas sediciosas o confundir a la guarnición con direcciones equívocas, cuando preguntaban por alguien que venían a apresar, y daban la de un prostíbulo donde, en combinación con los mozos, los recibían con grandes manifestaciones de júbilo y los entretenían, mientras alguien avisaba al perseguido. En la “torre” que domina el barrio, el “caballero comunero” que reclutaba adeptos supo en lo que ellos andaban y les propuso entrar a la secta como miembros (cuando hablé sobre esto con don Pau, me dio otra versión en la que había una persona en la secta que los conocía y los llamó, alguien que había sido amigo de su tío). Fue en esta coyuntura que don Miquel rehusó seguir con los otros dos y escogió el sacerdocio; había advertido que los conspiradores de la “comunería” no eran suficientemente rigurosos y que adoptaban métodos iguales o peores a los que usaban sus enemigos en su contra. Entre ellos mismos, era espantosa la criminalidad. Al entrar, juraban entregar su cuello al cuchillo, sus restos al fuego y sus cenizas al viento si no daban muerte a cualquiera a quien la secta declarase traidor. Según pudo apreciar don Miquel, esta sentencia se ejecutaba con bastante frecuencia (los comuneros hablaban hasta por los codos de sus proezas cuando consideraban que su audiencia era de confiar), ya que en la admisión de nuevos miembros lo importante era la cantidad no la calidad, y se llenaron las “torres” con hombres desaprensivos, que revelaban los secretos de mayor trascendencia de la secta a sus queridas y hasta a los soplones y eran prontamente ejecutados por los “primos”, como se llamaban entre ellos, cuando se descubría. Don Pau y don Jaume no le temieron a estas contingencias: sabían que había gente en la Secta que los protegerían. La actitud de don Miquel pareció una cobardía a los demás; mas para él, era una cuestión de entereza moral (sus dos amigos lo entendieron también así, mas no dejaron de insistir con él para que se uniera a ellos, habían compartido demasiadas cosas juntos).
Me impacta la actitud de don Miquel, la apoyo. El rechazo al atropello gratuito lo comparto con mi compañero seminarista, a quien cada vez aprecio más; ya no soy el mocito prepotente que enfrentaba a su oponente gordo y lo amenazaba de muerte. Vamos. Pienso que hay otras maneras; sin embargo, vacilo un poco. Me he preguntado con demasiada frecuencia: ¿puede evitarse la violencia para conquistar la libertad de un pueblo? ¿Cómo obtener la adhesión absoluta de los seguidores a una causa? ¡Hay tantos intereses de por medio! ¿Cómo lograr que todos quieran lo mismo?
Tengo a don Miquel frente a mí; le he expuesto mis inquietudes sobre la obra de San Agustín.
—En sus deliberaciones sobre el drama de Calderón, usted tocó el tema del libre albedrío. Pau dice que la verdadera dimensión de Dios es ese libre albedrío y que para deshacer este entuerto, nos toca a todos actuar debidamente bajo sus dictámenes. Para él, todas esas historias terribles sobre la Iglesia solo son demostraciones de un uso improcedente del libre albedrío y lo que prueban es que el hombre ha construido a un Dios a su imagen y semejanza y no como consta en la Biblia, en el primer capítulo de Génesis, versículo veintiséis: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza. Por mi parte, pienso que debemos buscar la dimensión de Dios en nuestra fe. Me siento preparado ahora, don Juan Pablo. Es usted el primero a quien lo confío: redactaré la constitución liberal como la siento, dando al hombre lo que es del hombre y a Dios lo que es de Dios, como señaló nuestro Señor Jesús, Sacerdote y Buen Pastor.
La decisión de don Miquel me estremece.
—¿Y cómo es eso?
—Haré como San Agustín, reconstruiré los poderes de una colectividad; pero esta vez olvidando que hay un Imperio por rescatar y rehacer, riquezas para disfrutar y acumular y autoridad para conquistar y someter. La constitución de los liberales de Catalunya demostrará al mundo cómo debe regirse la convivencia humana.
—¿Y si los directivos que deben aprobarla la considera inaplicable y le solicitan reformarla o, simplemente, la rechazan?
—Quedará como un paradigma de referencia.
Me admiro. No sé cuál de nosotros dos es más idealista, pero andamos cerca.
Don Felipe se enteró por doña Esclarí sobre mi acercamiento a la secta de catalanes sediciosos y me llamó la atención. Ya venía con sospechas desde que supo de mi conexión con don Pau Almaguer, me dijo. Me exigió mayor juicio y prudencia en mi comportamiento. Me recordó que un tutor no puede asumir las responsabilidades de guiar a su pupilo si este le oculta lo que hace. Lo sentí poco convincente como inquisidor y me di cuenta que, en el fondo, no deseaba reprocharme. ¿Qué haces, hermanito? ¿Qué haces? No hay duda de que el espantoso incidente con el capitán norteamericano y el papel de mensajero que protagonizó en el intercambio de pareceres que tuvimos Vicente y yo lo habían convencido de mi decisión de alcanzar la independencia de mi país… ¡Y me apoyaba! Traté de manejar la situación con diplomacia, para no ofenderlo; en realidad, le tengo gran estima. Llegamos a un acuerdo: en lo adelante, todo lo que hiciera en esos menesteres se lo consultaría, y así él sabría cómo orientarme para evitar que me involucrara en algo más peligroso. Lo que ha hecho hasta ahora, la redacción de una constitución, no me parece de gran valor ni es una gran tarea, me señaló: ¡Vamos! ¿No se da cuenta? Una constitución pueden cambiarla en cualquier momento; ya ocurrió con la del 12. Eso sí, respeto a quienes la idean, y añadió, con gran autoridad y convencimiento: lo importante es tener el dominio del poder.
Dios me protege: en los aspectos políticos don Felipe me asesora (un poco a lo Maquiavelo, quizás), como don Infrando hace en los espirituales (un tanto con sentido práctico, no hay dudas). ¡Quién lo diría! Debiera estar satisfecho, mas algo me inquieta. ¿Podrán mis dos consejeros, en realidad, guiarme hacia la solución de los dilemas que me acosan? La respuesta es: solo yo puedo hacer eso, solo yo.
Estoy de regreso en el Seminario. Me siento complacido; es como entregarme de nuevo a un hábito deseado. Me da una gran alegría encontrarme con Jordi; lo abrazo, hablamos. Esta vez no estaremos juntos en la misma habitación; mi compañero será Javier Palau, quien hizo de San Cipriano en el drama de Calderón. Me juntan ahora con lo más selecto de la promoción.
Don Infrando está entre los preceptores que reciben a los seminaristas. No demuestra gran regocijo al verme, y no me afecta. Sé que su temperamento no le permite exteriorizar las emociones que siente.
—Prepárese para orientar a los neófitos —me recuerda.
Noto a don Miquel entre los novicios. Nos saludamos con una sonrisa. Ya no podré hablar con él, aunque lo veré a menudo en la celda de nuestro director espiritual. Debe estar al terminar la redacción de la constitución catalana. Hubo otra tertulia donde doña Esclarí, y allá le entregaron los requerimientos que hacía la secta secreta para escribir el documento que adoptaría Catalunya, una vez libre, con el fin de legalizar sus actos. No compaginan con lo que me propongo hacer, don Juan Pablo, me dijo. ¿Y qué ha determinado entonces?, le pregunté. Haré lo que le dije que haría. ¿Y no es mejor discutirlo y llegar a un acuerdo? No aceptó lo que le sugerí, pero tampoco lo rechazó. Ya veremos, dijo. Vamos. Me preocupé y se lo hice saber. Me dijo que esperara a que terminara de redactar el documento, entonces yo vería. En eso llegó el momento de volver al Seminario. Trataré de comunicarme con don Jaume en el bosquecito para averiguar en qué está todo o, a lo mejor, don Miquel y yo rompamos las reglas y hablemos de vez en cuando en algún rincón del Seminario.
¡Juan Pablo!
Mi conciencia se indigna por mis atentados al irrespeto y a la desobediencia. Y me doy cuenta. Quizás me halla corrompido. Quizás comience a transigir. Quizás no sea tan íntegro como me considero. Debo revisarme. Estoy seguro que don Miquel entregará una constitución como piensa que debe ser. Yo no puedo hacer menos. Lucharé por la creación de un país que responda a los principios más puros del hombre; lucharé por la libertad, la igualdad y la fraternidad, los tres preceptos que los franceses formularon en su Revolución y que les ha sido tan difícil de imponer, después de cuatro décadas tratando de hacerlo.
Me rodean mis compañeros seminaristas, mis preceptores. Asisto a las actividades del primer día: la distribución de las habitaciones y su ocupación, la asamblea de apertura de clases, la misa para dar gracias a Jesús Sacerdote y Buen Pastor por haber vuelto a su lado para que nos guíe en nuestra formación religiosa. Todo parece habitual, normal. Pero no hay tal. Soy distinto y percibo las cosas de otra manera a como lo hacía antes. He vuelto al Seminario transformado. Cuando llegué por primera vez, anticipaba con ingenuidad la manera en que tendría que adaptarme a situaciones inéditas entre desconocidos a quienes debería obediencia, esto así, si quería alcanzar la meta que me había propuesto. Contaba con mi inteligencia y mi preparación, sin entender que no bastaba mi voluntad para lograrla, que alrededor mío se tejerían habladurías e intrigas que podrían afectarme si no las tomaba en consideración. De eso, me protegió don Infrando; tengo que agradecérselo. Ahora anticipo el avispero de intereses que se mueven en una institución que prepara el futuro de servidores de Dios, los cuales deberán mantener el status quo de la Iglesia, pero, sobre todo, tendrán la obligación de cuidar su supervivencia. Cargo una situación personal que debo manejar con sumo cuidado. Tengo que esforzarme para no actuar como lo hacía de pequeño, que echaba a un lado lo que no me complacía. He tenido una iniciativa y debo completarla. Regreso al Seminario para tratar nueva vez de formarme como sacerdote, a no darme por vencido sobre una decisión que tomé y que debo satisfacer. Es mi soberbia, que no acabo de controlar. Me justifico por mi desliz. Quizás, cuando asumí esa decisión en Santo Domingo, me dejé llevar por mis preceptores religiosos y no oí a quienes debía, a mi padre, don Juan José, y a mi hermano Vicente, especialmente a él. Fui testarudo. Pero ya no estoy condicionado de igual manera. No dependo de nadie, y ahora aplico mi libre albedrío sin desmedro del bagaje que traigo. Tengo varios mundos que bullen en mi mente, el de cada lengua que hablo, el de cada concepto que he asimilado, el de cada decisión que he tomado.
¡Juan Pablo!
De nuevo mi conciencia me alerta sobre mis posibles desvíos. Está vigilante, más que nunca. En cambio, mis ángeles han vuelto y me alientan a no desanimarme, a perseverar en mis propósitos.
Esa noche, busco mi atalaya, me acomodo en el hueco de la ventana abierta. Me ha tocado una habitación de segunda planta que da frente al bosquecito, como la anterior.
Javier me pregunta qué hago.
—Medito —replico, y él da una vuelta en su lecho y se dispone a dormir.
Miro hacia el infinito, anhelo la cercanía de Dios que antes tenía. Y llega; me inspira; devela uno de los enigmas que me acosan. Me afecta profundamente el importe de su significado; me conmueve, porque me orienta definitivamente hacia lo que busco.
Lo acojo, lo retengo en la mente.
Reza como sigue:
La dimensión verdadera de Dios es la libertad y el pecado más oscuro es el sometimiento del hombre por el hombre. Es una verdad revelada hace ya más de trescientos años a un fraile dominico, fray Antón de Montesinos, en Santo Domingo. En el sermón de adviento que dio en 1511 a los señores esclavistas, conquistadores de América, la lanzó, solo que, entonces, no le hicieron mucho caso. Dijo: Para os dar a conocer los pecados que cometéis contra los indios me he subido aquí, yo soy voz de Cristo en el desierto de esta isla y, por tanto, conviene que con atención no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos la oigáis... Esta voz dice que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios?
Pienso en Vicente. ¿Qué haces, hermanito? ¿Qué haces?
Y esta vez le respondo. Ideo una secta secreta y una consigna para nuestra causa, hermano:
Dios, Patria y Libertad.

Urías

(Chiqui Mendoza: Gaga danzante)


Ganador del Segundo Premio, Sección Narrativa del Primo Premio “Citta di Viareggio Il Molo”, patrocinado por la Editora Il Molo, en Viareggio Italia, traducción al italiano de María Antonietta Ferro.

Por Manuel Salvador Gautier


Santa Biblia, 2 Samuel, cap. 11, vers .13, 14
13. Y David lo convidó (a Urías) a comer y a beber con él, hasta embriagarlo. Y él salió a la tarde a dormir en su cama con los siervos del señor; mas no descendió a su casa.
14. Venida la mañana, escribió David a Joab una carta, la cual envió por mano de Urías.

Yo, Urías heteo, soy un hombre de bien. Un soldado. Pertenezco al cuerpo de caballería del ejército de la casa de Israel. En ocasiones, he guiado una carroza, aunque este artefacto de guerra no es mi fuerte; me siento más cómodo encima del caballo. He engrosado las primeras filas de muchas batallas, dispuesto a morir por la magnificencia de nuestro rey David, la supremacía del Arca de la Alianza y la gloria de los pueblos de nuestro Dios Jehová. He salido ileso todas las veces que entré en combate, si se descartan las heridas de jabalina y de flecha que recibí, sin que me impidieran seguir adelante, y que fueron tratadas y sanaron en un tiempo prudente. Las llevo con orgullo. Siempre me defendí con denuedo; nunca me sorprendieron desprevenido. Mis compañeros de armas me consideran un hombre de suerte. Y, quizás, lo he sido… Hasta ahora.
En este momento, salgo del palacio de nuestro rey David en Jerusalén, después de una reunión con él, y llevo conmigo un mensaje del Rey al jefe militar Joab, al frente de las huestes que asedian a Rabá, la ciudad real de los amonitas. Como en otras ocasiones recientes en que nos hemos visto, en esta reunión el Rey me trató con tacto y tuvo conmigo muchas atenciones. Mientras tomábamos de un vino exquisito y comíamos frutas deliciosas de una enorme fuente delante de él, el Rey proclamó su admiración por los siervos que, como yo, han demostrado absoluta lealtad a su persona y al Dios Jehová. Considera el Rey que un ejército formado por hombres de ese tesón, difícilmente pierde una campaña. Le creo; estoy de acuerdo. Sólo que yo sé la razón que lo mueve a hacer este tipo de comentario que me favorece. Le respondí que, en el ejército, son muchos los siervos con mis virtudes que darían sus vidas por él y por el Dios Jehová; y añadí que sus siervos lo consideramos el más grande conquistador que hayamos tenido jamás, por propiciar la ocupación de territorios que producen enormes riquezas para los pueblos de Israel y de Judá, de manera que estos se sientan, realmente, los pueblos elegidos del Dios Jehová. El Rey sonrió conmovido: le gustan las lisonjas; es humano, como lo somos todos nosotros. Es, además, inhumano, como también lo somos todos.
Cuando, hace apenas unos días, nuestro rey David dio instrucciones al jefe militar Joab de enviarme a Jerusalén, yo conocía el motivo. Aquellos que permanecen en nuestras poblaciones no tienen idea de lo rápido que llegan al campo de guerra las noticias de lo que ocurre por allá y, más aún, cuando se trata de algún escándalo provocado por el Rey. Entre los oficiales y los soldados, la comidilla palaciega más reciente era la historia de la mujer que se bañaba en la azotea de su casa y que el Rey divisó desde una ventana alta de su mansión, la mandó a buscar y la poseyó. Hasta yo me reí cuando la oí contar, dispuesto a celebrar las aventuras del hombre mujeriego que es nuestro Rey. En un momento dado, me di cuenta que la historia de la mujer en la azotea tenía que ver conmigo. Nadie me trató la relación; noté, tan sólo, que, después de comentado el chisme por primera vez delante de mí, ninguno de los compañeros a mi alrededor estaba dispuesto a compartirlo conmigo de nuevo. Hablé con el oficial a cargo del correo, un viejo amigo de muchas lides: él había estado en Jerusalén últimamente y debía saber todos los detalles del caso. Le expuse mi inquietud. “¿Quién es la mujer? ”, le pregunté, sin más rodeos. El amigo me dio el nombre y me dijo más, me informó que la mujer estaba encinta del Rey. Me recomendó prudencia. Era Betsabé, mi consorte.
No es la primera vez que Betsabé me traiciona; pero, al menos, las otras veces lo hizo con sujetos que pude eliminar. Yo disimulaba una ofensa cualquiera con el individuo en cuestión para provocar un duelo que yo siempre ganaba, pues soy un adversario imbatible. Si esto no era conveniente, yo pagaba sicarios para que despacharan al individuo lejos de mi casa, de manera que no cayeran sospechas sobre mi familia, especialmente, sobre Betsabé. Así limpiaba mi honor.
Esta vez era inadmisible adoptar una de esas opciones, pues el Rey, para un soldado, es intocable. Además, nuestro Rey David está muy bien custodiado. De hecho, las veces que estuvimos juntos en su palacio había varios miembros de su escolta muy cerca de nosotros. Cualquier movimiento extraño que yo hiciera, me inmovilizaban.
Yo, Urías heteo, soy un hombre de bien. Un soldado. Admito que, para ser un regicida, hay que convertirse en un rebelde que desafíe la autoridad del Rey, y yo no lo soy. Siempre obedeceré las órdenes de guerra que se me den. Las órdenes de guerra, no las artimañas para engatusarme.
He pensado mucho en Betsabé. La considero una mujer de grandes recursos, fuera y dentro de la cama. Hay algo que la favorece enormemente: ella se mantiene siempre muy hermosa. Agrada volver del campo de guerra, donde lo que aparece para entretenerse son esclavas o prostitutas que, realmente, no dan gusto, y llegar a nuestra casa para encontrar a una mujer que se prepara tan sólo para dar placer y que produce sensaciones y reacciones carnales que sorprenden y deleitan. Creo comprender qué fue lo que la motivó a proceder como lo hizo. Pienso que Betsabé se aburría sin ningún hombre a quien atender. Averiguó que el Rey estaba en la ciudad, lo cual no es muy frecuente, y se propuso conquistarlo. Todos en Jerusalén saben que el Rey se asoma a contemplar lo que ocurre en las calles desde la ventana más alta de su palacio; Betsabé definió su objetivo contando con esto. Posiblemente, ella se bañó en la azotea de nuestra casa dos o tres veces al día, esperando que, en una de estas, el Rey la divisara. Estoy seguro que no eran simples baños, sino verdaderos despliegues de un cuerpo femenino al desnudo, en contorsiones de danzas eróticas, para deslumbrar al hombre más timorato. Fue una meta muy osada, que ella logró. Luego, para permanecer al lado del Rey, consiguió que este la fecundara. El Rey siempre ha sido consecuente con las mujeres que le dan hijos, aunque no a todos ellos los reconozca como tales. Para mantener las apariencias frente a los ancianos de las tribus, especialmente, ante el profeta Natán, había que simular que el hijo de Betsabé no procedía del Rey, y esta consideración me afectó de manera directa, pues, supuestamente, yo debía ser el padre, lo cual era imposible, pues, mientras Betsabé y el Rey se revolcaban, yo estaba en el campo de guerra. Ciertamente, Betsabé no pensó en mí en todo este asunto. Ella nunca piensa en mí cuando decide enredarse con otro hombre.
Había una manera sencilla de salir del embrollo. Yo sólo tenía que acostarme con Betsabé tan pronto llegara del campo de guerra, sorprenderme cuando ella me dijera, un mes después, que estaba embarazada, y dejar que ella y el Rey siguieran sus relaciones, sin estorbarlos; pero no pude hacerlo. No pude acatar el plan de un Rey desvergonzado que toma las esposas de sus soldados mientras estos despliegan las tiendas de la casa de Israel frente a sus enemigos y entran en combate, defendiendo el Arca de la Alianza y los pueblos del Dios Jehová. Un Rey así no merece respeto ni consideración como persona. Hice todo lo contrario a lo que él esperaba de mí. Me di ese gusto, aunque sea el último que me dé en la vida. Soy un marido engañado que rehúsa entenderse con el hombre que lo engaña; pero que, como soldado, obedecerá las órdenes militares del Rey.
El rey David trazó un plan muy sencillo contra mi honra. Me llamó a su lado; me hizo creer que yo era el portador de importantes noticias del campo de guerra; me preguntó por detalles sobre las defensas del enemigo en Rabá, la ciudad real; requirió mi opinión sobre cómo combatirlas; dio suma importancia a mis observaciones y redactó unas notas que supuestamente haría llegar a nuestro jefe militar Joab, relacionadas con lo que yo había recomendado. Luego me despachó. “Desciende a tu casa y lava tus pies”, me dijo. Al salir, recibí un presente de la mesa real. El Rey inflaba mi orgullo y llenaba mi bolsillo. Yo debía correr donde Betsabé y poseerla, pero yo estaba predispuesto. En vez de seguir el plan del Rey, dormí a la puerta de su palacio, en una de las camas asignadas a las tropas de la guarnición. Cuando el Rey lo supo, me llamó de nuevo y me preguntó la razón por la que no había descendido a mi casa. Le respondí muy sencillamente y creo que contundentemente. Dije: “El Arca e Israel y Judá están bajo tiendas, y mi señor Joab, y los siervos de mi señor, en el campo; ¿y había yo de entrar a mi casa para comer y beber, y a dormir con mi mujer? Por vida tuya, y por vida de tu alma, que no haré tal cosa”. Temí, por un momento, que el Rey se enfureciera con mi respuesta. No fue así. El Rey me miró con una sonrisa en los labios, llamó a un soldado de su escolta, le dio unas instrucciones al oído, entonces giró hacia mí y me ordenó permanecer en Jerusalén unos días más, para, luego, despacharme a Rabá, la ciudad real, con órdenes bélicas frescas para el jefe militar Joab. Su plan ahora era embriagarme, para enviarme borracho a mi casa, y, habiendo yo poseído o no a Betsabé, propagar que yo la había fecundado. Esta artimaña no funcionó. El Rey podía inducirme a tomar todo el vino que él quisiera, que yo estaba preparado para aguantarlo y ver caer a mi lado, uno por uno, a los que me acompañaban, incluyendo al propio Rey. En el ejército hacemos apuestas al que más cantidad tome de vino o de cualquier otro licor; los despliegues de borrachos no nos hacen mella. A mí, el exceso de copas me coge con pelear. Cada vez que uno de los miembros de la escolta del Rey, creyéndome totalmente embriagado, intentaba cargar conmigo y llevarme a la fuerza a mi casa, yo me resistía y lo frenaba. Consciente o embriagado, soy un combatiente invencible. Cuando terminó la escancia, me acosté de nuevo en una de las camas a la puerta del palacio.
Finalmente el Rey desistió de su plan, y aquí estoy, portador de un mensaje suyo al jefe militar Joab. He decidido abrirlo para comprobar si contiene lo que presumo. Al Rey no le queda más remedio que mandarme a matar; de otra manera, jamás podría hacer suya a Betsabé y convertirla en una de sus esposas, la única alternativa que tiene para disminuir el escándalo y seguir poseyéndola sin mayores inconvenientes.
Trato de calmarme. Leo.
Efectivamente. El mensaje instruye al jefe militar Joab a tomar una medida de guerra que significa mi eliminación física. Dispone iniciar el asedio final a Rabá, la ciudad real, y añade, muy escuetamente: “Poned a Urías al frente, en lo más recio de la batalla, y retiraos de él, para que sea herido y muera”. Del contenido de este mensaje, me consuela y me enorgullece, a la vez, que el Rey ponderó algunas de las recomendaciones que le hice y ordena al jefe militar Joab que las ejecute.
Con este mensaje, mi suerte está definida. Haré lo que tenga que hacer. Si he estado dispuesto, durante todos estos tiempos, a morir por nuestro Rey David, por la supremacía del Arca de la Alianza y por los pueblos de nuestro Dios Jehová, ahora es preciso que esté dispuesto a morir por mí mismo, por una causa absolutamente mía: por mi integridad y por mi honor.
Yo, Urías heteo, soy un hombre de bien. Un soldado. En el próximo avance sobre Rabá, la ciudad real, cumpliré con la orden de nuestro Rey David. Acepto la muerte en combate que propone. Es la que me corresponde. Penetraré a galope por entre las huestes amonitas y repartiré golpes y lanzazos hasta que mis brazos no puedan más. Avanzaré hasta el pie de las murallas, al alcance de las flechas enemigas y, entonces, sin titubeos, mostraré mi pecho desnudo para que una o más de estas flechas penetre en mi corazón. Sólo así dejaré de ser invencible. Caeré en batalla; pero nadie podrá enrostrarme que prevariqué ante el Rey, aceptando un plan que me haría miserable por el resto de mis días. Moriré con honor y dignidad y seré respetado por los siglos de los siglos como un hombre que fue engañado, mas que actuó dignamente.
Mi último deseo es que el hijo del rey David, nacido de Betsabé, sea escogido, algún día, heredero a la corona de entre los tantos hijos del Rey y pueda gobernar la casa de Israel con justicia y con honor, por la magnificencia de nuestro Rey y la gloria de los pueblos de nuestro Dios Jehová. Así, mi sacrificio tendrá sentido. Para ello, confío en las intrigas de Betsabé, que sabrá poner a su hijo en confinamiento hasta que se dé la ocasión propicia para promoverlo; también en la voluntad de nuestro Rey David de mantenerse con vida y en usufructo del poder hasta que la vejez lo aniquile, por lo cual ha eliminado ya y eliminará a todos los que pretenden suplantarlo, sean estos sus hijos, sus siervos o sus enemigos.

Santa Biblia, 2 Samuel, cap. 12, vers. 24
24. Y consoló David a Betsabé su mujer, y llegándose a ella durmió con ella; ella dio a luz un hijo, y llamó su nombre Salomón, al cual amó Jehová”


Puerto Plata, Ateneo Insular, Febrero de 2005
Publicado en español en
El Ideal Interiorista, Teoría estética y creación literaria
Antología de Bruno Rosario Candelier
Ateneo Insular, Moca, República Dominicana, 2005
Publicado en italiano en Antología 2005
Narrativa —Poesia
1° premio Citta de Viareggio Il Molo
Prima edizione * Edizione Il Molo, 2005

Un romo sancochao


(Chiqui Mendoza: Parejas)

Por Manuel Salvador Gautier

A Erwin Cott


La vida está llena de misterios, como dice el locutor de la radio con su voz melódica y profunda, acompañado por los solemnes compases del “Largo” de Mendelssohn.
Pude comprobarlo de la manera más increíble.
En la clínica, tengo varios pacientes —mansos y cimarrones, blancos y negros—, pero llega un momento en que los veo a todos iguales. Me cansan; me canso. Por eso, inventé pasar los domingos en reposo, tomando ron en un campito que compré a veinte minutos de la Capital donde hay muchos árboles y pasa un río. Ahí me sentaba en medio del agua y dejaba transcurrir la vida. Xilia, mi mujer, se ocupaba de proveerme de tragos y de preparar el sancocho en la casita que está a cierta distancia de la poza. Ella sabía. No había niños ni emergencias ni nada. Sólo yo, los tragos, el agua, el sancocho y Xilia. Ordenado de esa manera, era el paraíso.
El misterio empezó el día en que se me ocurrió invitar a Tito. Tú lo conoces, el hombre más serio del mundo. Es mi hermano de padre y madre, nos criamos juntos, dormimos por años en la misma habitación y todo lo que quieras, pero, ¡compadre!, asfixia a la gente con su sensibilidad. Desde pequeño fue así. Por supuesto, a él fue que le salió el abuelito Payeyo la madrugada en que murió y a él fue que tía Aminta llamó, una noche oscura, para que invocara a las doce en punto el espíritu de tío Miguelito, su marido. Bueno. Esas son historias pasadas. Mélida, la mujer de Tito, se juntó con Xilia y comentó que su marido vivía angustiado, no dormía bien, en fin. Xilia me lo contó a mí, y la próxima vez que vi a mi hermano lo abracé, me aseguré rápidamente de que no tenía ninguna enfermedad visible, noté su "amargue" y lo invité.
—Tito, mira, la mejor manera de joder las preocupaciones es metiéndote un "romo sancochao". El domingo te espero en el campito. No dejes de ir.
Fue una combinación. Xilia llamó a Mélida para asegurarse de que Tito fuera y Mélida se ocupó de llevarlo.
Nos metimos en la poza. Xilia nos puso unos tragos en la mano y santo remedio. Al tercero Tito estaba cantando una canción de cuando enamoró a Mélida. Al quinto comenzó a dar brincos río arriba y abajo. Al fin, salió a relucir su problema. No era tan serio. Tenía una deuda con un banco y le correspondía hacer un pago, pero no le alcanzaba el dinero y se vería obligado a hipotecar la casa. La solución era cobrar lo que le debían a él, pero no lograba que le pagaran.
—Tito, habérmelo dicho antes. Tengo un paciente que te va a resolver eso.
Efectivamente, hablé con mi paciente, uno de los gerentes del banco, y el asunto se resolvió a conveniencia de todos.
El domingo siguiente Tito se presentó en el campito a darme las gracias. Fuimos a la poza y nos pusimos a hablar. Ya llevábamos varios tragos cuando surgió el tema de los espíritus.
—Tato, ¿qué pensaste la noche que mamá me sacó de la cama para llevarme donde tía Aminta?
En realidad no pensé nada. Después que mamá me mandó a dormir, hice exactamente lo que me pidió; pero Tito no quería oír eso. Para él, aquello había sido una experiencia traumática.
—Me desvelé. ¿No te conté? —dije. Y entramos en los misterios de la transmutación de los muertos, los zombies y demás condiciones de los muertos-vivos, que son fenómenos imposibles de comprobar, pero que, querámoslo o no, nos persiguen en el subconsciente. Finalmente, enfoqué el tema de la parapsicología, que me fascinaba, y terminé, no sé cómo, con el cuento de la ciguapa. Bueno. El ron le hace a uno eso y más.
Mientras yo pontificaba sentado sobre una piedra cubierta con jeroglíficos indígenas, mi hermano, sumergido en el agua con su trago en la mano, se desentendía del tiempo, del espacio y de todo lo que yo decía. No notamos que había un hombre espiándonos entre los árboles con una borrachera más grande que la de Tito y mía juntos. Tan pronto mencioné la ciguapa, el hombre soltó un grito y salió de entre los árboles. Sin demostrar sorpresa, me volteé y lo miré fijamente. El hombre palideció y se arrodilló. Yo alcé mi vaso; me sentía un sacerdote del misterio.
—Te bendigo por toda la eternidad —dije asumiendo el gesto del Bautista, y le eché un chorro de ron por la cabeza que el hombre trató de aparar en la boca. Son de esas cosas que pasan, difíciles de explicar después.
El hombre se fue de bruces, cayó dentro del agua cuan largo era y siguió flotando en la corriente, río abajo, como si fuera una hoja de yagrumo, con la camisa desabotonada esparcida a su derredor. Noté que una piedra lo desvió hacia una playa del río donde varó. Se quedó ahí, tranquilo, boca arriba, con el agua lamiéndole los pantalones de fuerte azul y las alpargatas de cabuya, hasta que una de estas se le zafó. Luego no lo vi más.
Tito me asegura que él no se dio cuenta de nada y, para mí, que todo había sido una alucinación provocada por nuestra conversación. Xilia y Mélida nos llamaron para ir a comer el sancocho, y a mí hasta se me olvidó el asunto.
El domingo siguiente estaba sentado en la misma piedra con mi trago en la mano, apenas comenzado, cuando se presentó el hombre. Recordé, de golpe, su aparición anterior. Esta vez no estaba borracho, pero se arrodilló igual que antes. Tras de él, entre hombres y mujeres, había alrededor de ocho personas.
—Doctor —dijo (me conocía)—, aquí le traigo a mi mujer, a mis hijos y a sus mujeres, para que los bendiga como hizo conmigo y les cuente lo que contó.
Hablaba como inspirado. Me hizo gracia y decidí divertirme.
—Hay una condición —dije (todos se arrodillaron para oírme)—. Cada uno tiene que traerme un pote de ron y bebérselo de un sólo tiro delante de mí.
A ninguno le pareció una encomienda extraña. Es más, los hombres tenían sus chatas que sacaron de sus bolsillos como por encanto agitándolas frente a mí. Tomaron, tomamos. Hice una invocación a no sé cuál manifestación de lo desconocido. Mi auditorio estaba atento, esperando ¿qué?... ¿un sermón?, ¿un milagro?.
Comencé a sentir lo absurdo de la situación. Para entretenerme, aprovechaba cínicamente la ignorancia de unos infelices atrapados en su superstición. Pero ya no podía echarme para atrás. Deseé que Xilia llegara para romper el encantamiento y despedirlos. Esto no ocurrió.
Tomé una decisión; cerré los ojos.
—La rubia —dije como en éxtasis—, que salga.
Claro, no había rubias. Eran todos una partida de mulatos iguales a mí, algunos más prietos, otros más blancos. Quería confundirlos para deshacer el trance. Pero el hombre no se amilanó y empujó a una mujer hacia el frente. Era la más clara de todas y la más joven. Me desconcerté. Sin proponérmelo extendí las manos y la toqué. Tan pronto lo hice, la mujer se transfiguró. Tembló de pies a cabeza, hasta que, poseída por el espíritu, se tiró al suelo y comenzó a moverse lujuriosamente.
Para mí, fue un acto terrible que me enfrentaba con una iniquidad de la que siempre quise escapar desde los tiempos de abuelito Payeyo y de tía Aminta, cuando me negué a ser un crédulo más. Para los otros fue una ceremonia reveladora, y así la cantaron, con salves cuyas letras improvisaban.
Xilia llegó en el momento en que la mujer se había repuesto y me contemplaba con adoración. A Xilia la rodearon, la hicieron cantar, y ella, confiada, disfrutó como una adolescente. Al final, hablé con el hombre a solas y creí que lo había convencido para que ni él ni ninguno de sus familiares volviera más.
Esfuerzo inútil.
Cuando llegué al campito el domingo siguiente, me sorprendió encontrar varios autobuses desvencijados, en fila, a lo largo de la carretera. El hombre había organizado la llegada de unas doscientas personas que me esperaban cerca de la piedra cubierta de jeroglíficos. Vino respetuosamente donde mí. Me dijo que todos deseaban que yo los bautizara y les explicara el misterio de la "pirilogía", cuyo significado no entendí inmediatamente hasta que lo deduje. Quería que les hablara sobre la parapsicología lo que, por fuerza, culminaba en el cuento de la ciguapa si seguía la línea de pensamiento de aquella borrachera.
Esta vez tomé una decisión seria. Me subí a la piedra con los jeroglíficos y les hablé a todos mesuradamente, revelándole lo que consideraba la verdad de aquel asunto. Finalmente, los despaché, aunque vi que muchos sacaron sus potes de ron y tomaron a pico, luego se sumergieron en el agua y se mojaron la cabeza como bautizándose ellos mismos. Era un nuevo rito que inventaban y una nueva religión que creaban, con la "pirilogía" como base y la ciguapa como centro. Resultaba demasiado triste esto, demasiado patético. Xilia y yo discutimos el asunto y decidimos convertir la casa de madera del campito en un consultorio, donde atendemos a la gente de los alrededores en las primeras horas del domingo. El hombre es el que está a cargo ganando sus chelitos, como parece que fue su intención cuando se inventó la "pirilogía". De esta no se habla en mi presencia, aunque sé que a mis espaldas el hombre da algunas explicaciones que dejan sobrecogidos a nuestros pacientes. Por ejemplo, sobre las ciguapas dice que son hombres-mujeres con poderes mentales probados por la ciencia, explica que cualquiera que aprenda a dominar estos poderes puede convertirse en una y concluye que yo soy una ciguapa. Añade que el campito es el lugar preferido de estas criaturas inigualables, el único lugar que sobrevivirá en el fin del mundo, y que ese acontecimiento sólo ocurrirá cuando todas las ciguapas lo requieran con sus poderes mentales. Si lo regaño por disparatar de esa manera, el hombre dice que hay que conocer la mentalidad de nuestra gente, que cree en todo.
A veces no sé qué pensar. El otro día decidí despedir al hombre para no verlo más. Cuando se lo dije a Xilia, ella me preguntó si no me había fijado que tenía los pies al revés y rio.
En definitiva, por huirle a mis pacientes de la ciudad, ahora tengo cientos más en el campo, con la seguridad de que vendrán otros. La culpa fue del "romo sancochao".
Mi hermano Tito, siempre el serio y sensitivo, ahora burlándose un poco, dice que ese percance en el río se lo debo al espíritu de abuelito Payeyo que me guió hacia el bien, para que no siguiera en mi perdición "romística" que sólo me llevaba a las dolorosas delicias del delirium tremens. Puede ser. Yo, de abuelito, lo único que recuerdo, así, personalmente, son los alones de oreja que me daba. Pero, lo reconozco, la vida está llena de misterios como dice el pensamiento retórico que el locutor de la radio lee con su voz melódica y profunda, acompañado por los compases solemnes del Largo de Mendelssohn.
1998

La Venus hierática


(Velázquez: Venus)


Por Manuel Salvador Gautier

"Deslumbradora de hermosura y gracia..."
Fabio Fiallo



Llovía. La noté de repente, cuando el autobús en que yo viajaba quiso rebasar una camioneta y no pudo. Era muy hermosa. Estaba agazapada en una esquina de la cama del vehículo, recostada contra la cabina. La cabeza de un joven delante de mí me impedía verla de lleno, y yo no podía apreciar bien su cuerpo. Aún así, lo imaginaba ceñido por la ropa mojada como una piel que sobraba. Llovía, y yo no comprendía cómo los que iban dentro de la cabina de la camioneta podían dejarla abandonada, así, a una intemperie de viento y agua, sin ningún miramiento. Quería protegerla, cuidarla. En mi mente, no podía permitir que siguiera expuesta al azote de la naturaleza. Sin embargo, a ella no parecía importarle. Iba con la cabeza erguida, soberbia; miraba hacia adelante, con una tranquilidad y una serenidad imperturbables. Era tan hermosa, tan perfecta, intocable... como una Venus hierática.
El autobús trató de rebasar otra vez la camioneta y no pudo. Ella miró hacia un lado de la carretera, luego hacia el otro; abarcaba el paisaje, ignoraba el afán del autobús de rebasar. La lluvia seguía copiosa, la castigaba con su violencia. Yo trataba de adivinar sus formas, comprobar lo que imaginaba. Intenté verla mejor; pero la cabeza del joven de espaldas a mí me obstaculizaba. La muchacha se había convertido en una obsesión para mí. Deseaba poseerla, acapararla, absorberla. Era muy hermosa, perfecta, intocable... como una Venus hierática.
El autobús comenzó a rebasar la camioneta. El joven delante de mí movió la cabeza y vi su rostro. Intentaba hacer contacto con ella. Le hacía musarañas con la boca, con los ojos, con la frente; la incitaba, buscaba atraerla. Aceché la reacción de ella. Seguía soberbia, imperturbable, los ojos fijos hacia delante, desentendida de lo que ocurría a su alrededor. Era tan hermosa, tan perfecta, intocable... como una Venus hierática.
En el rebase, el joven le hizo una última morisqueta, luego alzó su mano e hizo un saludo lento de despedida, como quien ha sido vencido y no espera nada de su adversario.
Ella lo miró, plegó la frente, hizo una mueca burlona con la boca... y le sacó la lengua. El joven estalló en risa y le lanzó un beso al aire, soplado con picardía.
Yo suspiré, aturdido, desilusionado.
Siempre me pasa eso. En las cosas más importantes de la vida, busco la perfección y sólo encuentro humanidad. Soy un iluso.


Yo soy el origen de las lluvias

(Chiqui Mendoza: Floristera en el paisaje)



De la novela El asesino de las lluvias

Por Manuel Salvador Gautier


Yo soy el origen de las lluvias
adminículo irritante del cosmos
que encierra imperturbable
el enigma brutal de una fertilidad atávica
Conozco la aridez de tus desiertos
el pálpito de tu sol desfallecido
las escaramuzas de voces sin gargantas
con estériles reclamos de fuegos incesantes
Me siento chamuscado
asolado
me abrasan los vientos
bocanadas infernales
que acrecientan mi sed
me arden las manos, los brazos
Aprendí la sensación de morir
y de renacer a lo mismo
me propago en la tierra
y en el universo
furibundo y disoluto
Anhelo la visión de una palabra
que trascienda el significado diluido
de una gota de agua
Aspiro a una eternidad
devastadora
insólita
génesis de un cosmos
que explota
embrión desconcertante que escupe galaxias
huidizas
en una burbuja

Yo soy el asesino de las lluvias
el único desprendimiento de sí mismo
que desafió la verdad
y la esperanza
el único que sobrevive
y que muere
por sí solo

Poemas de 1993 a 1996

(Chiqui Mendoza: Río Chavón)



Por Manuel Salvador Gautier

MI PASION
1993

Mi pasión se derrama
como arena en el viento
cada grano un mensaje
de continuas delicias.

Mi pasión se hace libre
como piedra en el aire
que caerá sin desvío
en el sol de tu cuerpo.

Mi pasión se concentra
como nido de avispas
tocada por el éxtasis
que deslumbra mi carne.

Mi pasión se detiene
como flecha en el blanco
exhausta y acogida
eternamente amiga.




ESTA VEZ
26 de abril de 1994

Palmera fui
con ramas altas, desflecadas
por el juego niño de las brisas,
de tronco largo, deformado
por el poder padre de los vientos.

A la tierra caí
como fruta,
abriéndome podrida
para entrar
hecha semilla
por la materia horadada
hasta tocar la matriz acogedora.

Pude,
germiné,
persisto,
y estoy aquí
como retoño,
para crecer y ser
palmera
de tronco largo y esbelto
y ramas altas y flecudas,
y vibrar, cimbrear, ondear
y resistir
el juego niño de las brisas y el poder padre de los vientos,
otra vez.




ESPECULACIÓN



A Carmen Pérez Valerio
16 de mayo de 1996

Pensé una vez:
Si yo fuera rosa, también sería espina.
Pensé otra vez:
Si yo fuera yerba, también sería trigo.
Pensé de nuevo:
Si yo fuera estrella, también sería luz.
Pensé insistente:
Si yo fuera agua, también sería mar.
Mas me dije:
No soy rosa ni trigo ni estrella ni agua...
y entonces,
¿qué soy,
además de hombre?




MUJER


A Romina Bayo

Ella imaginó:

Si es hombre
me amará
porque tengo rutas inexploradas
con sensaciones que comienzan
en mi piel
y afloran en su éxtasis.

Si es fiera
me amará,
porque tengo carne que saciará
la voracidad
aniquiladora
que lo apasiona.

Si es ave
me amará,
porque tengo alas que abriré
en el mismo instante
en que se agote
su deleite.

Ella urdió
así,
mas no se movió
para tocarlo.

PALABRAS (BUZZ WORDS)

(Chiqui Mendoza: La Maga del paisaje)


Por Manuel Salvador Gautier
Julio a octubre de 1978


1. AHORA

Si hay silencio
no es
porque no revienta en gritos
la voz en mi garganta.

Si hay inercia
no es
porque no se tensan ágiles
los músculos del cuerpo.

Si hay reposo
no es
porque no surge en mis manos
vibración de ternura.

Estoy así
silente
inerte
inánime
estático

Porque urdió tu mirada transformación de viaje
tu sonrisa azulosa
que azulaba tus ojos
rechazando el impulso.

Entiende.

Si no hay ahora
no es
porque un beso quedara
en el tiempo del aire.


2. MAÑANA

Sí.
Es posible que mañana
en el agua
haya sombra
proveniente de esas velas que se empujan con los vientos.
Y es posible que en el agua
fríamente penetrada
una acción
y miles más planificadas
se dirijan como peces
uno sólo
o miles juntos.

Sí.
Es posible que mañana
esas velas empujadas
se detengan.
Y la sombra será tuya
en el agua.
Pero sombra
sólo sombra.

Sí.
Es posible que mañana
en la tierra
haya luz
proveniente de las ansias que se anidan con los besos.
Y es posible que en la tierra
dulcemente preparada
una acción
y miles más articuladas
se derramen como potros
uno sólo
o miles juntos.

Sí.
Es posible que mañana
esas ansias anidadas
fructifiquen.
Y la luz será la tuya
en la tierra.
Pero luz
sólo luz.

Sí.
Es posible que mañana
luz y sombra
se entretejan
en el vasto asentamiento de la urbe
sometida,
y en asombro de urbe y mar
y de urbe y río
se alimenten
de tus velas recogidas
y tus ansias desbordadas.

Sí.
Es posible que mañana
yo lo vea.


3. .... Y SIEMPRE


Porque siempre será nunca
te puedo hablar de hasta ahora.

De las cosas sorprendentes
que trajeron tu llegada.
De las cosas imposibles
que dejaron tu partida.

De una presencia tuya
que se aferra a los lugares.
De una substancia tuya
que se adentra en el recuerdo.

Porque siempre será nunca
no puedo hablar de mañana,
de ilusiones y esperanzas,
de promesas y deseos.

Porque siempre será nunca
te puedo hablar en silencio...
y detener este tiempo.


4. ETERNIDAD

Estará comprimida en un sólo momento
porque tú así lo quieres.
Y se irá consumiendo en transgresión de ojos
de bocas y de manos.
Y será como fruta que se come con gusto
y que deleita el cuerpo
saboreada
consumada
generada
al instante.

Crecerá de los árboles que fecunda la sabia
para muchos momentos.
Y estará así presente como forma latente
sugerida e inmediata
para que en ese instante de abandono continuo
en que surge a la vida
te realice
te excite
te estimule
te exalte.

Así eterna
la eterna
situación de tu vida
activada y activa
como cuerda tensada
como voz detenida
como animal en vilo
agotando el momento que no pasa y que existe
porque existe en ti ahora.
Y ese ahora es ahora
y es ahora mañana
porque tú eres sin cambios.
Detenida en un giro delicioso de mares
continentes y pueblos
que produce y produce
en acción convergente
hacia ti
y hacia nada.
Producción continuada de momentos distintos
que son realmente el mismo.
Producción que te agota
en el mismo momento
que te extasía y plasma.

Contracción de ayer hoy y mañana entroncados
en un único cuerpo
que se torna en substancia prisionera y flotante
como cadena o nube
dividida para unos
compartida por otros
comestible para ellos
inservible para aquellos
pero siempre intocada.

Yo te contemplo inquieto
abismado e inseguro.
¿Cómo podré seguirte en ese torbellino
de momento a momento
en que estoy y no estoy
como fantasma inerte
articulado a veces
cuando yo no soy yo sino otro y en otro
similar a mí mismo
en la misma experiencia repetido otras veces
en un sólo momento?
¿Cómo podré entregarte en un mapa de rutas
el camino al momento
en que yo me repita
en todos los momentos
que son realmente el mismo
en que yo sea yo
y el otro
y el de otra
para otra y con otra.
y la substancia quede de ti a mí
unificada
compactada
indistinta?

Se dará en un silencio
de voces delirantes.
de expectación y asombro.

5. FINAL

Lo último que vi fue tu mirada
que violaba la concha de tus párpados
y del marco almendrado de tus ojos
lanzaba azul destello.
No sé si la entendí
pero no importa
porque ya en mí tu ruta estaba hecha
con señales mostrando mil caminos
y un designio.

Me extendí en la expresión de tu mirada
vibrante como voz arrolladora
vibrando con un haz de sentimientos
en un juego de amor y despedida.
No sé si la entendí
pero no importa
porque ya antes trazaste derroteros
para un ayer y mañana deslumbrantes
en presente sin tiempo.

Lo último que vi fue tu presencia
prolongada en la luz de tu mirada
vertical desde toda perspectiva
dónde y cuándo,
en cualquier lugar y tiempo.
No sé si la entendí
pero no importa
porque el pacto de unión ya estaba hecho
en comunicación estremecida
de ola y mar, perfume y brisa.

Me extendí en la verdad de tu presencia
ausente sólo en cuerpo, tierra y aire,
continuidad de exigencia permanente
acoplada a mi carne
No se si la entendí
pero no importa
tu mirada tan triste y desolada.

Saturday, February 13, 2010

Fotos de arquitectura

1984 M.S.Gautier. Plan Maestro del Club de Arroyo Hondo
Paso Cubierto, Santo Domingo


1984 M.S.Gautier. Plan Maestro del Club de Arroyo Hondo
Terraza a la Piscina, Santo Domingo



1965 Cott y Gautier. Capilla de los Salesianos
Carretera Sánchez KM. 9 1/2, Santo Domingo



1965 Cott y Gautier. Capilla de los Salesianos
Carretera Sánchez KM. 9 1/2, Santo Domingo




1965 Cott y Gautier. Edificio CONALCO
Ave. Máximo Gómez esq. Juan Sánchez Ramírez, Santo Domingo




1965 Cott y Gautier. Edificio CONALCO
Ave. Máximo Gómez esq. Juan Sánchez Ramírez, Santo Domingo



1973 M.S.Gautier. Proyecto de Villa en Playa Minitas, La Romana



1978 M.S.Gautier. Concurso de Oficinas del Banco Hipotecario Dominicano (BHD)
Aves. 27 de Febrero y Wiston Churchill. Santo Domingo






Monday, February 8, 2010

Fotos personales


Mi abuelo, Dr. Salvador B. Gautier, en el Hospital Padre Billini, en su despacho de Director.

Mi papá, Ing. Manuel Salvador Gautier G. (Flon), cuando estudiaba ingeniería en Gantes, Bélgica, en 1923.


Mi mamá, Maricusa Mercado, de novia, en 1928.


Graduación en el Colegio Luis Muñoz Rivera, en 1937.


Tres generaciones: mi bisabuela Tulia Pou, mi abuela Teté González, los mellizos (José y yo), Josefina, mi hermana y, Gene y Maruja Vásquez, mis primas hermanas.


Flon, Maricusa, Josefina y los mellizos, en 1939.


El grupo de latinoamericanos en Peddie School, Highstown, New Jersey, en 1948.


La promoción de 1955 de Ingeniería y Arquitectura, en la Universidad de Santo Domingo, en 1950.


Con Ana Teresa Espaillat, en 1953.


En Roma, Flon Maricusa y MSG, en 1958.


MSG en Venecia, en 1959.


Caricatura a MSG hecha en Plaza Garibaldi, Ciudad de México, en 1964.


MSG habla en Puesta en Circulación de la tetralogía Tiempo para héroes, en 1994.



Presentación en Santo domingo de Monuments and Sites, Revista Internacional de Icomos, dedicada a la República Dominicana, en 1995. Aparecen la Arq. Orquídea martin, MSG y el Arq. Esteban Prieto.


UNPHU, Taller Internacional de Urbanismo, en 1995.


Doi. Foto de Pepa Acedo para la Revista cultural Vetas, en 1996.


MSG y sus perros pointer Cornell y Tívoli, en su casa, en 2000.


Publicación sobre los Conciertos de Cámara en la Ciudad Colonial. Están: Ivonne Haza, François Bahuaud y MSG, en 2002.


MSG con Pedro Camilo, Julio Adames y Maria Antonietta Ferro, en la Colina Interior, en encuentro del Ateneo Insular, 2005.


Publicación de la entrega Premios de Cuentos de Viareggio, en Embajada de Italia, Santo Domingo, en 2005


Taller de Novela en Salcedo, con miembros del Ateneo Insular, en 2006.


Viaje a Italia: Solano, Tatem y MSG ante el Coliseo, en Roma, 2006.


Grupo Mester de Narradores de la Academia Dominicana de la Lengua: Miguel Solano, Ángela Hernández, MSG, Emilia Pereyra y Rafael Peralta Romero, en 2007.


En reunión familiar: mi hermano y su esposa, José y Daisy; mi hermana, Josefina y MSG, en 2007.


Cartagena de Indias: MSG con Nora Read y su Grupo de Rusia, 2008.


Recorte periodístico sobre MSG y su incorporación a la Academia Dominicana de la Lengua como Miembro Correspondiente, en 2009.


El Ateneo Amantes de la Luz, de santiago de los Caballeros, le otorga a MSG la Medalla al Mérito Cultural, en 2009.


MSG con Sandra Cabrera y Carmen Pérez, en el encuentro del Ateneo Insular en Pinar Quemado, Jarabacoa, en 2009.


MSG lee sus décimas en el Encuentro Cultural de La Multitud, en el Teatro Guloya, en 2009.


MSG con académicos y amigos, en la Pizzería Cappuccino, después de una actividad en la Academia Dominicana de la Lengua, en 2009.




Interioristas en encuentro en Villa Trina, en 2009.

Actividad sobre la narrativa de Manuel Salvador Gautier

Por Minerva Hernández

Una actividad literaria sobre la narrativa del novelista Manuel Salvador Gautier se realizó en el mes de enero de 2010, en la Academia Dominicana de la Lengua, marcando el inicio de una serie de actividades que serán realizadas en distintos puntos del país para conmemorar los ochenta años del arquitecto y escritor.
El acto contó con la presencia de los Miembros de la Academia Dr. Bruno Rosario Candelier, su director; Emilia Pereyra, Ofelia Berrido, Rafael Peralta Romero y María José Rincón, quien tuvo a su cargo la maestría de ceremonias. Entre el numeroso público asistente estaban intelectuales, escritores y arquitectos, además de amigos y familiares del escritor.
Isael Pérez, presidente de Editorial Santuario, editor de los libros de Gautier, habló de la iniciativa de la celebración MSG 80, por los ochenta años que Gautier cumple el 1ro. de agosto de 2010. Un Comité Organizador, compuesto por un grupo de amigos: Miguel Solano, René Alfonso, Alejandra Álvarez Gautier, Eduardo Gautreaux De Wint, Juan Fredy Armando, Frank Núñez e Isael Pérez, está a cargo de las actividades. El editor añadió que distintas instituciones patrocinarán las actividades, para difundir la obra del intelectual en varios puntos del país, entre las que se encuentran: la Academia Dominicana de la Lengua, Acción Pro Educación y Cultura (APEC), Feria Internacional del Libro Santo Domingo 2010, Ateneo Insular Internacional, Ateneo Amantes de la Luz de Santiago; UASD; Universidad UTESA de Moca; Sociedad Cultural Renovación de Puerto Plata y otras entidades. El arquitecto René Alfonso fue el creador del diseño de la celebración: un círculo esférico con el ochenta en números romanos y las iniciales MSG, rodeado de las palabras: “Actos conmemorativos de los ochenta años de Manuel Salvador Gautier”.
Antes de concluir, Isael Pérez informó que Editorial Santuario reeditará todas las obras del escritor y publicará todas las obras inéditas. Dijo además que la primera de estas obras en publicarse será Dimensionando a Dios, sobre la vida del joven Juan Pablo Duarte, seleccionada por el Colegio Santa Teresita para su 8vo. Concurso estudiantil, correspondiente al año lectivo 2010-2011 y que, próximamente, en una rueda de prensa se darán a conocer todos los detalles de la celebración.
Ofelia Berrido, al presentar la semblanza del narrador, expresó las cualidades que le distinguen como ser humano, porque es estudioso, disciplinado y perfeccionista en el buen sentido de la palabra. Además, señaló que posee fuerza, valentía y un dominio de sí que le ha permitido desarrollar sus dones y evolucionar en distintos ámbitos de su vida. Es respetuoso del derecho ajeno y de sus propios límites, características que no todos poseen; siempre está dispuesto a participar en las actividades culturales aportando sus conocimientos y propiciando los nuevos talentos.
La escritora agregó, que Gautier posee también una energía especial, que le permite amar la vida, crecer, crear cosas nuevas y nuevos mundos. Sus padres, fundamentalmente, influyeron en la formación de su personalidad y en su amor por las bellas artes. Su formación cultural se inició desde temprana edad. Aunque en principio estudió medicina, se dio cuenta que la pintura y las artes eran su fuerte y logró los títulos ingeniero arquitecto y de doctor en arquitectura, impartió docencia en altas casas de estudios y se especializó en la conservación de monumentos. Publicó su primera obra, al tetralogía Tiempo para héroes, en 1993. En el año 2004, se retiró de la arquitectura para dedicarse por completo a la literatura, aunque aún realiza algunas asesorías.
La escritora concluyó la semblanza con la mención de los premios obtenidos por el arquitecto y narrador Manuel Salvador Gautier: Premio Manuel de Jesús Galván por la tetralogía Tiempo para héroes, en 1993, y por su novela Toda la vida, en 1995; Premio de Novela UCE por su obra Balance de tres, en el 2001; Premio Víctor Hugo en la Historia en el 2002, con el ensayo La Fatalidad no está en el Campanario de París, cuando se celebró el bicentenario del autor francés. En el 2005 ganó el 2do. Premio en el Concurso Internacional de Cita di Viareggio en Italia con su cuento Urias. Otro de sus logros es que su novela Serenata, publicada en 1999, fue escogida por tres universidades para ser leída por los estudiantes del curso de literatura.
Manuel Salvador Gautier, en su turno, expresó que el Dr. Bruno Rosario Candelier le pidió que escribiera sobre su trayectoria literaria, que dividió en varias etapas denominadas: primer contacto con las letras, libros que han influenciado en mí, motivaciones que me han llevado a la escritura, qué busco al escribir literatura, cuáles con mis apelaciones profundas, de qué manera ha influenciado el Ateneo en mi formación literaria y qué dificultades he tenido que enfrentar y resolver con el lenguaje. Inició al declarar que el milagro que lo situó en la literatura ocurrió durante sus estudios intermedios a temprana edad. Sus influencias fueron las novelas históricas de Alejandro Dumas, que presentan la historia de Francia y las novelas de ficción de Julio Verne. Fueron su pasión, de hecho, son los tipos de novelas que siempre ha preferido.
Entre otras tantas ideas, Gautier indicó que a escribir le motiva el deseo de expresarse con palabras e identificarse a sí mismo. Busca realizar en ficción lo que no ha hecho, no ha querido hacer o no ha podido hacer. Disfruta llevar el mito a la realidad; siente una fuerza que le obliga a escribir y con su imaginación crea lo que se propone de manera convincente.
En “La trayectoria de mi creación literaria”, título del trabajo del novelista y arquitecto, señaló, además, la contribución del Ateneo Insular en su formación literaria. Siente que s participación en los encuentros mensuales de esta institución le ha enriquecido de forma espiritual, ya que la filosofía interiorista tiene como base la metafísica, el misticismo y el mito. Así mismo, considera que las tertulias que se realizan en las reuniones del Ateneo son estimulantes, por tratarse temas de envergadura y por la capacidad de todos los escritores participantes.
“Fundamentos de una creación novelística” se titula la disertación del Dr. Bruno Rosario Candelier, quien presentó un análisis de la novelística de Gautier, una visión crítica de la obra creativa del autor. Enfocado desde los rasgos distintivos que le caracterizan como escritor, hasta los valores y otros aspectos que pone de manifiesto en sus creaciones. También, las ficciones del escritor que se nutren de la realidad y se contraponen a la realidad nefasta, como una forma de rechazar el mundo degradado y exaltar a su vez la dimensión hermosa y agradable. Por otra parte, su cosmovisión refleja una propuesta fictiva, con reflexiones profundas sobre la vida y el mundo que pueden apreciarse en sus creaciones.
El director de la Academia, destacó que en Gautier se patentiza una ejecutoria novelística, pues tiene en su haber más de diez novelas, lo que implica un trabajo intenso en el ejercicio creativo. El escritor aplica, igualmente, el eje de la narración fictiva y el eje de las leyes de la novela, aunque algunos autores no las pueden enunciar ni saben aplicarla como lo hace Gautier.
Agregó además, que el narrador, valora la dignidad, la tolerancia, la libertad; con las cuales combate vicisitudes, frustraciones y adversidades que crea en los personajes y en las historias de sus novelas. Porque Gautier exalta los valores permanentes de la responsabilidad, el servicio y el trabajo. Todos esos aspectos se destacan en los textos de sus obras.
Por último, el crítico literario Dr. Bruno Rosario Candelier significó que cualquier persona que sienta una motivación para crear, sin importar la edad, y cumple su misión en el género literario que sea, está llamado a transformar nuestra percepción de la realidad y tal vez del mundo.
La actividad finalizó luego de la entrega por el Dr. Bruno Rosario Candelier de un pergamino a Gautier en el cual la Academia Dominicana de la Lengua lo reconoce como NOVELISTA DE NUESTRA LENGUA; la entrega de certificados de reconocimiento de parte de MSG80 por su presidente, Isael Pérez, al Dr. Rosario Candelier y a Ofelia Berrido, por su participación en la actividad, y la entrega de la medalla MSG 80 al Dr. Rosario Candelier por su extraordinario trabajo de difusión de la cultura dominicana y por el respaldo que ha dado a la obra literaria de Manuel Salvador Gautier.